Dos visiones del mundo
Cualquiera que lea regularmente periódicos financieros o semanarios de negocios puede concluir que el mundo goza de una relativa buena salud y que las tendencias económicas son prometedoras. Claro que sigue habiendo problemas -el déficit presupuestario norteamericano, la deuda del Tercer Mundo o los vaivenes del aumento de los precios del petróleo-, pero para un economista estos problemas son manejables. Incluso quienes predicen una grave recesión mundial para 1991 se muestran eufóricos acerca de las perspectivas económicas a más largo plazo para los años noventa.Sin embargo, en el frente del medio ambiente, la situación no puede ser peor. Cualquiera que lea regularmente publicaciones científicas ha de estar preocupado por el cambiante estado físico de la Tierra. Todos los indicadores importantes muestran un deterioro de los sistemas naturales: los bosques se encogen, los desiertos se expanden, las tierras de cultivo empobrecen, la capa de ozono es cada vez más delgada, los gases de invernadero se acumulan, el número de especies de plantas y animales disminuye y la contaminación atmosférica ha alcanzado niveles peligrosos para la salud en cientos de ciudades. Estas visiones contradictorias sobre el estado del mundo tienen sus raíces en la economía y la ecología, dos disciplinas cuyo marco intelectual es tan distinto que quienes las siguen tienen a menudo dificultades para hablarse. Los economistas analizan las tendencias en términos de ahorro, inversión y crecimiento, guiándose por la teoría y por indicadores económicos. Desde su ventajoso punto de mira, apenas hay por qué preocuparse por las limitaciones naturales a la actividad económica humana. Los economistas creen que el avance de la tecnología puede derribar' cualquier frontera. Su visión prevalece en los mundos de la industria y de las finanzas y también en los Gobiernos nacionales y en las agencias internacionales de desarrollo.
Los ecologistas, en cambio, estudian la relación de los seres vivos entre sí y con su entorno. Ven el crecimiento como curvas en formas de ese, concepto que suele ilustrarse en las clases de biología introduciendo unas algas en una caja de Petri. Cultivadas a una temperatura óptima y con un suministro ilimitado de alimentos, las algas se multiplican cada vez con mayor rapidez, hasta que el crecimiento se va haciendo más lento y se detiene debido a una acumulación de desechos. Todos los procesos biológicos de crecimiento en un medio ambiente delimitado adquieren forma de ese. Para los ecologistas, todos los procesos de crecimiento están contenidos dentro de los parámetros naturales del ecosistema de la Tierra. Ven con claridad el daño que la actividad económica en expansión produce a los sistemas y recursos naturales, y creen que sin una transformación general del sistema económico que se adapte a los principios de la sostenibilidad ambiental es inevitable un declive económico.
Las bases intelectuales de esta visión tienen su origen en la biología, con aportaciones de otras ciencias. La perspectiva ecológica predomina en academias nacionales de ciencias, en organismos científicos internacionales y en organizaciones ecologistas. Los ecologistas, de hecho, instan al uso de los principios de la ecología para la reestructuración de las economías nacionales y la modelación del nuevo orden mundial.
Estas visiones divergentes del mundo están provocando cierta esquizofrenia mundial. Un ejemplo de este estado enfermizo: la celebración del Día de la Tierra de 1990 simbolizó la creciente preocupación por la salud ambiental del planeta. Se calcula que más de 100 millones de personas de 141 países participaron en actos relacionados con esta celebración. Poco después, en la cumbre económica del Grupo de los Siete en Houston, los dirigentes europeos, reflejando la creciente preocupación por el calentamiento de la Tierra, instaron a Estados Unidos a adoptar una política energética amable con el clima.
Unas semanas más tarde, Irak invadió Kuwait y desestabilizó los mercados del petróleo. De la noche a la mañana, las preocupaciones energéticas pasaron de las consecuencias climáticas a largo plazo de quemar combustibles fósiles a una preocupación a corto plazo por, los precios en la gasolinera local. Salieron de nuevo a la superficie las ideas más tradicionales con respecto a la política energética, eclipsando la preocupación por el efecto invernadero.
Esta perspectiva esquizofrénica se traduce en un intenso conflicto al elaborar políticas económicas. Las limitaciones a la expansión económica se discuten generalmente en las páginas comerciales en términos de un inadecuado crecimiento de la demanda y no de limitaciones de suministro impuestas por los sistemas y recursos naturales de la Tierra. Por el contrario, desde la visión ecológica se sostiene que la prosecución de una obcecada búsqueda del crecimiento acabará llevando al colapso económico.
Ambas visiones compiten por conseguir la atención de los políticos y de la opinión pública. La diferencia de estas visiones se evidencia en los indicadores utilizados para medir el progreso y evaluar las perspectivas de futuro. Los indicadores básicos de los economistas muestran un notable rendimiento en el curso de la última década.
El valor de todas las mercancías producidas y de los servícíos prestados tuvo un crecimiento constante durante los años ochenta, expandiéndose a razón de aproximadamente un 3% anual y aumentando en 4,7 billones de dólares del producto mundial bruto en 1990, cantidad que excede al total del producto mundial acumulado des-
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de los inicios de la civilización hasta 1950. El comercio internacional creció aún con mayor rapidez, expandiéndose en casi la mitad durante los años ochenta, sobre todo los productos industriales. Todos los países, con alguna excepción, contribuyeron al alza en el volumen del comercio. También en los mercados de valores hubo un enorme crecimiento durante los ochenta, sólo interrumpido ocasionalmente.
En el frente del empleo, la población activa aumentó desde 1.960 millones hasta 2.360 millones en el curso de la década. Aunque hubo progresos impresionantes en cuanto a empleo en algunas regiones, el crecimiento en nuevos puestos de trabajo en el Tercer Mundo no estuvo a la altura del número de nuevos aspirantes, lo que hace que éste sea el menos satisfactorio de los principales indicadores económicos.
El contraste entre estos indicadores básicos de la economía mundial y los que miden la salud del medio ambiente de la Tierra no puede ser mayor. Mientras estos principales medidores económicos son enormemente positivos, todos los indicadores del medio ambiente resultan marcadamente negativos. Así, por ejemplo, la necesidad de tierras de cultivo y la demanda de madera y papel deforestaron a razón de 17 millones de hectáreas por año. Mauritania y Etiopía han perdido casi la totalidad de su superficie arbolada. Por otro lado, tiene lugar una degradación generalizada del suelo agrícola, y cada año seis millones de hectáreas de tierras pierden su capacidad productiva y se convierten en terreno baldío a causa del viento, la erosión por agua, la deforestación y el pasto excesivo, males todos ellos muy extendidos en el Tercer Mundo.
Durante los años ochenta, el carbono lanzado a la atmósfera por la quema de combustibles fósiles llegó a casi 6.000 millones de toneladas en 1990. Las cotizaciones en bolsa y las temperaturas medias llegaron a cifras récord durante los ochenta. Los datos preliminares sobre el clima para 1990 indican que éste será el año más caliente registrado.
La contaminación del aire y del agua empeoró también en la mayor parte del mundo durante los últimos 10 años. En 1990, el aire de centenares de ciudades contenía niveles de contaminantes peligrosos para la salud. En grandes zonas del globo, también las cosechas se veían perjudicadas. A título de ejemplo, en Polonia la mitad al menos del agua de los ríos estaba tan contaminada que ni siquiera servía para uso industrial.
Estos cambios en el estado físico de la Tierra están teniendo un efecto devastador sobre la diversidad biológica del planeta. Nadie sabe cuántas especies de plantas y animales se perdieron durante los años ochenta, pero destacados biólogos consideran que una quinta parte de las especies de la Tierra pueden estar desapareciendo durante las últimas dos décadas de este siglo. Lo que no pueden calcular es por cuánto tiempo se puede prolongar semejante índice de extinción sin que lleve al colapso masivo de los ecosistemas.
¿Cómo es posible que una serie de indicadores de amplio uso sea tan claramente positiva y la otra tan claramente negativa? Una razón por la que las mediciones económicas son tan alentadoras es que en los cálculos del producto nacional bruto no se tiene en cuenta en absoluto el endeudamiento con el medio ambiente en que está incurriendo el mundo. El resultado es una forma disfrazada de financiación deficitaria. En un sector tras otro consumimos nuestro capital natural a un ritmo alarmante , justo lo contra rio de una economía compatible con el medio ambiente y sostenible a largo plazo. Como dice muy adecuadamente el economista Herman Daly, "es un error básico tratar a la Tierra como si fuera un negocio en liquidación". Ampliando la analogía, es como si una gran empresa vendiera algunas de sus fábricas cada año y no reflejara las ventas en su contabilidad. El resultado sería un fuerte flujo de efectivo y un aumento de los beneficios. Los accionistas estarían satisfechos de los informes anuales y no se darían cuenta de que los beneficios eran a costa del activo de la empresa. Pero una vez vendidas todas las fábricas, los directores de la empresa tendrían que informar a los accionistas de que sus acciones carecían de valor. Esto es, de hecho, lo que estamos haciendo con la Tierra. Al confiar también en un sistema de contabilidad incompleto estamos agotando nuestros bienes productivos y satisfaciendo nuestras necesidades del momento a costa de nuestros hijos.
Lester R. Brown es director del Worldwatch Institute.
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