Fin de régimen
UN MES después de su reconstrucción, el Gobierno de Andreotti está otra vez al borde de la crisis. La situación financiera es angustiosa: el ministro del Tesoro ha amenazado con dimitir si no se aceptan las medidas de austeridad que ha propuesto y que los socialistas juzgan contrarias al programa gubernamental. A la vez, el presidente de la República, Francesco Cossiga, prosigue su campaña de ataques contra ciertos periódicos y contra algunos de los dirigentes de la Democracia Cristiana, su propio partido: el espectáculo que está dando con sus incesantes polémicas le sitúa cada vez más fuera de lo que es su papel constitucional. Mientras tanto, crece la desconfianza popular hacia los partidos: lo atestigua, el fenómeno de las Ligas, que fomentan el desprecio a la política en nombre de un corporativismo localista y semirracista. Y, sobre todo, las mafias imponen su ley de sangre en regiones enteras ante la impotencia del Estado.En esta situación, hay sectores de la opinión pública que acogen con bastante simpatía algunos de los desplantes y polémicas protagonizados por Cossiga. Ello se debe a que muchas de sus denuncias, incluso si pecan de exageración, se refieren a hechos ciertos y a que propone medidas drásticas: su tesis es que la Primera República ha muerto y que ha llegado la hora de crear la segunda, con un régimen presidencialista. En realidad, hay bastante coincidencia sobre la necesidad de una reforma profunda de las instituciones. El problema es que cada partido quiere supeditar la reforma a sus propios intereses, lo que la paraliza. El reciente entusiasmo presidencialista de Cossiga le acerca a Craxi tanto como le aleja de sus correligionarios y de los ex comunistas de Occhetto, que preferirían una reforma dentro de un sistema de tipo parlamentario como el actual. En cuanto a la manera de realizar la reforma, Cossiga propugna un referéndum sobre el carácter de la nueva república. Es, sin duda, el camino más lógico. El pueblo debe decidir en un tema de tal envergadura, si bien ello requiere un debate serio sobre las diversas opciones que ayude a los electores a opinar con conocimiento de causa.
La gravedad del actual momento político estriba precisamente en que incluso este tema tan serio de la reforma se agita en un clima de- polémica barriobajera y se maneja con propósitos de pequeña política que asquean a la opinión. La partitocracia es el vicio típico del sistema italiano, pero no con igual responsabilidad para todos los partidos. Italia es el único país de Europa occidental que durante más de cuatro décadas no ha conocido alternancia en el poder. La Democracia Cristiana lo ha monopolizado, concediendo determinados espacios; para satisfacer ambiciones de otros partidos. De este monopolio dimana la tendencia, luego generalizada en otros partidos, a gestionar intereses propios. Si la actual división del Gobierno de Andreotti le obliga a dimitir, y si ello determina elecciones anticipadas -lo que sería una correlación natural-, se pondrá al orden del día un problema esencial: ¿serán capaces los partidos de iniciar en la futura consulta, ante la ciudadanía, el necesario y urgente debate sobre la:Segunda República?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.