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Juantxu Rodríguez, al año de su muerte

Inaugurada una exposición del fotógrafo

El hermano y los amigos del fotógrafo Juantxu Rodríguez colocaban a las 19.15 de ayer, un cuarto de hora antes de la inauguración, los últimos letreros de las fotografías que componen la exposición de éste, en el primer aniversario de su muerte, y pese a todo no tenían la garantía de acertar con la identificación. Juantxu Rodríguez, abatido por las balas de un soldado norteamerica no hace un año en Panamá, nunca creyó en el deber de clasificar sus fotos, y éstas se amontonaban, como las de cualquier otro reportero, en los cajones de su casa. La identificación, según dije ron amigos suyos, ha requerido labor y paciencia.

Si se empieza por la derecha, las fotos tienen sobre todo movimiento: un corredor entre sombras recortado contra el horizonte del mar. Un par de coches trepando por la horquilla de una curva. Un atleta cuadriculado contra una reja que lo separa de un río y, a lo lejos, de la isla de Manhattan.También ocurre en La Paz: la niebla entre los arbustos, tres ovejas, los árboles en el pozo y a su través un crepúsculo, una terraza vacía por la noche frente a una casa iluminada en lo alto de la ciudad y vacía también, un quiosco en la puerta del Sol que apenas comienza a atraer a trasnochadores o madrugadores, quién sabe. Toda una serie está dedicada al boxeo. Un hombre magullado, flanqueado por una mujer sonriente y una niña llorando. Niños corriendo por el rin mientras el boxeador se retira, abatido. Un combatiente amagando hacia su imagen en un espejo cutre, en un cuarto de baño desconchado.

América. Juantxu Rodríguez murió el 21 de diciembre de 1989 en Panamá, a causa de las balas de uno de los soldados norteamericanos que en ese momento ocupaban el país. Tenía 32 años y se había criado en el País Vasco, adonde se trasladó muy joven desde Casillas de Coria (Cáceres). Desde muy pronto fue fotógrafo de prensa y trabajó en Hierro, Deia, Tribuna Vasca, y posteriormente en Madrid colaboró en varios periódicos y revistas. Cuando murió trabajaba para un reportaje para EL PAÍS, en unión de la periodista Maruja Torres. Los ingresos provenientes del alquiler de la exposición de 65 de sus fotografías, que recorrerá varias ciudades españolas, serán destinadas a su familia al igual que los beneficios que produzca la venta de un excelente catálogo, cuya tirada inicial ha sido de 4.000 ejemplares.

Los EEUU de Rodríguez no son los que vemos en el cine. En estos el viento puede arrasar un puerto, aplastar los coches como una cólera divina y amontonar en una habitación, a contraluz, los restos de un irreconocible naufragio.

En el metro de Nueva York las miradas se esquivan, se esconden, y en una guardería una mujer abandonada al cuidado de los niños sonríe abiertamente; es la única que lo hace.

Yonquis pinchándose. Un desgraciado sujetando a escondidas una botella. Perros mostrando las encías: ésa es ya la serie de la margen izquierda, 1986.

Da igual de dónde sean, las fotos de Rodríguez enlazan con Valle-Inclán, Solana y también Buñuel: un obispo español convoca a sus fieles del Bronx con un megáfono, un rockero enarbola una guitarra en forma de hacha, una pareja hace el amor en el suelo, indiferentes a la muchedumbre que tampoco se fija en ellos, los travestis de la Castellana exhiben orgullosamente pechos de adolescentes.

La margen izquierda de la ría de Bilbao, la orilla oscura donde Rodríguez se crió, aparece de forma recurrente en una exposición que, no por casualidad, no está alineada en orden. Allí una pareja se calienta las manos en una hoguera, una mujer ordena pescados en una caja, una ninfa toma el sol, en un muelle de la ría, con el fondo de un paisaje de chimeneas y de humo.

Los personajes de Rodríguez nunca son héroes. Si hay esfuerzo es el de trabajadores del campo, acostados en el camino, después, agotados. O el de un hombre que pedalea entre el frío y el vaho hacia un trabajo escondido lejos en la ciudad. Si hay descanso, será el del hombre exhausto.

La última foto no puntea la secuencia sino que se encuentra en el medio: una ordenada hilera de cadáveres de mestizos y de mulatos chorreando sangre en lo que parece una comisaría. 20 de diciembre de 1989.

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