Hacia la sanidad nuclear y ecológica
Aparte de cualquier crisis política concreta que ocupe los titulares de los periódicos y obligue a Gobiernos, bancos y empresarios a actuar en consecuencia, existe un problema económico general latente, cuya solución no es posible demorar por mucho tiempo, es decir, la necesidad de encontrar nuevas fuentes de energía y hacerlo sin dañar irreparablemente la biosfera. Para gran parte de las autoridades científicas y económicas en los países tecnológicamente avanzados, la energía nuclear ha parecido ser la principal respuesta. Algunos países de Europa occidental han logrado incluso un éxito notable con la energía nuclear, y en Estados Unidos, que ha tenido la experiencia más larga y problemática con la energía nuclear, muchos científicos están convencidos de que los errores de las primeras fases del diseño pueden corregirse en su totalidad; de hecho, la experiencia de Francia, por ejemplo, demuestra que la energía nuclear puede resultar limpia, segura y asequible.En este artículo deseo comentar la experiencia norteamericana en la confianza de que, a pesar de las importantes diferencias culturales entre Europa y Estados Unidos, la experiencia norteamericana pueda ayudar a evitar errores y pueda sugerir alternativas. En este caso, cuando hablo de diferencias culturales me refiero a dos factores principales, uno negativo y otro positivo. El negativo es el tradicional despilfarro de la economía norteamericana, basado en la ilusión de unos recursos ¡limitados y grandes cantidades de territorios vacíos en los cuales pueden deshacerse de los peligrosos residuos. El factor positivo es la posesión de grandes cantidades de fondos para la investigación y de científicos de gran prestigio, como el reciente premio Nobel de Física, Henry Kendall, el cual ha sido durante dos decenios el presidente de la Union of Concerned Scientists (UCS), una organización dedicada al desarme nuclear y a la protección de la biosfera.
Alrededor de un 20% de la electricidad norteamericana se genera en plantas de energía nuclear, pero los excesivos costes de su construcción y los constantes problemas de seguridad, los cuales se han ocultado parcialmente al público, han demostrado que la energía nuclear no ha sido ni limpia ni segura ni asequible. En Oak Ridge, Tennessee, donde se realizaron gran parte de los trabajos originales sobre la bomba atómica en la década de los cuarenta, tuvo que cerrarse un reactor en 1987 porque el recipiente de seguridad de acero del reactor nuclear se había hecho quebradizo con el tiempo y los efectos de la radiación. En Fernald (Ohio) una planta de procesado de uranio tuvo que cerrarse debido a pequeñas fugas de materiales reactivos a la atmósfera y a las aguas vecinas, con un alto grado de toxicidad.
En Hanford (Washington) ha existido siempre una preocupación, desde la década de los cincuenta, sobre la filtración de residuos radiactivos en aguas subterráneas y, por tanto, al suministro de agua para las cosechas, granjas y seres humanos. En 1987, en Savannah, River (Georgia) se descubrieron grietas irreparables en el recipiente de seguridad del reactor nuclear y algunos residuos tóxicos habían contaminado las aguas subterráneas que utilizaban varios Estados para el consumo. En varias ocasiones en los últimos años, los inspectores del Departamento de Energía han encontrado fugas en barriles supuestamente a prueba de fugas que se utilizaban para enterrar los desechos, que seguirán manteniendo su radiactividad durante los siglos venideros.
En todos estos casos, el envejecimiento de los metales y del cemento, así como los efectos a largo plazo de la radiación, se dejaron sentir tras un periodo de más de 30 años después de la utilización inicial de los reactores nucleares. Pero un problema constante y mayor, para el cual ningún país ni ninguna tecnología hasta ahora han encontrado una respuesta aceptable desde un punto de vista ecológico, es el problema del vertido de los residuos nucleares. Las 110 plantas de energía nuclear que funcionan en Estados Unidos producen más de 30 toneladas métricas de residuos radiactivos cada año. Aunque la mayoría tienen un promedio de vida de unos pocos años, algunos resultarán peligrosos durante varios miles de años, y ha habido personas sin escrúpulos y también ignorantes que han vertido dichos materiales a ríos o vertederos públicos, introduciéndose el veneno, inevitablemente, en la cadena de vida biológica. Por esta razón, muchos científicos opinan, y este profano también, que independientemente de todas las mejoras técnicas que se lleven a cabo en la construcción y en el funcionamiento de los reactores nucleares, la sustitución de la energía nuclear por formas de energía cuyos materiales de desecho no envenenen el planeta durante las generaciones venideras es una necesidad biológica evidente.
Desde el punto de vista de la economía energética en una sociedad industrial avanzada, existen dos aspectos del problema: aumentar la eficacia y la limpieza de las fuentes energéticas fósiles y nucleares existentes y desarrollar formas nuevas de energía no contaminante. En relación con el primer punto, Alemania y Japón utilizan únicamente la mitad de la energía per cápita que se utiliza en Estados Unidos, y, además de esta evidencia alarmante del despilfarro norteamericano, el Gobierno alemán se ha comprometido a reducir en un 25% las emisiones de dióxido de carbono entre 1987 y el año 2005. En la reciente conferencia mundial sobre el calentamiento del planeta, sólo Estados Unidos se negó a admitir una conexión directa y demostrada entre la emisiones de carburante fósil y dicho calentamiento, pero, a pesar de la retórica, el Gobierno federal ha subvencionado investigaciones para una utilización más eficaz de fuentes energéticas fósiles y nucleares, con importantes resultados positivos.
No obstante, por razones de inercia y debido a los intereses económicos existentes, durante las eras de Reagan y Bush Estados Unidos ha reducido sistemáticamente los presupuestos para investigación de aquellos laboratorios que desarrollan energía eólica, solar y geotérmica. Las turbinas impulsadas por aire llevan años utilizándose en toda la costa de California. Su aspecto no es tan bello como el de los árboles, pero producen electricidad a un coste tan sólo ligeramente superior al de las centrales térmicas alimentadas por carbón (lo más barato, pero el método con mayor contaminación directa). Dentro de algunos anos, competirán totalmente con las plantas de carbón y, además, no producen esos desechos que no se computan en las pérdidas y ganancias de las empresas carboníferas, pero que tienen que ser pagados con el dinero y la salud de los contribuyentes.
En lo relativo a energía solar, los astrofísicos difieren en cientos de millones de años en sus estimaciones sobre el futuro productivo del Sol, pero podemos decir con seguridad que durará más que el petróleo de Arabia, e incluso ser testigos del impulso definitivo de la radiactividad frente a la actual negligencia criminal de los desechos nucleares. La conversión de los rayos de sol en electricidad se realiza principalmente a través de células fotovoltaicas, que se crean con materiales semiconductores de fácil adquisición, ligeros, silenciosos y químicamente estables. Requieren poco mantenimiento y ofrecen una vida larga, útil y sin venenos.
Desgraciadamente, las baterías solares no son muy eficaces. Solamente convierten en electricidad alrededor del 20% de la luz que cae sobre ellas. Sin embargo, a pesar de la reticencia del Gobierno federal a apoyar las investigaciones en energía solar, muchos científicos están convencidos de que dentro de una década la energía solar costará menos que la electricidad producida mediante generadores de carbón.
Según el informe de la UCS correspondiente al invierno de 1990, Estados Unidos recibe actualmente el 85,8% de su energía mediante combustibles fósiles y el 6,6% de los reactores nucleares. Un desarrollo acelerado de las fuentes renovables de energía posibilitaría, hacia el año 2020, reducir la proporción de combustible fósil al 41,6%, manteniendo la parte nuclear a su nivel actual. Con la ayuda de bienes tan escasos como la paz y el comportamiento racional, y con Gobiernos que no se asusten a la hora de influir sobre la economía de mercado en aras de una biosfera sana, sería posible que la economía mundial, en conjunto, redujese en un 50% o más su dependencia actual de formas de energía contaminantes y que producen un calentamiento del planeta.
Gabriel Jackson es historiador.
Traducción: E. Rincón e I. Méndez.
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