Un dolor imposible de imaginar
Aunque T. l., de 26 años, colombiana y actualmente exiliada en España, había oído muchos relatos sobre torturas por su trabajo en el Comité de Derechos Humanos dé Cali, no podía imaginar lo intenso y destructivo que llegaba a ser el dolor hasta que lo padeció en su propia carne.Aún hoy, un año después, las lágrimas aparecen en sus ojos cuando recuerda cómo los soldados rociaron la sangre de su menstruación por su cuerpo, la mantuvieron vendada y desnuda durante varios días y, finalmente, la violaron salvajemente. La joven había acudido a la sede del batallón Pichincha, de la ciudad colombiana de Cali, para preguntar por 15 sindicalistas detenidos. En la madrugada siguiente, el 2 de marzo de 1990, un furgón militar se presentó en su casa. Durante seis días padeció todo tipo de ultrajes.
"Me sentí horrorizada. Pensé que iba a morir. Querían que confesase a toda costa que era guerrillera y que delatase a otras personas. Pero no lo lograron. Al menos puedo sentirme orgullosa".
Todavía hoy le cuesta hablar de ello e intenta borrar la experiencia para no quedar marcada. Desde que su caso salió en la prensa pasó a ser "la violada" dentro de su pequeña comunidad. "En el fuero interno de muchos, incluido mi compañero, pienso que no se creían que había sido forzada y dudaban si habría accedido a ser violada por mis carceleros; sobre si me habría podido resistir. Eso es lo que hace más daño". Después de salir de la cárcel confiesa que no se quería, despreciaba su propio cuerpo y era incapaz de mantener relaciones sexuales.
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