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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

Cruzo la frontera por una brecha que los blindados abren entre las minas

Juan Jesús Aznárez

Guardé su bandera blanca como recuerdo. Es un pañuelo de nariz sujeto a un palo. Triste botín de guerra. Algunos llorabari, otros gesticulaban y gritaban en árabe. La mayoría, silenciosos y graves parecían aceptar resignadamente su derrota. Uno de ellos hasta sonreía. Acuclillado en el desierto de Kuwait, me preguntó sin dejar de sonreír: "¿Es usted italiano?". Eran 15 soldados iraquíes capturados en un tiroteo que me sorprendió cuando con un convoy de blindados de suministro árabe me encontraba a 70 kilómetros de la capital del emirato y a 50 de la frontera saudí. Los carros de combate que rodearon las trincheras de estos soldados y las ametralladoras que dispararon al interior de sus refugios no encontraron resistencia. "Estoy feliz", confesó uno de los prisioneros, un sargento de las fuerzas regulares, que repetía: "Sadam, no; Sadam, no".La entrada en Kuwait se había producido a través de uno de los puntos de la frontera noroccidental de Arabia Saudí con el emirato invadido. Las tropas sirias, saudíes, kuwaitíes y egipcias avanzaron con sus blindados y camiones en largas columnas por varias brechas abiertas a unas defensas iraquíes que apenas resistieron. Todas en dirección a la capital de Kuwait. El arsenal que días antes tomó posiciones en la divisoria saudí ha entrado en Kuwalt. Durante 10 kilómetros, la marcha de ayer hacia Kuwait fue lenta, interminable. Un comandante saudí había advertido que no saliéramos de los surcos trazados por los carros y los batallones de zapadores. "Conduzcan con cuidado. Hay minas", dijo el militar a varios periodistas europeos que adelantábamos a los vehículos acorazados.

Efectivamente, en el kilómetro 10 de Kuwait, los surcos se estrecharon y la vía de entrada aparecía protegida con alambre de espino y cintas blancas y naranjas para llamar la atención de un peligro inmariente. Allí estaban los campos de minas que los zapadores habían señalado. Los explosivos podían verse desde las ventanillas de nuestro coche: a dos metros, la primera mina; luego, las restantes, en filas de un kilómetro de longitud.

A derecha e izquierda, campos minados con minas redondas perfectamente visibles; minas con la forina de una semicircunferencia coronadas con cinco puntas que activan el explosivo al ser pisadas. Nunca fui tan respetuoso con las señales de tráfico. Pasa a la página 6

"Gracias, señor, bienvenido a mi país"

Viene de la página 1Las columnas de camiones seguían su marcha lenta sin que pudiera verse ni su principio ni su final. Se perdían en el horizonte de un paisaje tomado por miles de vehículos militares, ambulancias, radares móviles, camionetas artilladas, transportes de tropas. Al este, los campos petrolíferos de Al Manageesh. Una interminable caravana con múltiples ramificaciones. Los carros de combate circulaban ligeros, con las banderas saudíes o kuwaitíes ondeando en su cubierta, con las tripulaciones en constante saludo. Las tropas kuwaitíes del batallón Alshied disparaban al aire sus armas, jaleaban todo lo jaleable, proferían gritos de "Kuwait free" e invitaban a subirse a los blindados. Así lo hice. Fui abrazado por un tripulante con una cinta de ametralladora a modo de foulard, en un rito inevitable y no exento de cierta emoción. "Gracias, señor; bienvenido a mi país".

Arena en la cara

El teniente Amer me decía que cuando pisó su país los pensamientos se agolparon sin orden ni concierto. "Lo primero que hice fue coger un puñado de arena y restregarme la cara". El convoy del teniente, como en una verbena, siguió su rumbo hacia la ciudad de Al Jhara, donde pernoctó antes de proseguir a Kuwait City.

En el kilómetro 15 enfrentamos un nuevo campo minado y la senda volvió a estrecharse para que las columnas de vehículos enfilasen el embudo y franqueasen el peligro. Algunos cráteres producidos por las bombas salpican la zona vallada por los zapadores. Todo es desolación en las trincheras abandonadas. Curioseo en alguna: cajas de munición abiertas, cohetes de lanzagranadas y cientos de balas. Paso de largo sobre varias granadas tipo piña nuevas y me llevo un jersey verde oliva de mi talla.

Las condiciones de vida tuvieron que ser duras en estas trincheras de metro y medio de profundidad, construidas a ras de suelo, que albergan un camastro destartalado con capacidad para dos o tres personas. Todo está revuelto: latas, galletas, mantas, colchonetas. La arena que cubría estos refugios los disimulaba y su identificación tuvo que ser dificil para la aviación. "Viví 52 días oculto ahí", dice el prisionero de la triste sonrisa. "Siempre confié en mi Dios para no ser alcanzado por las bombas".

Seguimos avanzando por una de las defensas iraquíes, una profunda zanja de varios kilómetros totalmente calcinada. En alguno de sus tramos todavía arde el petróleo que los iraquíes utilizaron para entorpecer la visión de las tropas del ejército multinacional. Más adelante, la carretera que enlaza Ruqi con Kuwait aparece cortada cada 100 metros con el asfalto levantado por las explosiones provocadas por el Ejército de Sadam Husein para evitar ser alcanzado.

Al Jhara, a la vista

-Cuando la ciudad de Al Jhara está a la vista, mientras comentábamos con los mandos kuwaitíes las rutas para llegar a la capital y las posibilidades de acceso, se escuchan disparos. Inconscientemente sigo a un impresionante carro de combate AMX-30, de fabricación francesa, que, girando la torreta y acompañado por otros ocho blindados, se dirige con rapidez hacia un punto no definido. Llegamos a un punto situado, a unos 300 metros y me acerco a un grupo de soldados que toman posiciones a la entrada de un refugio subterráneo. Uno de los soldados se adelanta tras soltar una ráfaga de ametralladora contra el interior del refugio. A lo lejos se escuchan más detonaciones. A la izquierda, a unos 20 metros, detrás de un carro, salen 15 iraquíes con las manos en la cabeza y la bandera blanca. Les ordenan sentarse en la arena y sacar sus cosas de los bolsillos. Al menos 12 cajetillas de tabaco se agrupan en un montón, que completan varios papeles de identificación y galletas.

Los soldados kuwaitíes vigilan a los prisioneros. Todos los iraquíes abren sus uniformes, que no esconden sino cuerpos delgados. Cuando me acerco a uno de ellos, un militar kuwaití me advierte que tenga cuidado. El lunes, mientras era :interrogado un iraquí, sacó una granada y la hizo estallar. Murió él y un compañero.

No parece, por la expresión del soldado capturado, que tenga intenciones de inmolarse. Está casado, tiene 25 años y ganas de vivir. En su bolsillo superior lleva un paquete de galletas y no entiende cuando le pregunto si formaba parte de la Guardia Republicana de Sadam Husein o de las tropas regulares. Más parece que: hubiera sido reclutado en la parada de un autobús.

Después se los llevan a todos a la retaguardia. Ocuparán esos autobuses con cristales tintados que cruzan todos los días Hafer al Batin hacia los campos de concentración saudíes.

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