Encrucijada en el Báltico
Lituania, Estonia y Letonia ven en la independencia su útima oportunidad de sobrevivir
Las tres pequeñas repúblicas del Báltico, desaparecidas hace 40 años de los mapas políticos y la conciencia internacional, han reaparecido de forma dramática apenas un año después de la revolución democrática en Europa central y oriental. Pueblos de cuya existencia en las costas del noroeste de la Unión Soviética las últimas generaciones occidentales no tenían siquiera conocimiento, se han levantado contra el gobierno comunista de Moscú, por la restauración de su independencia liquidada por Stalin durante la Segunda Guerra Mundial y en defensa de sus incipientes democracias, que ven peligrar por la resurrección de las tendencias conservadoras y centralistas en el Kremlin.
Los primeros muertos ya se han producido, en enero, en Vilna y Riga. Grupos más o menos incontrolados del ejército y de tropas del Ministerio del Interior, milicias armadas leales a las repúblicas y masas de manifestantes se han enfrentado en las tres repúblicas, creando un foco de conflicto en el que muchos ven el comienzo de la batalla final en la URSS entre democratización e independencia, por un lado, y centralismo pansoviético y restauración totalitaria, por el otro.Ha sido muy similar la suerte que, tras la anexión a la URSS, corrieron Lituania, Letonia y Estonia, tres Estados independientes entre 1918 y 1940 y miembros hasta esta última fecha de la Liga de las Naciones, precursora de la ONU. Por lo demás, son muy distintos entre sí: por historia, cultura y carácter. Los anhelos políticos de sus poblaciones son también parecidas; difieren sus estrategias en la lucha por la secesión de la URSS.
Parte fundamental del protocolo secreto del pacto entre Hitler y Stalin, en 1939, era la concesión a la URSS de mano libre en las dos repúblicas septentrionales, Letonia y Estonia. Tras la entrada de las tropas alemanas en Polonia, Lituania corrió la misma suerte que sus dos vecinos bálticos. Los tres fueron obligados en 1939 a firmar acuerdos de asistencias con Moscú. Sus fechas, el 28 de octubre, el 5 de septiembre y el 10 de ese mismo mes dan idea de la rapidez que Stalin impuso al proceso de anexión En el verano de 1940, los tres Estados fueron ocupados, y poco después, entre oleadas de detenciones de políticos e intelectuales, se convertían en repúblicas soviéticas.
El levantamiento de los pueblos autóctonos del Báltico contra el régimen soviético era previsible tras el éxito de los movimientos democráticos anticomunistas en paises como Polonia, Checoslovaquia y Hungría, con los que comparten el origen de sus Estados en el orden creado tras la caída de los imperios en la Primera Guerra Mundial.
La mayor dificultad para su éxito está en que la independencia de los países bálticos son el eslabón que uniría el proceso de liquidación del dominio soviético en Centroeuropa con el de la disolución de la Unión Soviética.
El reconocimiento de los crímenes cometidos por el estalinismo -ante todo el de la anexión- es la prueba de que la URSS rompe con su pasado estalinista. "Mientras no lo haga estará defendiendo aquellos crímenes", según decía a este periódico el presidente de la República de Estonia, Arnold Rütel, hace unos días en Talin.
Si lo hace, objetan otros, sería inmediata la demanda de la meridional República Socialista Soviética de Moldavia, otra de las conquistas de Stalin en su pacto con Hitler, de secesión de la URSS y reunificación con Rumania.
Los presidentes de las tres repúblicas bálticas -Vitautas, Landsbergis, de Lituania; Alekseijs Gorbunovs, de Letonia, y Arnold Rütel, de Estonia- han reafirmado su voluntad de luchar en un frente común contra "la restauración totalitaria" en el Kremlin y los abiertos llamamientos de la ortodoxia comunista al derrocamiento de los Parlamentos y Gobiernos electos de estas repúblicas.
Los intentos de restablecer el Consejo Báltico, intentaron defenderse de las presiones soviéticas y alemanas, están en marcha. No obstante, las características de las tres repúblicas son muy diversas y llevan a fuertes divergencias entre sus respectivos procesos independentistas.
Lituania, con un 80% de población lituana autóctona, se permite una política de abierto enfrentamiento, potenciada por la personalidad de su presidente Landsbergis, que sería suicida en Letonia con tan sólo un 53% de letones y un 47% de minoría eslava, parte de la cual teme una independencia bajo el nacionalismo letón.
Estonia, que como ninguna de ellas ha sido víctima de una inmigración forzada por Moscú -del 5% de rusos en 1940 pasó al 40% actual-, tiene que intentar, como Letonia, la integración de al menos parte de los inmi grantes en el proceso independentista y evitar que esta comunidad se convierta en la quinta columna de la reacción conservadora de Moscú. En círculos ilustrados de la emigración, la lealtad a la república frente a Moscú parece haber cuajado. No así en las grandes bolsas de emigración, geográficamente localizadas y cerradas en sí mismas, creadas en torno a grandes industrias energéticas y pesadas en las últimas décadas.
El nacionalismo radical de algunos sectores de los movimientos que gobiernan en las tres provincias, Sajudis en Lituania y el Frente Popular en Letonia y Estonia, favorece el choque cultural, los temores de los inmigrantes, y así, la lealtad de éstos a los pansoviéticos dirigidos por comunistas ortodoxos.
El choque cultural siempre fue grande. Los lituanos son en su inmensa mayoría nacionalistas católicos con un carácter muy similar al polaco. Los letones, parte católicos y parte protestantes, están influenciados tanto por los movimientos católicos anticomunistas triunfantes en Europa central como por la ética del trabajo que divulgaron en la región los misioneros alemanes que llegaron con los caballeros teutónicos al final de la Edad Media y la reforma luterana que llegó de Alemania.
Reliquias etnológicas
Esencialmente individualistas, los letonei y estonios tienen una abierta aversión a los rusos. Éstos, que viven en sus grandes reservas, son fácil presa para los mensajes antidemocráticos, pansoviéticos e igualitaristas.Los Iituanos y los letones son los dos últimos supervivientes de una numerosa comunidad depueblos bálticos que fueron desapareciendo en la historia. Los estonios son un pueblo de cultura fino-ugria, emparentada con finlarídeses y más remotamente con los húngaros. Dos reliquias etnológicas, los livos y los votos, con menos de 1.000 y 200 individuos que viven en la región, son la advertencia permanente para los bálticos de lo que puede ser su suerte si no logran reafirmar su identidad frente a las grandes etnias eslavas.
"Nuestra lucha es tanto por la democracia y contra la injusticia de la anexión por Stalin como para nuestra supervivencia como pueblo", insisten estonlos y letones en Tallin y Riga. "Si no logramos ahora nuestra independencia y entramos en la comunidad occidental de pueblos, pronto habrá que buscarnos en las enciclopedias entre los pueblos extintos".
De ahí el ahora o nunca que guía la lucha por la independencia de los pueblos bálticos y que ciertos sectores occidentales consideran como un factor desestabilizador de la URSS y de la perestroika y una "incordiante agitación de pueblos egoístas". Estos pueblos recuerdan que la lucha de Polonia contra el régimen comunista también cosechó escasas simpatías en la opinión pública de Occidente celosa de su tranquilidad y buenas relaciones con el gran coloso que es la URSS.
Otros consideran que los independentistas hacen el juego a las fuerzas involucionistas soviéticas al hacer imposible con su camino en solitario la unión de fuerzas democráticas en la URSS.
Los polacos fueron la vanguardia en la lucha por la democracia en el Este. Los bálticos creen poder ser la vanguardia de la democratización de las repúblicas de la URSS. "Después, nuestra relación con Rusia puede ser estrecha, pero antes ha de realizarse el divorcio de mutuo acuerdo". En Moscú no soplan hoy vientos favorables para ello.
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