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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El doble rasero

TERMINADA LA guerra del Golfo -al menos desde el punto de vista militar- ha vuelto a cobrar protagonismo la cuestión palestina, alrededor de la que siempre giran gran parte de los problemas de Próximo Oriente. Sin embargo, los parámetros dentro de los que discurre el tema han resultado sustancialmente alterados por los últimos acontecimientos.Israel, que utiliza el indiscutible papel de la víctima paciente ante los ataques de Sadam Husein, alega en primer lugar que la crisis provocada por Bagdad demuestra que toda guerra en la zona tiene por objetivo último acabar con el Estado judío. En segundo lugar, la grave equivocación cometida por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) al apoyar a Irak ha comprometido seriamente el papel que pueda desempeñar su líder, Yasir Arafat, en cualquier arreglo pacífico. Finalmente, el concepto de una "nación árabe" siempre dispuesta a actuar unánimemente para resolver la cuestión palestina ha sido desmentido por los hechos: los países que se sumaron a la coalición anti-Sadam -si bien han insistido en la urgencia de una solución del problema palestino- interpretarán la situación de forma más flexible y presionarán sobre Israel de modo menos belicoso.

Sobre este panorama confuso se proyectan los renovados esfuerzos occidentales por alcanzar una solución a la cuestión israelo-palestina. Todo el mundo es consciente de que la oportunidad de hacerlo es única. Los vencedores de la guerra tienen una ineludible obligación moral si quieren evitar las acusaciones de doble rasero. Porque aunque es cierto que las circunstancias de la invasión de Kuwait son diferentes de las del problema israelí, no lo es menos que sería injusto haber aplicado las resoluciones de la ONU en un caso y no hacerlo en el otro.

A, esta nueva conciencia respondió el discurso triunfal del presidente Bush ante el Congreso de EE UU (en el que anunció por primera vez una relativa voluntad de presionar a Israel). También obedece a ella. el viaje de su secretario de Estado, James Baker, por la zona. El periplo ha tenido tres momentos claves: la reunión de Baker con el Gobierno israelí, su encuentro con líderes palestinos moderados y su visita a Damasco. Todo, en la propuesta norteamericana, se reduce al viejo concepto del intercambio de paz por territorios: si, cumpliendo con las resoluciones 242 y, 338 del Consejo de Seguridad (y la 425, que exige la retirada israelí de la franja que ocupa en Líbano), Israel se retirara de los territorios ocupados en Gaza y Cisjordania, los palestinos y el resto de los Estados árabes reconocerían formalmente su derecho a existir detrás de fronteras seguras y renunciarían a la guerra y al terrorismo como métodos resolutorios.

Que los puntos y detalles de este arreglo sean resueltos o no por una conferencia internacional es irrelevante; la querrían la Comunidad Europea, la URSS y los países árabes, aun cuando el viaje del ministro español Fernández Ordóñez por la zona y las declaraciones últimas del presidente Mitterrand indican que ya no se empeñan en que se celebre en un plazo breve.

El verdadero núcleo de la cuestión está en el concepto de estatalidad palestina y en su asiento territorial. Israel no quiere oír hablar del tema; lo único que parece dispuesto a aceptar es una forma limitada de autogobierno palestino, e incluso en este caso habría que ver si la inicial disposición se haría realidad si los palestinos decidieran aceptarla. Shamir también expresó su negativa a sentarse a una mesa de negociaciones en la que estén presentes delegados de la OLP. Son los dos grandes obstáculos a la paz en Oriente Próximo.

La esencia de la cuestión reside en que no puede aceptarse que Israel sea el árbitro de la solución; ésta no puede sino venir de la mano de quien creó originariamente al Estado judío, la ONU, y de la aplicación de sus muy sensatas resoluciones 242, 338 y 425 sobre el particular. La discreta modificación de la postura de Washington, su voluntad de encontrar interlocutores en los líderes palestinos de los territorios ocupados y la nueva respetabilidad de los países árabes que buscan una solución pacífica (entre los que destacan Siria y Arabia Saudí) permiten concebir por primera vez esperanzas.

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