El carnicero de la mezquita
Un imam y un funcionario del Consulado de Marruecos, asesinados a hachazos por un compatriota aún no detenido
El imam y el funcionario del consulado dormían plácidamente, envueltos en sus ropas típicamente árabes, tendidos en sendas camas de sábanas blancas. Saad Slamti, de 25 años, se aproximó a ellos con la cautela de un puma y, con un torrente de hachazos, terminó con sus vidas. El criminal dejó una nota asegurando que se iba a entregar a la policía. Pero han pasado casi tres meses y hasta ahora no lo ha hecho.
Minutos antes de las seis de la madrugada del 23 de octubre del año pasado, el operador de la centralita del 091 recibió una llamada telefónica en la que un hombre que se expresaba en castellano con dificultad logró explicarle a duras penas que se había producido un crimen. Y el comunicante añadió que tal cosa había sucedido en una mezquita de la angosta y tranquila calle del Gobernador, a tiro de piedra de la plaza de Antón Martín.La única mujer que hay entre los integrantes del grupo de homicidios de la Brigada Judicial de Madrid se encontraba de guardia aquella madrugada, por lo que fue ella quien tuvo que hacer la inspección ocular. Así, vio que el imam Hamen Zebaka, de 63 años, y el funcionario consular Thami Aziz, de 47 años, habían sido matados a hachazos. Solo el imam había hecho intención de enfrentarse al agresor, como podía deducirse de la puñalada que presentaba en el pecho y, del corte que tenía en una de sus manos. El otro marroquí ni se enteró de cómo le venía la muerte encima.
Junto a los cadáveres de los dos hombres fue hallada un hacha de regular tamaño que habitualmente era utilizada en la humilde mezquita para despedazar la carne del cordero que se vendía allí mismo a sus compatriotas. Saad Slamti, un hombre que había hecho estudios de arquitectura en su país, llevaba poco más de un mes en Madrid, y durante ese tiempo trabajó como carnicero al servicio del líder religioso, que era el encargado de matar las reses.
A escasos metros de los cuerpos sin vida de los marroquíes se encontró un pequeño cubo de plástico azul con agua ensangrentada. Sin duda, el asesino se había lavado en él las manos antes de garabatear apresuradamente la nota que dejó a los pies de los cadáveres para explicar su criminal acción. Slamti arrancó un pedazo de papel de un libro de oraciones en árabe y escribió en francés, aprovechando el menguado margen blanco: "Me pondré en contacto con la policía. Esto es un crimen político. Ellos me estaban envenenando. He cogido dinero, pero al fin y al cabo era mío".
Tras finalizar su mensaje, el autor del doble crimen se quitó el pijama que vestía y las babuchas que calzaba, posiblemente porque estaban teñidas con la sangre de sus víctimas. Después se puso unos zapatos y se vistió con la ropa que usaba en las ocasiones que iba a descargar camiones de fruta a los muelles de Mercamadrid. Salió con sigilo, sin despertar a los otros dos marroquíes que dormían en la parte superior del inhóspito local que constituía la mezquita, y cerró con cuidado la puerta de madera y cristales que da a la calle del Gobernador, por la que a esas horas no transitaba ni un alma.
El presunto asesino, un hombre con más aspecto europeo que africano, salió meses atrás de Marruecos con destino a Francia, país donde vivió una temporada antes de llegar a España. A principios de septiembre de 1990 llegó a Madrid y se hospedó en la casa de oraciones de la calle del Gobernador, donde se ocupaba de recabar donativos para el culto y de vender la carne de cordero que él mismo guardaba en un frigorífico.
Saad Slamti, el supuesto criminal, había tenido más de un rifirrafe con el difunto imam "porque éste le cobraba dinero por dejarle dormir en la mezquita y otras veces porque traía invitados", según relató uno de los marroquíes que pernoctó en el local aquella misma noche del doble asesinato. Slamti, además de no ver justo el trato que recibía de su guía espiritual, llegó a creer que éste le estaba envenenando echándole productos químicos en la comida. Un portavoz de la Embajada de Marruecos en España considera que tal cosa carece de verosimilitud y calificó al homicida de "desequilibrado mental".
Reivindicar el crimen
Treinta horas después del crimen, Slamti telefoneó a EL PAÍS para reivindicar su acción, sin saber que ésta ya salía publicada ese mismo día en todos los periódicos españoles. Durante una breve conversación en francés mantenida con Peru Egurbide, jefe de sección del área de Investigación, volvió a insistir en que el hecho tenía motivaciones políticas y acusó al imam y al funcionario consular, encargado de la supervisión de la enseñanza árabe en España, de ser realmente espías al servicio del rey Hassan II. Antes de que se cortara la comunicación, aseguró que llamaría de nuevo. Pero no lo hizo.Slamti desapareció como por ensalmo y de nada sirvieron las gestiones para localizarle realizadas por los tenaces hombres del grupo de homicidios. Sin embargo, reapareció poco después en la Embajada de Irán en Madrid, donde acudió en solicitud de refugio político, "porque él debió pensar que era el único régimen que podría darle acogida", dice el jefe de las investigaciones policiales. Los diplomáticos persas no concedieron el visto bueno a la petición del marroquí, el cual fue expulsado del territorio de la legación después de que finalizara sus rezos a Alá, hincado de rodillas. Cuando la policía se enteró de que el autor de la matanza de la mezquita estaba en la embajada iraní, ya era demasiado tarde: se esfumó y desde entonces no se ha vuelto a tener el menor rastro de él.
La Brigada Judicial de Madrid cursó a todas sus unidades policiales de España un requerimiento de busca y captura de Saad Slamti, al que describe como un hombre de 1,70 de estatura, 70 kilos de peso y pelo corto. Pero hasta ahora, casi tres meses después del doble crimen, ninguna comisaría ni puesto fronterizo ha respondido positivamente a la orden de localización y detención cursada por la policía madrileña. "Es probable que haya logrado salir de España hacia Francia aprovechando el trasiego de las navidades, pero es imposible asegurarlo al ciento por ciento", concluye uno de lo inspectores que llevan el asunto El carnicero de la mezquita ha demostrado que no es un hombre de palabra.
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