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FALLAS DE VALENCIA

Aprendices del toreo vulgar

Domingo Triana ligó a su primer novillo una excelente tanda de redondos, con finura de estilo y todas las especificaciones que la tauromaquia auténtica dicta, y ése fue un gran alborozo para los espíritus taurinamente sensibles, que además abría amplios cauces de esperanza para el porvenir de este novillero aún en fase de aprendizaje.Pero duró poco la alegría. Sólo el tiempo que tardó en ejecutar la tanda que se dice. Porque luego, en ese novillo y en el otro, se puso a pegar pases con la suerte descargada, el pico, el toque, la historia esa que tienen fabulada los inventores del toreo vulgar y sus secuaces. Es decir, una lata. Con Luis Blázquez aún fue peor, pues ni siquiera ligó la tanda de la que antes se hacía mérito, y si dio vueltas al ruedo, cabe ponerlas en el haber de sus partidarios, que eran mayoría en la plaza.

Puerto / Triana, Blázquez, Bustamante

Novillos de Puerto de San Lorenzo (sin picadores), chicos, mansos, tres primeros nobles, restantes con genio. Domingo Triana: aviso, aplausos y saludos; aviso, palmas y saludos. Luis Blázquez: aviso y vuelta por su cuenta; petición y vuelta. Ramón Bustamante: dos avisos y silencio; palmas. Plaza de Valencia, 10 de marzo (mañana). Segunda corrida de feria. Menos de media entrada.

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Lo preocupante no es que los novilleros se hicieran un lío con los novillos. Lo preocupante es que tienen asumido el toreo adocenado que han puesto de moda las figuras, y lo practican con unción propia de catecúmenos. Correveidiles de esta neotauromaquia vulgarota son algunos banderilleros; a lo mejor, la mayoría de los banderilleros. Cada vez hay menos banderilleros que banderilleen como Dios manda, y en cambio cada vez hay más banderilleros que les gritan a sus espadas la neotauromaquia desde la boca del burladero. Un banderillero le gritaba a Ramón Bustamante lo que había de hacer en cada momento, y gracias a que Ramón Bustamante hacía exactamente lo contrario pudo interpretar el toreo clásico, con personalidad y gusto. "¡Pónsela, tócale, piérdele un paso!", atronaba el banderillero, desgañitándose, y Ramón Bustamante ni perdía, ni tocaba, ni ponía, pues se dedicaba a parar-templar-mandar, y su toreo resultante tenía ángel.

Eso fue en algunas ocasiones, pues en otras el geniazo de los novillos le desbarataba las buenas intenciones. Sin embargo, ahí quedó la impronta artística de este aprendiz castellonense nada adocenado, jovencísimo y gitanito por más señas, y la afición, cuando abandonaba el coso, sólo hablaba de él. La verdad es que no se oía a la afición, pues en aquellos justos instantes estalló el estruendo de la mascletá, pero por el cariz de sus aspavientos y el movimiento de sus labios se podía apreciar que decía: "¡Bustamante!"; eso o "¡Pase usted delante!". Con aquel ruido, claro, quién sabe.

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