Los padres terribles
Los franceses llaman rire jaune a esa risa forzada y amarga con la que uno se burla por no llorar de lo que maldita la gracia que tiene. El chiste jaune de la pasada temporada otoño-invierno fue la calificación de Sadam Husein como un líder muy "preocupado por su pueblo". Le ha sustituido otro en esta temporada de primavera, el de que un ejército profesional es proyecto que debe ser rechazado por "reaccionario". Por lo visto, según argumentan nuestros jefes, hay que evitar que determinados oficios públicos -al someterse como los demás al mercado laboral- se vean copados mayoritariamente por personas provenientes de los estratos sociales menos favorecidos. Así pues, es de suponer que pronto tendremos un servicio minero obligatorio, un servicio de jornalero agrícola obligatorio y hasta un servicio taurino obligatorio, para acabar de una vez con eso de "más cornás da el hambre" (en este último, los que flaqueamos de la vista podremos cumplir como auxiliares de monosablos o algo parecido).Dejando la risa aparte, sea amarilla o de cualquier otro color, lo cierto es que el calificativo de reaccionario se presta particularmente hoy a los peores malentendidos. Debía habernos prevenido ya contra el uso de la palabreja ver cómo ahora cualquiera acepta casi sin pestañear que los reaccionarios en la Unión Soviética y otros países del Este son los comunistas Fieles que intentan detener a los reformadores partidarios del mercado libre. En contra de todo lo que teníamos aprendido hasta ayer, resulta que en esas latitudes se queda como tanto más reaccionario y derechista cuanto más comunista y menos liberal se siga siendo. En Cuba, por :razones de oportunismo, todavía no está vigente ese cambio semántico, pero es de esperar que entre en vigor de aquí a poco, Un calificativo sometido a tales vaivenes no parece fiable. Sin embargo, quizá este transformismo sea índice de vitalidad: como las acciones efectivas (constructivas, emancipadoras) varían a cada latido histórico, para desconcierto de los dogmáticos, también las reacciones (destructivas, entumecedoras) son otras, aunque resulten idénticas a las ayer tenidas por acciones. Moraleja: lo único perpetuamente progresista es mantener siempre en danza estratégica la etiqueta de lo reaccionario. Y, por tanto, no creérsela nunca del todo.
La obsesión por no ser llamado "reaccionario" (y por podérselo uno llamar a otros, claro está) juega malas pasadas, y no sólo en el terreno de le militar. Tomemos por ejemplo las cuestiones que atañen al control de natalidad y a la reproducción asistida. Hace poco los periódicos comentaron el caso de una virgen inglesa (non angli, sed angeli!) que desea ser inseminada artificialmente para ser madre sin conocer varón; meses atrás, una señora organizó el gran cisco emperrándose en reclamar a la ciencia una hija que la consolara de los cinco hijos varones que ya padecía. Como estas cuestiones son aún muy nuevas, las referencias morales suelen buscarse en casos aparentemente próximos sobre los que ya hay más jurisprudencia. Me parece que el precedente del aborto es el más determinante. Siguiendo el viejo principio de la pereza moral ("en caso de no saber qué hacer, más de lo mismo"), muchos de los que consideran legítimo el derecho a abortar (y se indignan justificadamente contra legislaciones tan hipócritas y contradictorias al respecto como la española) tendrán como reaccionaria la mínima cortapisa a la inseminación de vírgenes, la elección del sexo de los hijos o lo que les echen. El Vaticano les pondrá las cosas jugosamente fáciles condenándolo todo por igual, desde el método Ogino y el condón hasta la reproducción clónica. Así cualquiera.
Temo quedar otra vez mal ante estas aguerridas huestes cortocircuitando la bienaventurada linealidad del pensamiento, pero la verdad es que el caso del aborto me parece no sólo distinto, sino opuesto a, por ejemplo, la inseminación de vírgenes. Sospecho que lo aquí agazapado ahora es un nuevo puritanismo, entendiendo por puritanismo no el deseo de remediar los males y deficiencias del cuerpo, sino el rechazo histérico de sus funciones. Limitar la sexualidad a la reproducción, retrocediendo ante la gratitud sobreabundante del placer, me parece tan puritano como desvincular la reproducción de la sexualidad, negando mecánicamente que toda progenie es culminación de un apasionamiento corporal. La vinculación entre génesis y éxtasis físico donde se reúnen los opuestos no es un accidente subsanable sin pérdida sino, una de esas "verdades últimas de la carne" desde las que Sartre combatía la falsa sublimación espiritualista de la existencia humana. Los niños no vienen de París ni tampoco de la probeta, y malo sería cambiar ahora un ñoñismo por otro. Por muchas explicaciones sociológicas y psicológicas que se aporten, cogerle asco al asunto nunca será señal de emancipación. Ni desde luego ayudará a entender mínimamente el irrebasable misterio orgánico del que todos hemos partido y que la paternidad replantea.
Pero hay más. En contra de lo que suelen decir tanto partidarios como detractores del aborto, su mejor justificación moral no estriba en el derecho a la libertad de los padres, sino en el resguardo negativo de la libertad de los hijos. Ya que nada puede garantizar que vayan a ser realmente bien recibidos por sus progenitores, parece decente intentar ahorrarles al menos la disposición francamente hostil (sean mejores o peores los motivos) de éstos... Como es inevitable que se les acoja con prejuicio, que éste en principio les sea favorable. Por la misma razón estaría justificado oponerse a las manipulaciones que de antemano pretendan determinar biológicamente la compensación afectiva que los padres puedan obtener de sus hijos en cuestiones que no atañen a su salud ni su normalidad fisiológica. Los hijos no son propiedad de los padres (no vienen incluidos en la lista de compras del supermercado) ni tampoco nacen como remedio a sus trastornos y frustraciones; si de veras remedian luego algo, será porque los padres aprenden con ellos a poner su propia vida fuera de sí en lo nuevo, no porque cumplan el programa del día hasta los ruegos y preguntas. Aquí el liberalismo debe ser entendido, según la famosa distinción de Isaiah Berlin, como libertad negativa mucho más que como libertad positiva. Por supuesto que ello no puede ahorrarle a nadie después las venturas y desventuras de su avatar biográfico: quizá más tarde, ya nacido, encuentre mejor tutela en personas solteras, viudas, homosexuales, vírgenes o como fueren, que en sus progenitores biológicos. Pero para empezar intentemos que el punto de partida no sea forzado para los padres ni por los padres. A fin de cuentas, es la disposición de forzar y de convertir en obligatorio lo que peor o mejor sabría existir no siéndolo aquello que casi siempre resulta menos engañoso llamar reaccionario...
Fernando Savater es catedrático de Ética de la Universidad del País Vasco.
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