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Al borde del abismo

Juan Ignacio Crespo

El autor de este texto examina el papel de todas las partes implicadas en la crisis del Golfo, en su opinión la tercera más grave de las habidas en el siglo XX, y se interroga sobre la situación del mundo el día después.

"Examiné todas estas cosas, y cómo los hombres luchan y pierden la batalla, y aquello por lo que lucharon tiene lugar pese a su derrota, y cuando llega resulta ser distinto a lo que ellos se proponían, y otros hombres tienen que luchar por lo que ellos se proponían bajo otro nombre..."Estas palabras, escritas en 1886 por William Morris en El sueño de John Ball, deberían de servir de tema de reflexión a Sadam Husein y a los líderes occidentales, especialmente al presidente Bush. La guerra del día 15 supondrá para la humanidad la tercera crisis más grave de entre las habidas en el siglo XX: un cóctel en el que la explosiva situación de la URSS y la concentración de fuerzas militares de todo el mundo en una zona conflictiva de por sí se combina con el telón de fondo de una economía mundial en proceso recesivo.

La autosatisfacción dominante todavía hace un año a propósito del aterrizaje suave de la economía norteamericana se ha transmutado ya en un consenso pesimista que augura entre tres y nueve meses de recesión. El superendeudamiento de un sector de las empresas norteamericanas, la crisis de todo el sistema bancario y de las cajas de ahorro, la recesión de precios en el sector inmobiliario y la potencial catástrofe de las compañías aseguradoras anuncian un futuro desolador para la economía de EE UU, en un momento en el que las nuevas proyecciones del desfase presupuestario para el año fiscal 1991, lo sitúan. en 300.Offl millones de dólares, haciendo prácticamente inviable la aplicación de medidas contracíclicas por parte del Gobierno de EE UU.

Todo ello en un contexto mundial que ya cuenta como hechos ciertos con la recesión en el Reino Unido, Canadá y Australia; con procesos recesivos que se inician en Italia, Suecia y Holanda, y con el fracaso de las negociaciones del GATT lo que reforzaría las tendencias proteccionistas y dar origen a una contracción del comercio mundial. Por no hablar del efecto que sobre el precio del petróleo pudiera tener la eventual destrucción de instalaciones petrolíferas en Oriente Próximo o de la pérdida de riqueza que ha supuesto el que las bolsas mundiales hayan caído un promedio del 18,5% durante 1990.

La crisis del Golfo no ha hecho sino catalizar procesos que con seguridad estaban en marcha y que habíamos olvidado desde hace tiempo. A este olvido contribuyó no poco la caída de los regímenes de la Europa del Este y el optimismo político y económico que generó la desaparición de la URSS como potencia mundial antagónica. Renace el enfrentamiento Norte-Sur, y por una causa bien concreta: el control de las fuentes energéticas, al socaire de la defensa de un país minúsculo frente a la brutal agresión de un vecino.

Lo cierto es que el inicio de una guerra en el Golfo sería un salto en el vacío para todas las partes implicadas y, sobre todo, para los propios Sadam Husein y George Bush. Los resultados de este enfrentamiento probablemente no tendrían nada que ver con la intención actual de sus principales protagonistas. Es decir, no se estabilizada el nuevo orden mundial generado por las conversiones en masa a la economía de mercado, ni estaría garantizada la supervivencia del Estado de Israel, ni Sadam pasada a la historia como un nuevo Hitler... Y, en cambio, tal vez veríamos la aparición de un Estado palestino; el mundo árabe tendría un nuevo héroe, mito en que anclar sus anhelos restauracionistas de un glorioso pasado, y el Tercer Mundo, de forma global, se identificaría con el luchador solitario al que aplastó Occidente.

No hace falta insistir en los efectos devastadores que tendría la guerra que se avecina, pues los propios contendientes se han encargado de resaltarlos. En cambio, se ha dedicado muy poca o nula atención al día después, y se observa una asombrosa parálisis en Estados y movimientos políticos que hasta ayer desempeñaban un papel determinante en la arena mundial.

Desfile de monstruos

En esta parada de los monstruos a que estamos asistiendo desde que la invasión de Kuwait inauguraba el desfile causa perplejidad, por ejemplo, el observar como Francia se encuentra aherrojada entre sus intentos fallidos de iniciativas por la paz y la presión que sobre ella ejerce el gran aliado, renunciando así definitivamente a una política independiente en la zona, y cómo el Reino Unido se resigna a su papel de potencia secundaria. Por no hablar de la URSS, sorprendida en medio de una parálisis interna e incapaz de articular una propuesta política que aportara alguna vía de solución al conflicto, pasividad que provocó sin duda la dimisión de Shevardnadze, acusado por los nostálgicos del grupo Soyuz, bien respaldados dentro del Ejército soviético, de blandura frente a los norteamericanos (merece la pena recordar que, una semana antes de su dimisión, el presidente Bush le había pedido el envío de un contingente simbólico al Golfo).

Desde entonces, ¿qué significado tiene el silencio que guarda la URSS sobre la crisis del Golfo, sólo interrumpido por sus protestas de apoyo a la causa aliada? ¿Es acaso la consecuencia de un endurecimiento por parte del Ejército soviético, que en sólo un año ha visto cómo perdía su glacis europeo mientras repatriaba tropas apresuradamente para instalarlas con sus familias en barracones y tiendas de campaña, y que, por si esto fuera poco para el hasta ayer, y todavía hoy, segundo país más poderoso del planeta, contempla el surgimiento de poderosas fuerzas centrífugas en su seno y cómo el enemigo histórico de los últimos 45 años se moviliza y despliega sus tropas a 2.000 kilómetros de sus fronteras? No sería de descartar que en los próximos días la URSS imprimiese un giro a su política sobre el Golfo y tampoco el que la endurecida postura de Sadam Husein no fuese ajena a esa expectativa.

También es sorprendente la incapacidad de la izquierda europea para diseñar, desde los Gobiernos en que está, una política alternativa a la guerra, y desde fuera de ellos, un nuevo manifiesto de Zimmerwald.

Aun sin conocer cómo se desarrollaron las conversaciones entre Baker y Aziz, cabe imaginar que se habló de la eventual utilización de armas químicas, biológicas y nucleares. Curiosamente, sobre el uso de estas últimas, todo el mundo ha preferido practicar la autocensura desde el comienzo de la crisis, sin que se sepa si las amenazas de una "acción masiva, contundente y decisiva" tienen algo que ver con ellas. ¿Habrían pensado los norteamericanos en su utilización como advertencia en pleno desierto iraquí? Por ahora, sólo algún movimiento ultra de EE UU ha sugerido abiertamente la utilización de armas atómicas.

Sin duda, los protagonistas de este drama estarán tratando de calibrar adecuadamente el alcance de sus acciones políticas y militares. Y de la escalada destructiva a la que puede llevarles esa dinámica.

Mucho menos claro resulta el preguntarse por el día después. ¿Podríamos nosotros hacerlo en forma de interrogaciones retóricas? ¿Qué quedará de la autonomía de los Gobiernos de la península Arábiga? ¿Habrá soportado el régimen de Mubarak las tensiones que para el Ejército egipcio supone combatir en el mismo bando que Israel? ¿Sobrevivirá la ONU a la casi unanimidad de estos últimos meses? ¿Quedará algo que pueda parecerse a una política norteamericana para el mundo árabe? ¿Qué sobrevivirá de Israel? ¿Habrá un holocausto palestino provocado, bien por la polarización de la guerra, bien por los ataque a Israel del propio Irak? ¿Se producirán en Occidente movilizaciones importantes contra la guerra si ésta es duradera? ¿Harán su aparición en escena las masas árabes, por ahora ausentes? ¿Acelerará todo ello el proceso de balcanización de la URSS, con sus temibles secuelas de surgimiento de diversas potencias nucleares en un ambiente de guerracivilismo?

Arthur Schlesinger recordaba recientemente las palabras del presidente Kennedy "no acorrales a tu enemigo contra una puerta cerrada", preguntándose al mismo tiempo: ¿qué hay de equivocado en una salida negociada?

El problema que hay que resolver en estos momentos no es el de cómo restaurar la situación anterior al 2 de agosto de 1990, sino el de cómo evitar la guerra mediante una solución que satisfaga a todas las partes involucradas en el conflicto: Irak, Kuwait, Estados Unidos, Israel y el pueblo palestino. Las iniciativas y propuestas diplomáticas en este sentido deberían ser incontables y, curiosamente, no se ha escuchado ninguna, excepto la muy general de una conferencia sobre Oriente Próximo.

Está claro que una solución negociada que tuviera en cuenta los derechos de los palestinos prestigiaría a Sadam Husein. Pero esto, de hecho, ya ha sucedido. El comunicado de la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU del pasado mes de diciembre apoyando esos derechos no hubiera tenido lugar sin la invasión de Kuwait.

Estados Unidos saldría igualmente prestigiado y su influencia en la zona reforzada si, además de encontrar una salida pacífica al conflicto que a la vez permitiera a Israel abandonar el estado de tensión permanente y a los palestinos un país propio, incluyera en sus propuestas para la conferencia de paz una democratización, siquiera parcial, de los regímenes de Irak y Kuwait.

Por muy abominable que resulte una agresión como la sufrida por Kuwait hace unos meses, lo cierto es que estamos ante un problema nuevo que hay que resolver. Y para ello no basta el abordarlo en términos de premiar o castigar una agresión.

En 1937, Adolfo Hitler comentó al embajador francés en Alemania: "De un conflicto entre ustedes y nosotros, el único vencedor sería el señor Trotski". Todos sabemos que se equivocó. ¿Quién será el ganador esta vez?

es director general de la Corporación Financiera Caja de Madrid.

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