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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La cuestión social

A 100 años de distancia de la promulgación de la Rérum Novárum y a nueve de la entrada en el siglo XXI, el Papa ha dado a la imprenta una nueva encíclica sobre lo que desde León XIII se conoce como cuestión social, la Centésimus Annus. Ello ocurre cuando, con el siglo, abandona el escenario el comunismo marxista, la doctrina que durante décadas compitió en las conciencias con la emanada de Roma. El Papa polaco, cuya influencia en la caída de los regímenes del Este no podrá ser desdeñada, atribuye el mérito de ese derrumbamiento en su patria a la "lucha no violenta" de los trabajadores de Solidaridad, reforzados por "la oración y la esperanza en la providencia".Pero la implícita reivindicación de esa derrota del comunismo no impide al texto pontificio marcar distancias con el capitalismo, al que niega el derecho a presentarse como "el único modelo de organización económica", lo que no quiere decir que condene ese sistema: se trata, señala, de "evitar que los mecanismos de mercado sean el único punto de referencia de la vida social". Y también: "La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la empresa (...) aunque no son el único índice de las condiciones de la empresa". Más que privada, la propiedad ha de ser social, ya que el ejercicio del derecho a su disfrute está condicionado por "el bien común", lo que legitima la intervención del Estado en la economía.

Así, aunque se afirma que la Iglesia "no tiene modelos alternativos" que proponer, se esboza una forma de sociedad fundada sobre 1a libre empresa de mercado y la participación en ella de los trabajadores", inspirada en los valores del evangelio. Se trata de una sociedad democrática, pero que para poder decirse tal deberá respetar todos los derechos de la persona humana, entre los que se recuerda el derecho a nacer (llama al aborto la nueva "guerra química") y el respeto a la sacralidad de la familia y a la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Y sobre todo una sociedad en la que se reconozca a Jesucristo el derecho absoluto de discernir el mal del bien.

La encíclica mira preferentemente al Tercer Mundo, donde la Iglesia católica parece tener más futuro que en una Europa progresivamente laica. De ahí la defensa que hace de los pobres del hemisferio sur y la llamada a que el Occidente rico perdone a dichos países su deuda. El texto insiste también en la necesidad de participación no sólo en la propiedad de los bienes, sino en "el saber y la cultura", y subraya que, junto con una "ecología natural", existe un problema de "ecología humana", como defensa de la creación y de la calidad de vida del hombre; por ejemplo, en las grandes ciudades.

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En la misma línea, la condena más dura se dirige contra el "consumismo", desviación que considera simétrica a la del olvido de los valores religiosos por el marxismo. De esa manera, la sociedad que Wojtyla presenta como "inspiración e ideal" en el horizonte del siglo XXI se parece más bien a una socialteocracia, es decir, a una sociedad de fuerte contenido social comprometida "preferencialmente con los más pobres", pero inspirada, incluso en su legislación, en la doctrina social de la Iglesia y en su mensaje cristiano y católico. Una sociedad lo más parecida posible a lo que fue el sindicato Solidaridad del primer Walesa.

Todo ello resalta aún más la ausencia de reflexión autocrítica sobre un pasado en el que la Iglesia fue tradicionalmente la mejor aliada de los sistemas capitalistas más rígidos, que condenó durante años las experiencias de los sacerdotes obreros y que, anecdótica pero sintomáticamente, sigue hoy sin autorizar la sindicación de los trabajadores del Estado Vaticano. No sólo no hay autocrítica, sino cierta autocomplacencia poco justificada sobre su fidelidad al mundo obrero o su oposición a todo totalitarismo.

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