Misterios y verdades
Las grandes realidades y los grandes hombres de esta tierra siempre se nos ofrecen por parejas, y por ello me resulta difícil comentar la sabia opinión del doctor Miguel Ríos Mozo sin tener presente a su entrañable hermano. Recientemente afirmaba Miguel que el toreo se reduce a un misterio que el artista siente en su interior; de ahí lo excelso. Misterio que intenta explicar en la plaza, surgiendo el arte de la tauromaquia cuando esa explicación es comprendida y aceptada por el público.En la antesala de la Feria de Abril de 1991, ¿qué misterio se nos desvelará a los aficionados a lo largo y ancho de 18 tardes?
El Domingo de Resurrección, Curro dejó entrever que hoy su misterio es rebelarse contra el paso del tiempo, es responder a ese cruel e inoportuno "márchate". Hoy, su verdad y su misterio son conseguir que sus facultades físicas mantengan en pie el secreto de la armonía del arte.
El tercero de los Espartaco -hay que pensar en suprimir lo de Chico y no olvidar al padre- ha explicado, y lo hemos entendido, que cruzándose con el toro, cargando la suerte y sin quitarle la muleta de la cara lidia de verdad.
Esperamos con ansia el misterio de Ojeda y que ese diálogo que mantiene con el toro, sin más testigos que las marismas sanluqueñas o los encinares de Extremadura, lo repita en la Maestranza; así comprenderemos la verticalidad de su estilo, a dentrándose en los terrenos prohibidos y afirmando de esa peculiar manera la supremacía de la inteligencia y del valor sobre la fuerza.
¿Tendremos la fortuna de conocer las profundas razones de la retirada y vuelta del Niño de la Capea? Ojalá que el convencimiento que tiene el maestro de Salamanca de que su sabiduría, sus ganas y su poder frente a todos los toros no fueron valorados en su momento llegue a los tendidos de la Real Maestranza, más propicios al paladeo del buen toreo que a la triste recompensa de la revancha.
Será hermoso comprobar que Espartaco -el segundo-, olvidándose esta temporada de récords y maratones, sin perder la sonrisa, muestre su inteligencia en las distancias, su temple con los engaños y su encomiable condición al defender el puesto privilegiado que ocupa en la fiesta.
Los aficionados sentimos escalofríos cuando Emilio Muñoz muestra el misterio de su toreo de verdad, con aromas de la dehesa de Tablada, desgarrado como la soleá de Triana y liándose el toro a la cintura en ese molinete bajo, similar al que un día Emilio le dio a la vida misma.
Dejemos para otro día el misterio de la casta y la bravura que se guarda en las oscuridades de los chiqueros, porque quizá éste, querido y admirado doctor Ríos Mozo, sea un secreto sin explicación.
Como punto y final, los aficionados sentimos el dolor de un misterio que no podrá ser desvelado en esta feria de 1991; tendrá que ser, y así lo deseamos, en el sur de Francia, donde un gran torero, Julio Robles, se enfrenta a su profunda verdad. No lo hará solo; desde los tendidos de la Real Maestranza agitamos con ilusión nuestros pañuelos confiando en su vuelta.
Alfredo Flores es fiscal jefe de Sevilla.
Babelia
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