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Derechazos en Siberia

Guadamilla / Paquillo, Tato, Carra

Cinco novillos de La Guadamilla, de excelente presentación, flojos, encastados, nobles; 6º de Alcurrucén, con trapío y poder, noble. Paquillo: estocada caída y dos descabellos (silencio); pinchazo perdiendo la muleta, pinchazo y estocada corta (silencio). El Tato: estocada corta baja (silencio); estocada corta (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio). Pedro Carra, de Logroño, nuevo en esta plaza: estocada, rueda insistente de peones y tres descabellos (algunas palmas); pinchazo delantero, rueda de peones, pinchazo perdiendo la muleta y estocada corta (palmas). Plaza de Las Ventas, 1 de mayo.

Primera corrida, de la Miniferia de la Comunidad. Más; de tres cuartos de entrada.

Arrastrado el cuarto novillo, el público empezó a desertar. Hacía un frio siberiano, que acentuaba el vendaval, y allí no había quien aguantara. Bueno, sí había: la afición. Naturalmente, quienes permanecieron en el tendido eran aficionados de toda la vida, habituados a sufrir. Ciertos (despistados creen que los aficionados van a los toros con bota y cuerpo verbena, y no hay tal cosa. Los aficionados van a los toros a padecer los lances habituales de la lidia -es decir, paliza de derechazos- como si fuera en sus propias carnes. Y a aguantar tormentas, granizos, ventarrones, que comportan hogaño el parte meteorológico de las corridas de Feria. La prueba máxima de la afición auténtica es cuando se juntan derechazos con vientos siberianos. El que supera los derechazos en Siberia sin que le de algo, ese tiene una afición a prueba de bomba.Se observa, asimismo, en Madrid, que si saltan a la arena toros encastados y bravos, es imposible presenciar su lidia porque el viento siberiano lo impide. Ocurrió, semanas atrás, con la interesantísima corrida de José Vázquez, y volvió a ocurrir con la magnífica novillada de La Guadamilla. Don Mariano, que como aficionado a prueba de bomba aguantó el Festejo hasta el final, comentaba que si se la ponen delante a toreros artistas en tarde de sol y moscas, la gente, empezando por él mismo, sale de la plaza toreando. Eso dijo, antes de sentir síntomas de congelación en sus miserias corporales y entrar en deliquio. Los aficionados colindantes intentaban reanimarle con, afectuosas frases y un poco de coñá, y pudo apreciarse que don Mariano prefería el coñá.

Algunos comentaban que los novilleros no sabían aprovechar la novillada de lujo, y seguramente se trataba de una injusta apreciación. Con aquel viento racheado y jeroglífico, que flameaba violentamente capotes y muletas, era imposible torear. Paquillo llegó a desconcertarse, precisamente por eso. Había conseguido ligar derechazos y cuando después se echó la muleta a la izquierda, la roja franela, con sus forros gualda, se desvanecía en las ráfagas de aire como si fuera tul. El debutante Pedro Carra, animoso y fácil en banderillas, no pareció poseer el don del arte, mas pugnaba por encelar en la agitación de telas el pastueño temperamento de sus novillos, uno de los cuales pertenecía a otro hierro -Alcurrucén- y también resultó bueno.

Destacó la pureza, finura de estilo y gusto con que El Tato ejecutaba el toreo, principalmente en los naturales. A la afición le dio mucha pena que, por culpa de la siberiana tarde, los encastados novillos y el torero artista no pudieran gozarse en el encuentro de sus calidades respectivas. Porque toros y toreros así necesitan luz y templanza de primavera. Pero la de verdad; no esta que ha venido.

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