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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

Patriot y cebollas

La ciudad turca de Adana no cree en la guerra

El chiringuito de Mahmud Oshdemis tiene una parrilla, dos mesas, ocho sillas desvencijadas y se cubre por lo que será el primer piso de su casa cuando la construya. Más allá del campo de cebollas que degustan sus clientes han sido instalados siete misiles Patriot, a pocos metros de distancia unos de otros. "Los iraquíes no van a atacar, pero así me siento más seguro", dice dando la vuelta a los shiskebab (pinchos de cordero) y con el aire de importancia que le ha dado contemplar un armamento tan avanzado frente a sus tierras. Esto es Adana, a escasos kilómetros de la base de Incirlik, desde la que los aviones norteamericanos machacan diariamente a Irak.

Al día siguiente de comenzar la guerra del Golfo, unos ocho kilómetros a la redonda de la ciudad de Adana se convirtieron en un arsenal antiaéreo. Incirlik, la base militar de utilización conjunta turco-norteamericana desde la que a diario se bombardea a Irak, se encuentra a unos 12 kilómetros al oeste de esta sureña ciudad turca.A sus 23 años, Arife Bashan tiene ya cinco hijos, el mayor de los cuales, de ocho años, la ha ayudado a cubrir con plástico las ventanas de su casa. "No sé nada de las armas químicas, pero a mí me da mucho miedo la guerra, y en la televisión han dicho que pusiéramos plásticos en las ventanas", murmura sujetándose la pañoleta que le cubre la cabeza.

Una alambrada evita que entren en la calzada las vacas que pacen a la izquierda de la carretera que conduce desde Adana al norte del país. En el lateral derecho unos olmos tratan de disimular las baterías antiaéreas. Dos soldados sentados en el verde vigilan y espantan a unos niños que se acercan para ver qué o quiénes se esconden bajo esas grandes lonas de camuflaje.

En los alrededores de Adana, donde de la noche a la mañana ha crecido como setas en los bosques todo tipo de armamento moderno, nadie cree en la guerra. Aquí el tiempo parece haberse detenido hace un siglo, y la gente pasa por delante de los misiles y los lanzadores con la conciencia de que esas cosas ni las comprenden ni van con ellos.

La oposición a la guerra se vive en el núcleo de la ciudad. Los adaneses, un millón, se asoman cada día un poco más a la realidad de la amenaza que se cierne sobre ellos, y desde los distintos sectores de la sociedad comienzan a exigirle al Gobierno responsabilidades.

Según Recep Birsin Ozen, gobernador de e, la base de Incirlik ha traído trabajo y bienestar a la zona, y los habitantes comprenden que los aviones de EE UU tienen una misión que cumplir. "Ozen vive al margen de la gente, por ello ha tenido que inventarse lo que piensan. Seguro que en su casa no le molesta el ruido del centenar diario de despegues y aterrizajes de Incirlik y no se le rompen los cristales de las ventanas como a muchos de nosotros", señala Zuhre.

La base de Incirlik tiene 34 kilómetros cuadrados, y en ella viven con sus familias los 4.500 militares de EE UU que hay normalmente y los 6.000 turcos. Ahora, los parientes de todos los norteamericanos se han ido, y los soldados solteros han dejado de ir a Adana a pasar sus ratos libres. Unas 4.000 personas viven en el pueblecito de Incirlik, cuya fisonomía ha transformado la base para convertirlo en bazar. Contrariamente a la opinión del 83,3% de los turcos, según el último sondeo, que considera que EE UU no debe utilizar Incirlik para arrastrar a Turquía a la guerra, en los aledaños de la base se opina que "los estadounidenses tienen razón".

"La gente se va de Adana porque tiene miedo, pero yo les digo que se queden, porque éste es el sitio más seguro del mundo: los norteamericanos nos defienden, afirma Cunali Sekoroglu, que lleva 25 años en la base, donde se encarga de la limpieza.

Un oficial estadounidense entra en una tienda de Incirlik y saluda a su dueño, Necati Cip, artesano del cobre. No quiere hablar. Se limita a decir que lleva dos años y medio en este destino. Cip no tiene queja de los militares. "Lo dramático es que se ha acabado el negocio".

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