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Los buenos malos principios

Núñez / Campuzano, Manili, Espartaco Chico

Toros de Carlos Núñez, bien presentados, descastados y con dificultades. José Antonio Campuzano: bajonazo trasero, rueda de peones y dos descabellos (silencio); estocada corta y rueda de peones (silencio). Manili: media estocada tendida caída y dos descabellos (palmas); pinchazo y estocada corta trasera (silencio). Espartaco Chico: dos pinchazos, estocada y rueda de peones; (ovación y salida al tercio); estocada (oreja). Plaza de la Maestranza, 7 de abril. Primera corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

El principio fue malo, la corrida acabó bien, la feria será buena. No falla. Lo dicen los augures. Por eso, en determinadas etnias los buenos principios, no los quieren. Alguien lo comentó en voz alta. No demasiado alta, ni falta hacía para que se oyera, pues en el plúmbeo silencio de la Maestranza, cualquier conversación a media voz se escuchaba con claridad meridiana. Por eso al comentario correspondió otro: "Pues, para etnia, la que me salió a mi en la ingle y me operaron en la Seguridad Social". Y con estas ocurrencias pasábamos el rato.No lo pasábamos demasiado bien, porque el público estaba menos ocurrente que otras veces Si acaso, gritaba algún tecnicismo. Allá, a la atardecida, un vozarrón rompió el plúmbeo silencio de la Maestranza: "¡Y no se han caído!". Se refería a los toros, por supuesto. Que, en efecto, no se habían caído. Pero tampoco habían embestido. únicamente tercero y sexto embistieron, a veces no tanto por bondad bovina como por humano pundonor.

El humano pundonor lo aportaba Espartaco Chico y, por el mismo precio, allegaba también una cabeza torera de primer orden. Una cabeza bien amueblada, según es moda decir. Y si estaba bien amueblada, habría de ser con muebles adquiridos en testamentaria de sabe quién qué maestro en tauromaquia. De su homónimo y hermano, Espartaco a secas, seguro que no. Espartaco (a secas) es un profesional incuestionable, es el paradigma de la profesionalidad en la fiesta, mientras Espartaco (chico) a lo mejor de profesional no tiene nada, pero sabe torear, y torea. Dos hermanos y qué distintos los dos. Suele suceder, hasta en las mejores familias.

Espartaco Chico tuvo dos toros que en un momento dado eran de voltereta y, sin embargo, a ambos les sacó faena. Es lo que pasa con los toros malos cuando delante tienen toreros buenos o con ganas de serlo; que si en la masa de la sangrecilla mansona la genética les dejó algún resto de casta, va el torero, la descubre, la excita y acaba consiguiendo faena. Y es lo que pasó. Espartaco no hizo sus faenas al albur de lo que su valentía pudiera sacar en el revoltijo de la refriega, ni las hizo tampoco al dictado de las cuadrillas, siguiendo la costumbre y tal cual cabría esperar de torero chico con hermano grande. Antes bien, llevó sus respectivos toros al centro del redondel, determinó las distancias precisas, planteó las suertes adecuadas e imprimió el ritmo necesario para templar los pases. Al sexto le cuajó dos tandas de naturales, cargando impecablemente la suerte, que le resultaron otras tantas hermosuras, y fue entonces cuando se rompió el plúmbeo silencio con jubiloso alboroto.

Los cuatro toros restantes tenían muy descastada sangrecilla, muy mal estilo, y ni Campuzano con su buen sentido lidiador, ni Manili con sus valerosas porfias, pudieron sacarles partido. Se trataba, claro, de los malos principios que algunas etnias quieren, en señal de buen augurio. Ya lo decía el Pentateuco: no hay mal que por bien no venga. O sea que si no llega a ser tan aburrida la corrida, a lo mejor no triunfa Espartaco Chico. Pero, en fin, triunfó. Todo un acontecimiento.

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