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Almuédanos de la violencia

Antonio Elorza

A pesar de la resurrección literaria, no parece que el belicismo de Ernst Jünger vaya a lograr un seguimiento de masas en España. La fascinación de la guerra, posible en sociedades como la norteamericana, la británica o la francesa, con dos conflictos mundiales sobre las espaldas y un rico pasado de violencia colonial, apenas ha calado entre nosotros. Las bombas inteligentes, el error del refugio o las masas de carros de combate avanzando por el desierto han producido, pienso ante todo, una sensación de horror.Es desde esta perspectiva desde la que puede hablarse de buena salud mental de la sociedad española en el tema de la guerra y de la paz. Para, empezar, una mayoría ha apoyado la posición gubernamental y cree justificado el apoyo prestado a la acción armada multinacional. No es poca cosa, habida cuenta de la sucesión de vacilaciones y despropósitos en la acción informativa del Gobierno. Pero, hacia otra vertiente, la cultura de la paz ha mostrado también su arraigo, y no sólo porque muchos sigan sin entender las exigencias de la integración de España en Occidente Existe una justificada desconfíanza ante la declaración de voluntad por parte de Estados Unidos en cuanto a resolver los problemas internacionales en nombre de la justicia: esto sólo sucede cuando entran en juego sus intereses económicos. Y, sobre todo, muchos piensan que cualquier mal con paz es mejor que tina guerra. La experiencia histórica de nuestro país, con el 36 al fondo, cuenta también a la hora de asociar guerra y destrucción.

Sin embargo, lo ocurrido durante las semanas de guerra abierta viene a confirmar la hipótesis de que no existía otra alternativa para la restauración del derecho internacional violado por la anexión de Kuwait. En sus declaraciones a Novedades de Moscú, Edvard Shevardnadze acaba de puntualizarlo: "Después de la entrevista con Aziz en Moscú llegué a 1a conclusión de que la guerra era inevitable. Irak no estaba dispuesto a ningún compromiso". Si Sadam Husein prefirió sacrificar su ejército a retroceder en la anexión en nombre del wajh, de salvar su cara a toda costa, mal iba a ceder ante un embargo. Por otra parte, las atrocidades cometidas en el emirato, predecibles por los antecedentes iraníes y kurdos, situaban la exigencia del derecho internacional más allá del tema de la soberanía. Y entra en juego, por encima de todo, la lógica de expansión a través de la fuerza que encerraba el paso dado por Sadam Husein. "Se trataba de un plan aventurero", precisa a este respecto Shevardnadze, que tenía como objetivo inmiscuir a Israel en esta guerra a cualquier precio, provocar a este país para transformar el conflicto primero en una guerra árabe-israelí y después, quizá, en una guerra mundial. Este era el verdadero peligro".

No es de extrañar que el olvido de lo que representa el proyecto político de Sadam Husein se haya convertido en el denominador común de los publicistas que de modo casi encubierto auspiciaron su victoria. Aplicando un dualismo primario, pero sin duda eficaz por lo que tiene de simplifícador, la guerra habría sido un simple acto de imperialismo, de brutalidad ejercida por el Norte sobre el Sur, con Estados Unidos como gendarme. Claro que para el buen funcionamiento de este esquema había que esconder convenientemente al promotor de la crisis, convirtiéndolo en algo irrelevante. Sería: así un loco una criatura de Occidente, un pobre diablo dotado de una carícatura del ejército que nos quiso hacer ver la propaganda norteamericana. Y como hacer intervenir a Sadam en la explicación lo destrozaba todo, de verse apurados, entraba en juego la máxima Final de some like it hot, de Billy Wilder: "No importa, nadie es perfecto". Lo esencial consistía en designar el enemigo principal, y éste era, de principio a fin, la intervención dirigida por Estados Unidos.

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Sin embargo, Sadam Husein tiene derecho a ser tomado en serio. Ya se ve que ni siquiera vencido deja de vender cara la piel, lo que de nuevo ínvalida su consideración como pelele oportunista. Su pomposa calificación de "la madre de todas la batallas" enlaza directamente con la perspectiva política enunciada por el fundador del Baaz, Michel Aflaq, en "la batalla del destino único". Desde este ángulo, el conflicto actual era visto por Sadam como el lanzamiento de uina movilización general de los pueblos ára bes hacia el logro de su destino unitario. De ahí la centralidad del ataque (fallido) a Israel. No en vano, desde la óptica del Baaz, el sionismo precede al irnperialismo como obstáculo para ese proceso de unificación de los árabes en una sola nación. En apariencia, el ideario de resurgimiento (tal cosa significa Baaz) representa un avance sobre las tendencias integristas y fundamentalistas que invaden el mundo árabe. En la práctica, dado el papel de la dictadura política y de la violencia exterior (común a los dos Baaz, el iraquí y el sirio), estábamos ante una versión árabe y nacionalpopulista de los proyectos de modernización reaccionaría que más de una vez han regado con sangre nuestro siglo. Por eso la victoria de Sadam, paz mediante, no era garantía de paz, sino de una guerra peor.

Pero, insistimos, para muchos la irrelevancia de Sadain constituyó un principio sagrado. Poco importaba que el dictador se hiciera con los recursos petrolíferos de la península Arábiga: sobra petróleo en el mundo, replicaban. Ni da fe de su barbarie la catástrofe provocada en el medio ambiente por el incendío de los pozos kuwaitíes: los ecologistas callan prudentemente en cuanto a fijar responsabilidades. Ni sirven las ejecuciones sumarias y las torturas en el Kuwait invadido: más de un progresista defensor institucional de los derechos humanos cambia de tercio al rozar el tema y nos lleva a la Intifada (lo cual es distinto de señalar hoy la persecución sufrida por los palestinos en el mismo Kuwait). Todo ello hace pensar que en la crisis han coexistido dos pacifismos, el de convicción y el de captación, y que no siempre el primero ha sabido resistir la infiltración del segundo. Buen ejemplo fue la última manifestación pacifista de Madrid admitiendo retratos de Sadam y presidida por los gritos de "¡Bush-González, asesinos!".

Y es que ciertamente un sector tradicionalista de la izquier

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es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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