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"Han entrado en mi país", grita el coronel Saleim

La ofensiva terrestre, en un campamento kuwaití

Juan Jesús Aznárez

Había anochecido anticipadamente en la frontera con el invadido emirato de Kuwait ocho horas antes de que el coronel kuwaití Ahmed Saleim me tradujese jubiloso un parte en árabe de la emisora de radio británica BBC: "¡Están dentro! ¡Han entrado en mi país!". Kuwait estaba ahí, detrás de una pared de humo y hollín que ocultaba las trincheras más desgraciadas del mundo, las de los soldados iraquíes.Kuwait era esas lenguas de fuego subiendo al cielo: una, dos, tres, cinco, quince llama.radas que casi me quemaban; quince antorchas de petróleo a tres kilómetros de distancia que iluminaron la noche del asalto final, una noche en la que la explosión de las bom.. bas pareció música a los kuwaitíes.Pasa a la página 6

"¡Han atacado también a Irak!"

Viene de la primera páginaEn el campamento de la brigada kuwaití Liberación, enclavado en una zona desértica próxima a los límites del emirato, llovía ayer a las seis de la mañana mientras un soldado preparaba un desayuno con queso australiano, mermelada, huevos y pan árabe en la tienda del coronel Ahmed. El oficial subió el volumen de una radio Sony de ocho bandas y volvió a traducir un parte con visible emoción: "¡Han atacado también a Irak! ¡Ha entrado un batallón de marines!".

El frío penetraba por las rendijas del albergue y el militar, en chándal rojo y con guerrera negra, mantenía pegada la oreja a la radio. Me había sido imposible dormir en toda la noche y envidiaba sus ronquidos. El suelo de la tienda temblaba con las explosiones de los B-52 y yo con ellas, encogido en un saco militar a estrenar. Las pasadas a baja altura eran constantes y también los bombardeos de saturación de todo tipo de aviones de combate entrando en Kuwait o Irak por encima de la tropa. La intensidad del bombardeo me pareció mayor hacia las tres de la mañana.

En el insomnio de una noche de rayos y truenos colaboraron también las referencias del coronel, con cierto lujo de detalles, a los terribles efectos de un ataque con gases venenosos en el caso de una eventual contraofensiva iraquí. Fatalmente no tenía el traje antiguerra química que el oficial atesoraba dentro de una caja de municiones junto a la pistola y junto a la almohada de su camastro. Tampoco disponía de las pastillas para antes y después del gas nervioso ni de los antídotos orales y las inyecciones de atropina que él mostraba suficiente y yo miraba goloso.

A las ocho de la tarde del sábado la tropa asignada a la brigada Liberación vivió pendiente del ultimátum de George Bush y de la reacción de Bagdad. Cuando el coronel Ahmed supo que el presidente norteamericano había autorizado la ofensiva reaccionó con satisfacción. No deseaba, la retirada incondicional de Sadam Husein sino su aplastamiento. "Queremos ir a por él. No queremos ni siquiera juzgarlo, hay que encerrarlo en un zoológico", me decía. "Cerca de la jaula de los monos", precisaba con expresión de cierta crueldad el comandante Mataib, responsable de la seguridad del campamento.

No fue fácil acceder a una de las principales bases de las tropas kuwaitíes que posiblemente hoy hayan entrado en el emirato. Los controles establecidos en la carretera que une Hafer al Batin con Ruqi me obligaron a un rodeo de aproximadamente 100 kilómetros por el desierto a través de pistas realizadas por las cadenas de los carros y de los camiones militares.

En un cruce de caminos, un camión con unos 30 soldados detuvo su marcha para que sus ocupantes cumpliesen con sus necesidades físicas y espirituales.

Era la hora del rezo y para mí fue la zarza ardiendo que alumbró a Moisés en el desierto. Eran soldados kuwaitíes. No había más que seguirles. La colocación del arsenal sirio, egipcio, saudí, kuwaití y estadounidense a lo largo de la ruta que nos llevó hasta los pozos de petróleo ardiendo no dejaba lugar a dudas.

La ofensiva comenzaría horas después. A las cinco de la tarde ésta era la disposición bélica, en un frente de 40 kilómetros: cientos, miles de piezas artilleras, carros de combate y camiones con misiles y plataformas móviles de cohetes,. todos en primera línea con la tropa desplegada a los flancos; después, los camiones con munición y suministro y las cisternas, cientos de cisternas agrupadas; por último, las ambulancias con la media luna roja en los cristales.

El teniente Sadam

El teniente Sadam, un kuwaití que ha estado en Marbella como muchos de sus compatriotas en el exilio, estaba encantado de su papel de guía. Previa presentación de la credencial de prensa y las inevitables alusiones a las excelencias turísticas de la Costa del Sol y la brutalidad de Sadam, el teniente accede a facilitarnos el camino hasta su unidad, una brigada motorizada. Hubiera sido imposible llegar sin este salvoconducto que gustaba repetir las pocas palabras que sabía en español. El desierto saudí es un inmenso acuartelamiento donde los imaginarias tienen y exigen el número secreto de identificación que cambian cada seis horas. Toda persona que se adentre en el área militar, en donde el sábado algunos soldados jugaban al fútbol y otros hacían prácticas de tiro, debía conocer esas contraseñas para poder circular a partir de las seis de la tarde.

"Detrás de nosotros están los marines y los hospitales atendidos por enfermeras estadounidenses. Cada día registramos una gran cantidad de enfermos", bromea el teniente mientras se acerca a su campamento cruzando el arsenal de un lado a otro, los pozos de tirador, sus aparcamientos abandonados por los carros de combate, sus piezas de ,artillería apuntando a Irak y Kuwait.

El comandante de la base, con una vara de mando, no parece disfrutar con la presencia de extraños y, tras asegurar que los iraquíes habían quemado 182 pozos de petróleo y tras subrayar los ."tradicionales lazos" de amistad entre España y Kuwait, se despide cuando pasan las seis.

En otro enclave kuwaití próximo, con la noche de la gran batalla encima, las fogatas alumbran a un gran número de soldados que preparan la cena y confían en un reencuentro familiar próximo. El miedo a perder la vida en el intento también está presente en sus conversaciones, como lo ha estado a lo largo de todo el frente de combate en el Golfo. Su comandante en jefe es en esta ocasión más receptivo pero insiste educadarnente en la necesidad de respetar los cauces necesarios para entrar en un campamento. "Comprendo también que es peligroso salir ahora ahí fuera. Tampoco se lo recomiendo a mis soldados. Los controles son hoy muy estrechos".

Bebemos té mientras habla el oficial de más alta graduación de la brigada y dos soldados en silencio graban con matrices y troqueles el grupo sanguíneo de toda una tropa que pronto entrará en Kuwait si la ofensiva es tan corta como todos ellos esperan. "Se rendirán pronto", dicen algunos.

Autorizado por su superior, el coronel Ahmed ofrece la hospitalidad de su tienda, donde almacena varias cajas de pespsi-cola, mirinda de naranja y limón, galletas, chocolate y aceite de oliva español. En la pernera de un pantalón caqui recoilada primero y recosida después como funda guarda su fusil, un G-3 de fabricación saudí con dos peines de balas en dos bolsillos. "Esto es para Sadam".

La pistola

La pistola que después acercará al camastro cuelga de la caña de bambú que sostiene la lona central. También es para Sadam. "Este cuchillo es para matar iraquíes". En el exterior las bombas con sus fuertes detonaciones parecen jalear las intenciones del coronel. "Suenan como música", comenta el comandante Mataib.

Cenamos huevos revueltos con cebolla, alubias, queso, arroz, cabrito recién degollado para la ocasión. "Es el mejor bocado", me dice el coronel cuando observa que hinco el diente con deleite a la pantorilla del animal sacrificado.

Después, a las once de la noche, la luz del candil sustituye a la conversación y a los partes de la BBC y Radio Exterior de España. El ordenanza del coronel kuwaití recoge los platos y las sobras. Una colcha de camufiaje sella la puerta. La noche no nos pertenece. Está en manos del miedo a la muerte y la brutalidad.

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