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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Autoritarismo y represión

EL ASALTO de los tanques del Ejército soviético al edificio de la televisión en Vilna, la capital lituana, modifica sustancialmente la credibilidad democrática de Gorbachov, así como los métodos elegidos para resolver los conflictos con las repúblicas. Los 13 muertos que produjo el asalto, al que hay que añadir otras ocupaciones tan significativas como las del Departamento de Defensa y la Casa de la Prensa, lejos de resolver ningún problema, lo agravan hasta límites dificilmente definibles en estos momentos. Si a ello se añade el coprotagonismo de un autonombrado Comité de Salvación Nacional, de difícil justificación tras unas elecciones democráticas limpias ganadas por los nacionalistas, el panorama soviético se agrava por momentos. Hoy se entienden mejor y cobran pleno sentido las palabras de Shevardnadze en el momento dramático de su dimisión: los reformistas cuentan cada vez menos, avanza la dictadura.El giro radical del diálogo a la acción represiva del Ejército sólo puede explicarse desde una doble posibilidad: o bien el presidente Gorbachov es el responsable directo de la brutal irrupción de un Ejército que tiene sitiado al Parlamento democrático lituano, o es rehén de la cúpula militar y del KGB. Ninguna de las dos 'posibilidades liberan al líder soviético de sus responsabilidades históricas.

El caso de Lituania no es único. Refuerzos militares han sido enviados a las otras repúblicas bálticas, y con la misma justificación empleada inicialmente en Lituania: la no presentación a filas de un alto porcentaje de jóvenes en edad de hacer el servicio militar. Al mismo tiempo, en Georgia, el conflicto con la población de Osetia del Sur se agudiza, y el Parlamento de Tbilisi ha rechazado un decreto de Gorbachov que pretendía "restablecer la legalidad". Por su parte, el comandante militar de Transcaucasia, Valeri Petrikeiev, acaba de formular duras acusaciones contra los Gobiernos de Georgia, Armenia y Azerbaiyán, en los que dominan los nacionalistas después de las últimas elecciones.

Para responder a la radicalización de las tendencias independentistas en varias repúblicas, Gorbachov vuelve a los métodos de fuerza, tirando por la borda el contenido democrático de la perestroika. No parece tener ningún sentido pedir que se restablezca inmediatamente "la legalidad soviética" cuando se han aceptado unas elecciones democráticas, ganadas sin sospechas de ningún tipo por los nacionalistas. Tampoco parece tener sentido reclamar el restablecimiento de una "legalidad" cuando el nuevo Tratado de la Unión está aún en pleno debate, y exigirlo ante un Gobierno como el lituano, que afirmó reiteradamente su voluntad de separarse de la URSS.

Todo ello no invalida las críticas a determinados comportamientos nacionalistas. Ignorar que era preciso, antes de nada, consolidar el proceso democrático de la URSS no deja de ser una irresponsabilidad y una torpeza. Sin democracia no son posibles las libertades nacionales. El extremismo nacionalista, además de alimentar la indignación en el estamento militar, ha contribuido a crear una situación caótica, aprovechada por el aparato comunista para lanzar una ofensiva contra la perestroika, como se comprobó en la última sesión del Congreso de los Diputados. Ofensiva en la que aparecieron aspectos particularmente inquietantes, como el destacado papel de los militares y del KGB.

Lo más sorprendente en este nuevo curso de la política de Gorbachov es su falta de realismo. En fecha reciente, el problema decisivo del presupuesto de la URSS se ha resuelto mediante un acuerdo pactado con los representantes de las repúblicas. El propio Yeltsin aceptó un compromiso para intentar evitar una bancarrota general. El Tratado de la Unión, que se está ultimando, tiende a establecer unas relaciones nuevas entre repúblicas soberanas. Es una vía que podría mantener agrupadas, sobre nuevas bases, a las repúblicas que hoy son la Unión Soviética. Este esfuerzo, por difícil que sea su éxito, ha sido comprendido y apoyado en el plano internacional.

Nadie está interesado en que se disgregue lo que ha sido la URSS y en que aparezcan nuevos Estados con reivindicaciones nacionalistas. Pero lo que Moscú hace ahora en Lituania -y lo que se apunta en otras repúblicas- niega totalmente los principios que Gorbachov ha definido para las relaciones con las repúblicas. Argumentar con los carros de combate tiene unas muy especiales connotaciones: el recuerdo de la Primavera de Praga y de los sucesos de Tiananmen están muy presentes en la memoria de la humanidad.

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