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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Criterio para el arte

AUNQUE DESDE hace unos meses existía cierta inquietud en los medios artísticos de nuestro país por lo que estaba ocurriendo en el Centro de Arte Reina Sofía, el fulminante cese de su primer director, Tomás Llorens, sin que hubiesen pasado dos años desde su nombramiento, ha constituido una sorpresa. Es cierto que el actual ministro de Cultura heredó este nombramiento, que hizo su antecesor en el cargo en las postrimerías del mismo, pero ni Tomás Llorens era un profesional desconocido, ni nadie puede reprocharle el haber ocultado sus planes desde que tomó posesión, ni, en fin, el haberlos cambiado durante su efímero mandato. De manera que no se explica cómo se ha esperado hasta ahora para el cambio, si el perfil o los planes del director destituido no se ajustaban a los criterios de la actual política ministerial para el arte contemporáneo.Por otra parte, desde 1894, fecha de la creación del primer museo estatal de arte contemporáneo, hasta la actualidad, hemos asistido a un continuo cambio de edificios y directores sin que cuajase un solo proyecto. Hay que sospechar, pues, que lo que aquí está fallando reiteradamente es el criterio político, más que los responsables técnicos o la arquitectura, ya que, al fin y al cabo, éstos dependen necesariamente de aquél. Pero no hay que remontarse a los orígenes decimonónicos de esta crónica frustración, pues basta con observar las vacilaciones producidas en el diseño oficial del Centro de Arte Reina Sofía desde 1982 para comprobar que no parece haber sido trazado por otro criterio que el dictado por las urgencias oportunistas de una convocatoria electoral (así, por ejemplo, en su precipitada primera inauguración de 1986, aún sin siquiera haberse nombrado director y tras haber arrinconado el proyecto durante prácticamente tres años) o por otros motivos cuanto menos confusos (como ahora comprobamos con el cese de Llorens, tras la segunda y no menos precipitada inauguración del edificio remodelado en octubre de 1990).

Por todo ello, ni parece lógico cifrar la solución del problema en el simple traslado de la sede del antiguo Museo Español de Arte Contemporáneo al actual Centro de Arte Reina Sofía ni en seguir enterrando miles de millones en alocadas reformas del mismo, como tampoco cabe hacerlo en el mero cambio de dirección, pues tanto el ahora súbitamente destituido Tomás Llorens como quien ha sido designada para sustituirle, María Corral, son personalidades respetadas y respetables. Por el contrario, sin una bien pensada y responsable política oficial en este desdichado sector, es seguro que España continuará sin el museo estatal de arte contemporáneo que se merece, con el agravante no sólo de una ya intolerable reincidencia en el error, sino con el de la ausencia de las justificaciones políticas que hacían comprensible que la dictadura fracasase en el intento o que simplemente se desentendiese de él.

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