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La soledad y el sueño de Peggy

Cruzando el Ponte dell'Accademía, al otro lado del Gran Canal, se encuentra la sede de la colección Peggy Guggenheim de Venecia. Se trata del Palazzo Venier del Leoni, un suntuoso edificio del siglo XVIII que la millonaria norteamericana, sobrina de Solomon, adquirió a finales de los años cuarenta, como su residencia europea. Este palacio acoge la exposición Arte moderno y contemporáneo, concebida por Germano Celant, Lisa Dennison y Michael Govan -comisarios también de la exposición de Palazzo Grassi- como complemento a De Van Gogh a Picasso...Se accede al palacio a través de una torturada y sugerente cancela, obra de Claíre Falkenstein. En un rincón del jardín, algo oculta a la mirada del visitante, está la tumba de Peggy, junto a las de sus muchos perros. Casi es un aviso de que lo que allí va a verse no es el recorrido del arte moderno, sino uno de ellos, uno muy concreto: el de la senora que descansa bajo esa losa.

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Algún detalle para fijar el personaje: a partir de 1938, Peggy Guggenheim (Nueva York 1898-Venecia, 1979) empezó, por consejo de Samuel Beckett y bajo la tutela de Marcel Duchamp (quien, según cuenta Peggy en su autobiografía, le enseñó Ia diferencia entre arte abstracto y surrealista") a coleccionar obras de contemporáneos: Picabia, Braque, Mondrian, Léger, Dalí, Giacometti, Brancusi... En 1942 abrió en Nueva York la galería Art of this Century, por donde desfilarían los entonces ignorados Robert MotherweIl, Mark Rothko, Clyfford Still, Jackson Pollock. A raíz de haber llevado algunas de estas obras a la Bienal de Venecia de 1948, Peggy se instaló en Palazzo Venier.

Dimensiones humanas

La exposición que puede verse allí es de dimensiones humanas y puede visitarse sin empellón alguno. Es también una exposición de tesis: un arco tendido entre las primeras vanguardias del siglo y las últimas, particularmente de artistas italianos y americanos. Entre los primeros, Mario Merz, Giulio Paolini, Giuseppe Penone, Michelangelo Pistoletto y Kounellis (de origen griego); entre los segundos, Donald Judd, Richard Serra, Robert Morris.

Las piezas más emocionantes son las que con mayor intensidad invocan el aliento de Peggy: ese enigmático Pájaro en el espacio de Brancusi, aquella despoblada Plaza de Giacometti, ese Ángel de la ciudad (Marino Marini), a caballo y con pene erecto, que parece lanzar un torturado abrazo a las aguas del canal.

En una de las habitaciones del palacio hay un cabezal de cama metálico: se lo regaló Alexander Calder a Peggy a mediados de los años cuarenta. Ella lo colocó allí, en el que fue su dormitorio. Y sigue allí: un canto a la pasión por el arte. Una pasión que entiende poco de cifras y, en cambio, tiene mucho que ver con el sueño.

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