Almendros
Igual que las torrijas en tiempo de pasión, así llegó Tejero en medio de los almendros floridos. Finalmente este cuatrero nos hizo mayores de edad, y la fecha del 23 de febrero ha sido interiorizada por nuestra generación como una hoja amarilla del calendario que forma parte también del cielo de la naturaleza. Celebramos el crecimiento de la luz con la Epifanía, consagramos los animales a san Antón, sentimos que la savia está subiendo por la Candelaria y, antes de entrar la primavera en mitad de la Cuaresma con el viento morado, siempre habrá que recordar aquel día aciago en que pudieron detenerse las flores. Se ha puesto muy barato pasar a la historia: basta con representar una zarzuela bufa con pistola, bigote, tripita y pies planos. ¿Qué hacía usted el 23 de febrero? Yo estaba enterrando a un amigo que murió por fumar demasiado, y la noticia del golpe de Estado me la dio el propio enterrador, cosa que me pareció normal. Puesto que me encontraba ya en el cementerio, decidí no moverme de allí, eso llevaba adelantado; pero recuerdo que en ese momento una pareja de perros copulaba junto a otra fosa excavada, mientras en la radio del furgón mortuorio aparcado entre dos cipreses pronto comenzó a oírse el bando de Milans del Bosch, que anunciaba el próximo hierro. Sobre la pared de nichos había unas nubes coronadas de oro. Luego, en Valencia, confundí el paso de los tanques con la cabalgata del ninot, aunque ese fragor que salía de las entrañas de la tierra ahuyentó de la ciudad durante las tinieblas a todos los pájaros y a mí me dejó meditando en el pretil del río acerca de las formas de anestesia. Está dentro de nosotros agazapado todavía aquel miedo, y, no obstante, ya pertenece a la rueda del tiempo. Cada año volverá después de la Candelaria, cuando los bulbos bajo el estiércol revientan. Ese miedo como una semilla germinará creando un ciclo en la memoria. Será ese pastel típico y envenenado que se toma siempre en una fecha señalada en negro, al final de febrero.
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