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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No son ñoñerías

LA PRETENSIÓN de la CE de eliminar en los teclados de los ordenadores españoles la letra eñe ha provocado un fulgurante rechazo en los más variados sectores sociales de quienes tenemos, en España y en América, el español como lengua. Y no por ñoñería. Tal pretensión trata de justificarse en criterios económicos y comerciales, lo que tampoco resulta ser una ñoñería. Quizá fuese excesivo pedir a los socios comunitarios un conocimiento de nuestros grandes lingüistas y fonólogos contemporáneos, desde Tomás Navarro y Amado Alonso hasta Rafael Lapesa y Emilio Alarcos. El desconocimiento de Saussure se explicaría porque Suiza no pertenece a la Comunidad. Pero, en todo caso, basta haber aprobado la primaria y no haber suspendido el sentido común para abstenerse de reglamentar una lengua ajena.La inaudita pretensión, ignorando lo que desprecia, ha dado lugar a una inagotable serie de grotescos supuestos, comenzando por el topónimo España, que designa al país, o los que corresponden a Añover de Tajo y Añover de Tormes. Añádase la reconversión de apellidos, los cambios semánticos (nos cortaremos las unas), la pérdida de la palabra más usada en el habla y por cuyo plural somos designados los españoles en un país del Cono Sur, y otros mil desaguisados. Evidentemente, mientras la Comunidad no obligue a los hispanohablantes a una operación de las cuerdas vocales, continuaremos encizañando la lengua eñeando a nuestro antojo a cambio de partimos la muñeca colocando la tilde sobre la ene.

La solución ortográfica de sustituir nuestra amañada eñe por gn, nh o ny es lingüísticamente antieconómica, tan artificiosa como ñoña, empobrecedora y contraria a la historia de esta consonante palatal que, a partir del latín y a través del romance primitivo, el árabe y el leonés, hemos arañado. Algunas generaciones costaría que un niño madrileño pronunciase Fortuny con la impecable justeza de un niño barcelonés. La exigencia comunitaria sólo es comparable a un hipotético bando del Ayuntamiento de Calahorra por el que, suprimiento la uve doble, ordenase escribir Guasintón.

Tanto la Real Academia Española como las americanas, y nuestras autoridades gubernativas, están haciendo lo posible para impedir el despropósito. Sin embargo, parece asombroso y preocupante que se intente llevarlo a cabo cuando los avances tecnológicos nos acercan a la consecución de la llamada inteligencia artificial. Pero aún más alarma produce la injerencia, por motivos comerciales, en el empleo de una lengua nacional, al denotar la dependencia de nuestra industria de sañudos intereses multinacionales.

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