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DIARIO DE LA GUERRA

¿Creen que habrá guerra? "Pregúntele a Sadam"

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALA media mañana, el viento del desierto sopla con tal fuerza en la avanzadilla siria de la frontera saudí con Kuwait que uno de los centinelas me ofrece su guerrera verde oliva. "¿Quiere usted tomar café con nosotros?". A pocos metros, en la soledad de su poza de tirador, otro soldado hace guardia con la bayoneta calada y una expresión de total ausencia. El emirato y sus defensores siguen allí, a tres kilómetros de distancia, en ese horizonte que borran los nublados y manchan las piezas de artillería.

Los ojos del vigía sirio, su cabeza protegida con un casco de alerones que, apenas si sobresalen a ras de un suelo acostumbrado a temblar por las explosiones. Ayer en este frente sólo se temblaba de frío.

Una patrulla norteamericana rompe la uniformidad de una carretera perfectamente asfaltada, por la que circulan fundamental mente camiones, vehículos todo terreno o blindados saudíes, egipcios, kuwaltíes y sirios. Sus ocupantes saludan desde la cubierta de los vehículos y observan con curiosidad la imprudente entrada de un turismo Honda Civic en un arenal próximo al campamento sirio. A lo largo de los 70 kilómetros recorridos por la línea fronteriza que parte de Ruqi y agrupa a la vanguardia árabe todo parece dispuesto para la orden de abrir fuego. Desde hace días esperan instrucciones 19.000 sirios, con varias de sus unidades especiales que combatieron en la guerra contra Israel y el Líbano. El grueso de esas fuerzas, 15.000 hombres y 270 carros de combate, forma parte de la 9ª División Acorazada enviada por Damasco. Con las egipcias, son las tropas de mayor experiencia y preparación.

El centinela del campo sirio que me invita a café apenas si habla inglés, pero se esfuerza por hacerse entender. Sonríe abiertamente, con generosidad. Asiste al encuentro otro fusilero, con un turbante que le cubre toda la cara y deja libre dos ojos negros y chispeantes.

El primero de los soldados apaga la radio, que cuelga de su guerrera, y llama a otro compañero más políglota. No responde al estereotipo de soldado sirio acuñado en el golfo Pérsico: serio, reservado, irritable, poco sociable.

Blindados y ametralladoras

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"¿Quiere usted tomar café?". La cafetería está enclavada en el centro de una avanzadilla militar que componen cinco blindados tras montículos de arena y tierra, varios nidos de ametralladoras y una pequeña tropa. Es una tienda amplia, de color naranja, cuyas lonas tremolan con la intensidad del viento.Los mandos de la unidad, todos entre 30 y 40 años, jugaban a las cartas cuando fueron interrumpidos por la entrada inesperada de un corresponsal ávido de declaraciones explosivas y, ¿por qué no?, en busca de la fecha del nuevo ataque por tierra, tras el paradero del lobo feroz, de esa fiera cuyo zarpazo anuncian desde hace semanas pastores de diferentes rebaños.

La timba se aplaza y los militares levantan la guardia. Son distantes, pero educados. Ofrecen un cigarrillo, pero no hablan. No responden. A veces una sonrisa sigue a otra pregunta. En ocasiones, ni eso. La cafetera no se ve por ninguna parte. Las preguntas intentan romper unos silencios largos, embarazosos. Por fin uno de los oficiales se aleja hacia un camastro y lo aclara todo. "No podemos hablar, nos debemos a las ordenanzas militares".

¿Creen ustedes que habrá guerra? "Pregúntele a Sadam Husein". El diálogo es imposible y el café parece que también. ¿Es dura la vida aquí, verdad? pregunto a un soldado joven y en chancletas. "¿A usted qué le parece?, responde,

En las trincheras de la frontera noroccidental de Arabi Saudí se duerme poco. Los soldados saudíes, algunos cubiertos con mantas en pleno día, esperan junto a los camiones de suministro o al pie de sus blindados; los egipcios se sientan detrás de baterías que apuntan hacia Kuwait. Los nacionales del emirato confían en un pronto regreso a casa.

Fortines iraquíes

Los batallones árabes, sus emplazamientos de carros, las tiendas de campaña y los tubos de los cañones otean los flancos de una ruta que discurre paralela a los fortines iraquíes. Una patrulla norteamericana, que desde el desierto traza una línea perpendicular y polvorienta con la carretera, no parece sorprenderse cuando se le pregunta por la base principal de las tropas kúwaitíes. "Siga 20 kilómetros hacia adelante y después tres o cuatro en el desierto. Llevan un uniforme de color caqui parecido al nuestro". Quizás tengan los kuwaitíes las mismas ojeras que los marines, el pelo revuelto y el gesto cansado de estos dos soldados estadounidenses que pendientes de la decisión de su presidente vuelven a perderse entre las dunas.

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