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Castizos

-Dime, Kalikatres sapientísimo, ¿la tontería es vicio?- Al principio no, hijo mío, al principio no.

¿Vago recuerdo de la vieja y divertida revista La Codorniz o invención fatal que me persigue a la vista de cómo anda el patio?

Llamo tontería indeseable al mero ingenio, adusto o chistoso, que se resiste a abandonar el centro de la opinión perpetuando así el imperio del chascarrillo y del tópico miserere.

Casi cualquier ocurrencia vale cuando la situación social es de desastre absoluto. Basta con que se ponga del lado bueno. Pero en épocas más estables y legítimas el mecanismo empieza a fallar. Los que gastaban sus humores y caudales en citar al diablo y hostigar a la concurrencia con el fin de mantener el cotarro en conveniente ebullición empiezan a no entender el mundo. Incapaces de crear pensamientos propios, no aciertan a enriquecer el entorno con nuevos referentes. Surge entonces la nostalgia del Otro y de lo Otro.

Hay mentes y plumas que después de haber vivido décadas bajo el influjo de una infancia presidida por varios padres castradores, resumidos en la figura del Dictador, se resisten a abandonar el convencimiento de que mantener vivo el mérito de aquella resistencia les dona automáticamente la razón en cualquier tema que se presente. Aquella mitología según la cual los restos del franquismo tenían su esperanzador contrario en un Otro, en un sistema político y de valores no realizado en ninguna parte, pero apuntado en algunos -milicia anticolonialista, comunismo, ecologismo preindustrial-, llegó también a su fin. Pero la transformación de tales alternativas mediante un proceso convergente -o de intercambio desigual, se ha dicho- con las democracias desarrolladas, arroja a los adoradores de lo Otro en brazos del puro testimonio. Lo que no se puede, empero, es perpetuar esa nostalgia del Otro y de lo Otro como directriz de la vida pública. Puesto que toda postura pública lo supone, el testimonio en sí es legítimo e inevitable. Pero no asegura la verdad política, sino que más bien la suspende y la aplaza. El testimonio que se vive como tal colinda con la conciencia religiosa. El testimonio que pretende implantarse como razón política es agitación, populismo, crítica tal vez, pero no buen gobierno.

En estas circunstancias, la cultura y la civilidad se ven presionadas ahora por una desviada y multiforme ola de nostalgla de lo Otro sin referente real, que en nuestra historia tiene un nombre muy concreto: casticismo. El casticismo español oscila entre la búsqueda estrambótica, pero caballerosa, de una bíblica edad de oro, así Don Quijote, y la espera más pícara y sanchopancesca de una ínsula Barataria bastante mal amueblada. Léanse en esa perspectiva las teorías de una dialéctica universal de la historia y de la sociedad que se resuelven luego, castizamente, en la defensa de la insensatez (cuando no del simple cocido).

Eso es lo que veía Antonio Machado cuando, más allá de las opciones políticas concretas, detectaba la inercia de un "pueblo reaccionario". El chiste de que ser reaccionario consiste en reaccionar contra algo (más bien que sostener una práctica política contraria al correcto progreso) tiene aquí una amarga aplicación. Porque, en efecto, el pueblo reaccionario 0 quien pretende representarlo es aquel que sólo sabe reaccionar -a veces, por desgracia, con violencia mortal, pero otras con molesta pataleta- en vez de aplicarse a construir el bienestar y la dignidad de la vida.

¿Qué es lo que vemos a nuestro alrededor? Demasiada gente que presume de su posición testimonial y que trafica con ella como si el Estado o las instituciones le debieran algo. Demasiada gente que recita el "no es esto, no es esto" en tono de aburrida y tragicómica reposición mientras se aferra a su parcela de poder. Adherentes a un perpetuo motín de Esquilache contra la moda extranjera de actuar en comunidad y con una escala de valores razonable. Gente que ha llegado a fundir en uno los otrora antitéticos gritos de "no pasarán" y de viva Cartagena". Numantinos fingidos que, además de no hacerse ni pizca de pupa, perpetúan su influencia bajo el enfadoso supuesto de que lo suyo es reciedumbre moral, y lo nuestro revisionismo y socialfascismo. Lo mismo da que se trate de una guerra, de un tratado, de una huelga, de un conflicto vecinal o de una concepción del mundo. Al castizo le importa un pito ser inocente o culpable de su posición de sujeto. El y sus acciones no creen en esas, cosas. Lo que le importa es tener razón y que los demás le soportemos de por vida el privilegio de ostentarla. Es su modus vivendi.

Primera coartada del castizo: que puede permitirse el lujo de tener razón porque no ostenta el poder. Semejante salida pintoresca es tan falsa como la teoría mítica y especulativa -que no radical- con que suele acompañarse. El manejo de la opinión pública y la manipulación de sus inercias -que pueden llegar a remontarse a la pérdida de Cuba- no es el menor de los poderes y es una especialidad en los círculos castizos. En cuanto a la demagogia de apoyo, pienso que hemos obtenido escasa ganancia de fundir en uno el discurso antiimperialista restante de la guerra fría, que ha perdido la mayor parte de su verdad, con el discurso simple del paleopatriotismo, sea la patria que sea.

La otra coartada del castizo se basa en su supuesta independencia. ¿Independiente de qué? 0 todo el mundo es independiente -en relación con su conciencia- o aquí no es independiente ni el potito. Como que no conociéramos los nombres y apellidos del amo de aquel o aquella que dicen ser independientes. A los castizos que presumen de independientes hay que decirles lo de dime de qué presumes y te diré de qué careces. Ya en plan más histórico cabría encontrarles parecido con los alemanes del tiempo de madame de Staël, de los que decía la genial filósofa que eran tanto más independientes cuanto menos libres. El personal confunde demasiado a menudo la tozudez castiza con la desobediencia civil, que es otra cosa.

Confieso que mi preocupación principal en esto es la recaída en el casticismo de grandes sectores de la vieja guardia antifranquista. Hay un juego tácito y malsano de sobreentendidos que sigue elevando al empíreo del magisterio de la conciencia a voces y personajes cuyo derecho a seguir tirando no discute nadie, pero que ocupan un lugar sobredimensionado en el panorama de la opinión y de la razón.

Por ese camino no salimos de la barra del bar. Ante el cafelito mañanero se da un repaso al orden del día -obispos levantiscos, jueces incontrolados, desbarajuste urbano, filibusterismo informativo- y se dictamina en desplante castizo: "Porco Governo, cochino Gobierno; si me dejaran a mí...". Por contra, yo sólo veo dinamismo en los profesionales que se dedican a sus negocios y a sus contactos con ánimo de contrastarse y de aprender, en las instituciones de la democracia que crecen y se afianzan enlazando con sus correspondientes europeas, en los intelectuales que no se paran a pensar lo estupendos que son, sino lo poco que aún se ha disuelto la pertinaz autarquía y lo mucho que queda por recuperar y relanzar al futuro de nuestras tradiciones sólidas. Lo demás es reacción castiza.

El pasaje que citaba de Antonio Machado tenía una conclusión un tanto profética: del dominio reaccionario, en los años cuarenta, de una dictadura antimarxista surgiría al cabo del tiempo un marxismo antidictatorial. ¿Por qué no afirmar, contra tanto desengaño, tanta jeremiada de mentirijillas y tanto casticismo inane, que eso es precisamente un aspecto positivo del buen Gobierno posible? No estoy hablando del vano dominio del marxismo en la cultura filosófica, en el que nunca he creído. Estoy hablando de la continuidad amplia pero efectiva en la civilidad de ciertas ideas acerca de la competencia del Estado democrático sobre la producción y sus medios, sobre la educación y sus efectos.

Pero los hay que siguen usando la marca marxismo -y sus derivados y afines- como si fuera garantía de disidencia en vez de doctrina incorporada al análisis del mundo industrial y complejo. Los hay que lo han abandonado estrepitosamente para reconvertirse al credo de su primera comunión. Así es como la esforzada tontería de antaño deviene vicio. Contumacias y conversiones, he ahí dos formas de vida bien celtibéricas y bien castizas.

es profesor de Filosofía y de Estética en la Universidad de Oviedo.

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