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Una nomenclatura intocable

Las convulsiones políticas que sacuden a Italia son las que acompañan, en opinión del autor, la fase final de toda alianza política, acrecentadas por la incertidumbre de cual será la reacción de las urnas una vez se lleve a buen puerto la reforma electoral. Sin olvidar los escollos estructurales que se interponen entre Italia y la Europa que estrenaremos en 1993.

Puede parecer extraño que en un país, como Italia, cuyo déficit público ha alcanzado la astronóm1ca cifra de 1.317 billones de liras (unos 118 billones de pesetas); en donde cuatro regiones meridionales están gobernadas -incluso con el consentimiento de sectores de la vida política- por el crimen organizado más que por el propio Estado; en un país cuya ineficacia de los servicios públicos es cada vez más evidente, se haya desencadenado una confusa crisis de Gobierno centrada casi exclusivamente en cuestiones institucionales y, en el mayor o menor uso de diversos instrumentos referendarios.Una crisis que, a pesar de todo, se ha cerrado sin solucionar ningún aspecto de las grandes cuestiones suscitadas.

Se ha hablado tanto de nuevos escenarios, de cómo fundar una segunda república (o de cómo renovar radicalmente la primera), e incluso el jefe de Estado se ha pronunciado en varias ocasiones a través de la televisión criticando la demora de los partidos a la hora de llevar a cabo las reformas institucionales (creando así una fricción entre Francesco Cossiga y el presidente de la Democracia Cristiana, Ciriaco De Mita), y al final todo se ha olvidado gracias al enésimo reajuste ministerial que ha creado un Gobierno más débil que el anterior, a causa de la salida del más significativo de los partidos laicos, el Partido Republicano Italiano (PRI).

Como consecuencia se habla ya de una posible convocatoria de elecciones anticipadas para el próximo otoño.

Virus partidocrático

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La tentación de atribuir esta aparente indiferencia a los males profundos de la sociedad italiana, al virus partidocrático, es muy fuerte y no carece de razón.

Los partidos (y especialmente los que están en el Gobierno, pero no sólo éstos) han ido ocupando progresivamente cada espacio de la vida política y social mediante el sistemático uso de la práctica de la repartición en todos los niveles (desde los bancos hasta las centrales lecheras, pasando por los camilleros de los hospitales).

Ha nacido así una verdadera y propia nomenclatura intocable: se ha calculado que los puestos que el sistema de partidos atribuye directamente ascienden a unos 400.000, lo que equivale a una décima parte del funcionariado italiano, siendo aún mayor la cifra de los puestos que puede atribuir indirectamente.

Esta clave de lectura (confirmada incluso por el aumento del número de ministros y subsecretarios, aun con la reducción de los partidos en el Gobierno, y por los siempre discutibles cambios y exclusiones de ministros que han sacrificado técnicos de gran prestigio a favor de mediocres señores con carnet) es, sin embargo, insuficiente para explicar el conjunto de cuestiones y, en el fondo, para responder a una simple e ingenua pregunta: ¿por qué tantos esfuerzos (aún sin obtener, por ahora, ningún resultado) para cambiar un sistema que a casi todos asegura privilegios, parcelas de poder y posición?

El hecho es que la arraigada tendencia a conservar lo ya existente se enfrenta con una serie de problemas que no se pueden eludir, de cuya solución dependerá la profunda modificación del sistema político y el peso de sus actores:

1. La coincidencia de consultas políticas e institucionales previstas teóricamente para la primavera-verano del próximo año (elecciones políticas generales y elección del nuevo presidente de la República, cargo para el que ya existe una apretada lista de aspirantes democristianos, socialistas y republicanos).

2. La nueva tendencia a la fragmentación del sistema político, que corre el riesgo de ser cada vez más ingobernable. Aquí, el principal enemigo de los partidos tradicionales parece ser la Liga Norte, con sus posiciones de protesta en sentido localista y reaccionario. Y ha sido el propio miedo de la liga lo que ha moderado las veleidades electorales de los partidos y de sus candidatos, preocupadísimos por mantener sus escaños en el Parlamento.

Escisión comunista

Tampoco se debe subestimar la incidencia del *Movimiento surgido tras la escisión del ex Partido Comunista Italiano (PCI, hoy acreditado con un 3%-6% de votos), e incluso de otras formaciones menores, como la reunida en tomo al ex alcalde de Palermo, Leoluca Orlando.

En definitiva, es posible que en las próximas consultas el ámbito de las fuerzas políticas que no son directamente utilizadas para fórmulas de Gobierno alcance la preocupante cifra del 15%-20%.

3. El nacimiento de Refundación Comunista ha debilitado al Partico Democrático de la Izquierda (PDS, el ex PCI). De ahí la paradójica situación de que, justo cuando el PDS, superando antiguas posiciones, puede estar presente en las alianzas de Gobierno, la alternativa de izquierda no cuenta con el suficiente apoyo para ello.

Al menos por ahora, la posibilidad de reactivar la alternancia de coaliciones opuestas a la dirección del Gobierno, cosa que muchos opinan es la única vía para superar la anomalía italiana de una democracia sin recambio, se ha esfumado por completo.

4. La fórmula del pentapartido, que ha gobernado en Italia durante los últimos 10 años, sufre una profunda crisis.

Al previsible fortalecimiento de esta fórmula en las elecciones habría que añadir que la convivencia de la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Socialista Italiano (PSI) es cada vez más conflictiva, sobre todo en el ámbito institucional, debido a la continua oposición de la DC a cualquier proyecto de república presidencialista. Sin embargo, el PSI ve en esta propuesta el medio más eficaz para conquistar de una vez por todas ese centralismo político que su lenta progresión en las urnas no le asegura.

Este orden de consideraciones explica por qué los partidos en el Gobierno intentan no sólo conservar su actual poder, sino, sobre todo, obtener una mejor posición ante la imprevisible situación política que se cree una vez que las elecciones consigan marcar grandes diferencias entre ellos no sólo por las reformas que deben llevarse a cabo, sino por los métodos y procedimientos a elegir para lograr ese cambio.

Medios de comunicación

Es también evidente que existirán diferencias en cuestiones como los medios de comunicación, la información y la actividad editorial (el verdadero y oculto aspecto, pero no por ello menos importante, de la crisis), que llevaron a profundas divergencias hasta provocar en el sexto Gobierno de Giulio Andreotti la dimisión de cinco ministros del ala izquierda democristiana, e incluso la salida en el reciente séptimo Gobierno de Andreotti del Partido Republicano, presente en el Gabinete desde hace 40 años.

En definitiva, estamos asistiendo a las convulsiones que, como siempre, en Italia acompañan la fase final de toda alianza política (el centrismo, el centro-izquierda, el compromiso histórico), aumentadas por el hecho de que cada reforma electoral produce efectos imprevisibles en el comportamiento de los propios electores. Sin embargo, esta serie de problemas no enmascaran las grandes dificultades estructurales italianas, que, por el contrario, corren el riesgo de aumentar con el impacto europeo de 1993, y por supuesto, no eximen al Gobierno de sus enormes responsabilidades.

es analista político italiano.Traducción: Clara de Marco.

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