"Los novelistas tenemos derecho a dar nuestra visión de la historia"
Julian Barnes. Escritor
XAVIER MORET, Emprender la tarea de historiar el mundo en 357 páginas constituye un trabajo arduo capaz de desanimar al historiador más curtido. Para Julian Barnes, sin embargo, la cuestión puede reducirse a poco más de 10 capítulos. En su última novela, Una historia del mundo en diez capítulos y medio, el autor de El loro de Flaubert realiza una versión muy personal de la historia del mundo. Empieza con una original y divertida visión del arca de Noé, narrada por un polizón-carcoma que trata a Noé de "viejo bribón con un problema de alcoholismo"; se detiene después en un episodio reciente de terrorismo y reflexiona más adelante sobre una pintura de Géricault, El naufragio de la Medusa. En el último capítulo Barnes imagina un cielo democrático en el que todos los sueños se cumplen. No existen las resacas, por ejemplo, puedes hacer el amor cuando quieras y completar el recorrido de un campo de golf en 18 golpes, con un caddie llamado Severiano.
Pregunta. Su historia del mundo no es precisamente la de un historiador.
Respuesta. Creo que los historiadores acaparan demasiado la historia y pasa que los escritores también tenemos derecho a utilizar la imaginación para mostrar nuestra idea de la historia. Esta novela la escribí sin respetar las convenciones de los historiadores; es decir, no está ordenada cronológicamente, sino por temas, imágenes y motivos. Debe de ser muy seductor para un historiador tratar la historia siglo a siglo y ver cómo progresa la humanidad, pero como novelista yo veo las cosas de manera menos lineal, quizá de manera circular.
P. Los críticos han señalado, como ya dijeron con El loro de Flaubert, que Una historia del mundo... no parece una novela, sino más bien un conjunto de narraciones que podrían leerse de manera independiente.
R. Yo sé que Una historia de mundo... es una novela, porque soy un novelista y lo que escribo son novelas. Lo que pasa es que la novela debería definirse de la manera más amplia y generosa posible... Pero ya libré esa batalla cuando escribí El loro de Flaubert... De hecho, el libro puede leerse sin seguir el orden de capítulos establecido. Son historias diferentes y alguno de los capítulos cambió de orden en el último momento, pero yo lo ordené como está y me gusta que se lea como una novela. Supongo que el libro podría compararse con una pintura medieval con 12 paneles. Se puede mirar cada panel por separado y puedes creer que cada panel es una gran pintura, pero es mucho mejor si contemplas todo el contexto.
P. El humor juega un papel importante, especialmente en el primer y último capítulos.
R. El primer capítulo es deliberadamente burlesco. Es una manera de decir que mi visión de la historia será así. Creo que es un capítulo divertido, pero la historia del arca de Noé tiene también algo de cruel si pensamos en los animales que quedaron fuera. En el segundo capítulo abandoné el tono de humor, pero pensaba más en que la historia estuviera relacionada con la del arca en el sentido de que los pasajeros suben al crucero de dos en dos, como los animales. Era una manera de establecer la organización del libro y de decir al lector: hay una relación entre las historias y la verás si prestas atención.
P. Hay un curioso personaje, la carcoma, que asoma la nariz en distintos capítulos...
R. Lo de la carcoma es un chiste. Es como decir en broma: si queréis un personaje que aparezca en todo el libro, pues ahí tenéis la carcoma (ríe).
Catástrofe y arte
P. El tema que aflora como eje del libro ese e a preocupación por el arte y, más en concreto, ¿cómo una catástrofe puede convertirse en arte? En cierto modo, este tema ya había aparecido en su primer libro, Metrolandia.
R. Una de las primeras preguntas que te planteas cuando empiezas a ser novelista o a practicar algún arte es: ¿y para qué sirve? De manera muy deliberada, puse este tema en el inicio de mi primera novela, cuando en la National Gallery los dos protagonistas adolescentes observan con prismáticos la reacción de la gente ante las obras de arte. En Una historia del mundo... vuelve esta misma preocupación, pero de forma distinta. Aquí lo que me interesa es el proceso de cómo se transforma en arte una catástrofe como el naufragio de La Medusa. De hecho, ésta es una de las preguntas básicas de la novela, porque puede decirse que en el libro hay una serie de catástrofes que se transforman en una novela, aunque hay capítulos menos catastróficos. Supongo que en el capítulo de La Medusa hay dos preguntas: la primera se refiere al proceso por el que Géricault, y por extensión cualquier artista, transforma la catástrofe humana en materia de arte. La segunda es si hay alguna justificación para la catástrofe. Es decir, ¿justifica de algún modo la catástrofe el hecho de que posteriormente inspirara una obra de arte?
P. En el medio capítulo que se añade a los 10, el amor aparece corno una salvación frente a la historia. "La historia del mundo", escribe, "se vuelve brutalmente soberbia sin el amor".
R. El historiador opta por la objetividad, mientras que el novelista apuesta por la subjetividad. Creo que después de catalogar una serie de catástrofes y desastres, en algún momento tienes que salir de detrás de tu ficción y, si no sugerir respuestas, por lo menos proponer algo. Yo me pregunto: si la historia es como un camión que nos arrolla, ¿cuáles son las verdades donde buscar refugio de los efectos del proceso histórico? Y me parece que, tradicionalmente, hay tres respuestas: la religión, el arte y el amor. Pero si te parece que las verdades de la religión son falsas y que las verdades del arte no son accesibles para todos, entonces te queda la verdad del amor, que es pretendidamente universal.
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