Magreb: recíproca comprensión
EL VIAJE realizado por el ministro español de Asuntos Exteriores a los cinco países del Gran Magreb -Mauritania, Marruecos, Túnez, Argelia y Libia- que finalizó ayer ha sido oportuno por dos razones. En primer lugar, para explicar que el apoyo español al esfuerzo bélico antiiraquí no tiene por qué interferir en las buenas relaciones de Madrid con el norte de África. Se trataba, pues, de despejar las dudas creadas por las vacilaciones informativas del Gobierno español en relación con la guerra del Golfo. En segundo lugar, era conveniente que España retomara la iniciativa política y, en menor medida, económica respecto del futuro de una región en la que el subdesarrollo tradicional se ha complicado por efecto del auge del integrismo islámico y de la crisis del Golfo.Las informaciones que llegaban del Magreb antes del viaje -tanto en los ámbitos gubernamentales como en el sentir popular- resultaban alarmantes. Se sugería que el Gobierno socialista español estaba "traicionando" a la nación árabe, comprometiendo por ello su presencia política en la zona; la razón habría estado en la utilización de las bases -especialmente de la de Morón- para el lanzamiento de acciones de bombardeo contra Irak. Sin embargo, el ministro Fernández Ordóñez ha sido recibido en las capitales magrebíes con normalidad, sin detalles explícitos de un súbito quebrantamiento de las relaciones con el Gobierno de Madrid.
Todos los gobernantes con los que se entrevistó el canciller español manifestaron comprensión hacia la postura de Madrid y, sobre todo, su interés en la colaboración futura. Manifestaciones populares de indignación con España, que habían provocado el saqueo de la representación de Iberia en Argel, no tuvieron concreción práctica en las conversaciones del ministro; gestos de enfado por parte de grupos políticos más o menos progubernamentales resultaron fuertemente atenuados. Se puede afirmar que las contradicciones existentes en los Gobiernos y pueblos del norte de África se decantaron hacia el posibilismo como táctica antes que el maximalismo fundamentalista. Y es que, si la armonía con el Magreb le es fundamental a España, más importante aún le resulta a aquél la comprensión y la ayuda de Europa.
Cierto es que la carta de Felipe González al presidente Bush lamentando con firmeza el bombardeo de Bagdad contribuyó a mejorar sustancialmente las perspectivas del viaje de su ministro. Pero por encima de cualquier posición española en relación con el Golfo existe suficiente identidad de intereses políticos e interdependencia en asuntos económicos con el Magreb como para que a todos -españoles y árabes- convenga no sólo mantener el nivel presente de amistad, sino desarrollarlo en el futuro. Madrid es una de las esperanzas para el desarrollo económico del Magreb, para la colaboración con la CE, para el control del auge del islamismo fundamentalista y para el futuro pacífico de toda la región y del Mediterráneo, al que bordea. Tales son los problemas que reconocen los gobernantes magrebíes; más que filias y fobias iraquíes, lo que determina su aproximación a España es su realismo político.
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