Piedad
Los kurdos huyen de Sadam y se dan de narices contra la frontera turca. Son carne de exterminio, personajes secundarios de una trama infernal. El mundo debe ser para ellos una especie de alcantarilla por cuyos laberintos transitan en busca de una salida. Lo que pasa es que al final de cada túnel hay barrotes de acero que sólo permiten el paso de la luz y, si acaso, de lo que se viene llamando ayuda humanitaria: mendrugos de pan duro, ropas usadas..., la caridad del rico.Los polacos huyen de Polonia y son recibidos a pedradas por grupos neonazis alemanes. Los rusos combinan la escasez de alimentos con una creciente desestabilización política. Los africanos duermen en la plaza de España de Madrid atentos al despertar invisible del racismo. ¿Y los albaneses? ¿Recuerdan a los albaneses que arrojaban a sus niños desde la cubierta de les barcos? Fueron noticia de primera página un par de días; ahora sirven para fabricar anécdotas sentimentales: me dicen que Andreotti va a adoptar a tres jóvenes de esa nacionalidad.
El relato de la realidad, como el relato novelesco, está contado siempre desde algún sitio, desde un narrador que, entre otras cosas, aporta el punto de vista moral. Cabría preguntarse, al leer los periódicos, al escuchar la radio, quién es el narrador de todos estos desastres. Desde luego no son los kurdos, ni los polacos, ni los africanos, ni los albaneses: ellos sólo son el material narrativo. El narrador está al otro lado, presionado por el editor, por los lectores, por las necesidades de la industria, de todas las industrias. Si no una visión moral satisfactoria, sí podríamos pedirle a ese narrador implacable algo de compasión hacia sus personajes. La compasión, la piedad, entendidas en términos literarios, de conciencia, es lo que ha hecho grandes a cadáveres tan recientes como el de Graham Greene.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.