Andares de fiesta, caminatas falleras
Mientras el público accedía a la plaza de toros, a no más de doscientos metros la cabeza de David andaba por los suelos, pero su culo respingón, que llega a la altura del balcón consistorial, se tostaba al sol y su pilila con pinta de canuto, del que parecía que iba a llover horchata de un momento a otro, doblegaba la testuz ante el edificio municipal en un probable gesto de humildad del artista fallero que ha decidido replicar al maestro italiano Miguel Ángel. Pero hoy el efebo erigido en la plaza del Ayuntamiento llegará a alcanzar con su mirada vacía los tejadillos de la plaza de toros.El monumento que preside el centro administrativo de la ciudad forma, junto con el coso taurino y la estación ferroviaria uno de los centros de fuerza de la capital valenciana durante estos días multitudinarios. Los vehículos que revolotean en tomo a este triángulo absorbente, igual que los que se atreven a adentrarse en el centro histórico, parecen pollitos desorientados y, sus ocupantes naúfragos resignados; las Fallas son el imperio del peatón y una de las pocas circunstancias que obliga a los valencianos a abandonar los carruajes y practicar el sano ejercicio de andar.
Año tras año, el Ayuntamiento repite sus normas excepcionales de tráfico y recomendaciones a la ciudadanía transeúnte; per o siempre hay quienes cometen el error de imaginarse entre los afortunados que conseguirán acceder al meollo de la ciudad y aparcar.
Vana ilusión, porque las Fallas están hechas para gastar suelas de zapato, o pascueras que es como se llamaba por aquí a las zapatillas deportivas que comenzaban a usarse por Pascua o antes si seadelanta el buen tiempo. La manera más práctica de visitar sus esculturas de cartón piedra es hacer un recorrido peripatético utilizando como brújula algún programa fallero o, lo que es mejor, perderse por el centro de la ciudad jugando a la sorpresa.
Que estas fiestas son andarinas por prescripción facultativa, lo saben muy bien las pobres falleras que, aunque llueva y relampaguee, hacen kilómetros para llegar en procesión a la catedral el día de la ofrenda a la Virgen, y que regresan baldadas, pero contentas a su casal después de una paliza de seis horas, soportada a menudo en medio de lloros de la chiquillería. Es el precio que, a veces, exige entrar en el mundo más o menos exclusivo de las Fallas oficiales; pero nadie se libra de una buena caminata estos días, aunque sólo aprecie de todo el tinglado los castillos de fuegos artificiales que dan la señal de salida a la fauna más noctámbula.
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