El 'maelstrom' del Golfo / 2
El petróleo es el elemento verdaderamente inflamable que subyace en la región. Y tanto la invasión de Kuwait por Irak como la fulminante reacción de la mayor potencia occidental para sitiar al agresor, intimarlo a desocupar el territorio invadido, devolverle su soberanía y entregar los rehenes que tiene en su poder responden a esta causa.Los 26 países que forman la comunidad internacional, incluidos la Unión Soviética y los países árabes de la región, no han acudido al halalí de guerra con la misma celeridad. Sus aportes son más vales simbólicos y relativamente irrisorios.
Dan la impresión de que han venido enrolados al Golfo a cumplir un servicio más que a servir una causa. El tío Sam ha conmutado a Egipto su deuda externa. ¿No sería oportuno que todos los países deudores del Tercer Mundo se hicieran presentes en el Golfo a fin de saldar las suyas a trueque de su apoyo al confaloniero mayor? Turquía negocia dilatados créditos a cambio de lo mismo. En España, un chusco, seguramente opositor, que no ha querido dar su nombre, se permitió el chascarrillo irreverente de afirmar que el Gobierno había enviado al Golfo las tres carabelas.
Lo cierto es que lo que cuenta esencialmente en este conflicto es el dominio y el control hegemónico del petróleo. Ésta es la cuestión esencial que los comentaristas occidentales parecen omitir ensayando a darse buena conciencia con aspectos accesorios o laterales del conflicto. Es claro que la busca del control hegemónico se da con igual intensidad por parte de los países occidentales como por parte de los de Oriente Próximo. Pero además, la Administración Bush busca establecer bajo su égida el control de la región con la "balcanización" de Irak y la repartición de su territorio entre aliados mas adictos y "fórzosos", como Arabia Saudí y Turquía, y con la recuperación del emirato de Kuwait como Estado tapón.
El petróleo, materia de rapiña y de despojo, es el que va a transformar el Golfo en maelstrom apocalíptico. ¿Se hundirá el mundo en este vórtice infernal a causa del líquido fósil, cuyas reservas, no renovables, se agotarán en medio siglo?
Es este detonante el que ha prendido la mecha de la mayor parte de las guerras del siglo. Es también la causa, en el presente conflicto, de la ambigüedad e hipocresía que rezuman las proclamas y los cabildeos de los responsables de ambas partes. No hablemos de Husein, El Malo. Él trabaja en lo suyo, confiando ciegamente en el apoyo del Dios del islam. Bush, El Bueno, en cambio, responsable de la mayor potencia de la Tierra, trabaja- para los demás. Ha tomado como de su propiedad exclusiva las banderas de los derechos humanos, del derecho de gente, del derecho internacional. Se ha apresurado a asumir y cumplir plenamente el liderazgo con el que el imperio se siente ungido por su poderío material. Pero ¿y el poder moral?
¿Pueden tenerlo los responsables de una Administración cuya mejor tradición consiste en imponer exacciones a los países más débiles, que tiene un frondoso historial de intervenciones, de invasiones (las de Granada y Panamá no han sido las últimas), de injerencias de todo tipo en las relaciones internacionales?
Ultimátum
Liberados los rehenes, la condición sine qua non para entablar negociaciones, impuesta por la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, es ahora la retirada completa de Kuwait, ultimatum que vence inexorablemente el 15 de enero.
Sadam Husein se hace el desentendido sobre el punto al rojo vivo de la liberación de Kuwait. Nada dice acerca del pillaje, de los actos de vandalismo y de las ejecuciones sumarias, de los 30.000 muertos y desaparecidos que produjo la invasión. Del mismo modo que olvida con aire patriarcal la masacre anterior de los 10.000 kurdos.
En un sentido, sin embargo Sadam Husein es más generoso y amplio que la propia resolución del Consejo: su propuesta de.negociaciones plantea el tratamiento global de todos los problemas de Oriente Próximo, incluida la causa palestina, que conecta con el otro polo explosivo -el más complejo de todos- de la cuestión israelí.
Sadam Husein sabe perfectamente que de todos modos está sosteniendo una causa a medias ya perdida. No ignora que la paz que le será propuesta o, mejor dicho, impuesta por los aliados resultará inaceptable para él. Sabe que su suerte está sellada, y esto es lo que torna más peligrosa aún la solución bélica del conflicto.
Es evidente que cualquiera que sea la solución que advenga, ella implicará necesariamente la destruccion del poderío militar de Sadam Husein. Aniquilarlo es el objetivo prioritario del Gobierno y las autoridades militares de Estados Unidos; objetivo que es también el de Israel. En su propio campo -el de los países árabes y musulmanes-, sus enemigos, principalmente Arabia Saudí, Siria, Egipto y Turquía, aspiran a lo mismo. Esto supone su propia eliminación no sólo como jefe de Irak, sino también como líder de los paises árabes y musulmanes, puesto para el cuál Sadam Husein más que ostensiblemente se está postulando con el llamamiento a la guerra santa contra el demonio occidental.
En este contexto de entrecruzadas y complejas cuestiones, Sadam Husein se ha convertido en el demonio que hay que exorcizar y destruir. Pero su destrucción sólo puede producirse con el extenninio de todo su pueblo en una guerra relámpago que será incalculablemente más terrible que las del comienzo del nazismo, pero que no será fácil y fulminante como lo fueron éstas para Hitler. Tampoco quedará localizada y circunscrita en el marco de la región. La situación es trágica porque sus consecuencias van a ser desastrosas para la suerte del pueblo de Irán, de toda la humanidad.
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