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Despedirse de Marx

El pasado día 24 de octubre, Eugenio Trías propuso en las páginas de este periódico Volver a Marx de un modo "libérrimo y desapegado, liquidador de todo escolasticismo". La rebelde persistencia de la injusticia en el seno de las sociedades "más democráticas" del mundo justificaría este regreso. Al fracaso del modelo social, económico y político del comunismo no hay que añadirle el triunfo del liberalismo, sino la terca presencia de la miseria en ese sistema político cuyo señuelo es la libertad.Piensa Trías que un "marxismo trágico sería quizás un modo nuevo de afrontar conceptualmente una realidad marcada por la injusticia". Se trata de reivindicar la intuición marxista de "la lucha a muerte entre mundos escindidos": los ricos y los pobres.

Trías no explica en qué pueda consistir ese "marxismo trágico". Es una propuesta abierta, basada en la constatación de un hecho: la democracia liberal nunca deja de ser injusta en la práctica. Hay, pues, que redefinirla. Estamos ante una propuesta ética: el mal y el dolor nunca pueden ser justificados en razón de un determinado fin.

Esta propuesta no pasa de ser un gesto confuso: se invoca a Marx no por Marx mismo, sino porque ni la democracia liberal ni el comunismo han terminado con la injusticia. Estamos ante una postura débil: se constata un hecho real inesquivable, pero no se propone más que una actitud de "resignación trágica".

El marxismo nunca ha satisfecho sus pretensiones. Empeñarse en "volver a Marx" con cierto estilo romántico no asegura, desde luego, que esos "mundos escindidos" vayan a desaparecer. Pero, además, ese regreso tiene notables implicaciones intelectuales. Marx no puede separarse de Hegel precisamente en el punto que Trías reclama: "la lucha a muerte" entre, los poseedores y los explotados. Esa escisión de mundos es una visión cómodamente simplificada por la dialéctica, método de cuño hegeliano que Marx convierte en suyo. La dialéctica simplifica demasiado las cosas al convertir lo diverso en contradictorio: los buenos y los malos son siempre enemigos irreconciliables.

Volver a Marx es, pues, volver a un planteamiento dialéctico de la realidad. El ínstrumental que tiene para interpretarla es a todas luces insuficiente. Marx falló al elegir este método. Por eso han fallado sus propuestas. No se puede apelar a él sin situarle en su genuino contexto teórico.

Si de lo que se trata es de formular un concepto de democracia que dé razón de la terca realidad de la injusticia, habrá que ponerse de acuerdo primero sobre qué tipo de conducta política y empresarial puede ser considerada como éticamente legítima. Condenar en bloque dos sistemas políticos que se consideran antagónicos supone excluir la conducta individual como fuente de referencia ética. Y esta referencia ética personal puede ser tan peligrosamente sometida a un fin como los propios sistemas políticos: la cuestión fundamental estriba en el sentido de la libertad individual, no en la, consagración de un determinado concepto de libertad como principio organizador del sistema político.

El determinismo histórico y económico de Marx es una consecuencia necesaria de su método y de sus puntos de partida. Lo que hay que discutir son las cuestiones pendientes de la justicia y la desigualdad, no unas intuiciones que no dan razón de la experiencia, sino que la encorsetan a prior¡.

Los ciudadanos de la Europa central no parecen estar de acuerdo con el señor Trías. La experiencia del socialismo real todos la consideramos errónea. Marx encierra una pretensión de totalidad de la que no se puede prescindir sin perder sus intuiciones fundamentales. Es. el sistema entero el que ha fracasado. Un regreso light a Marx es puro epígono. La experiencia de aplicación de su pensamiento y la insuficiencia teórica de su método parecen razones más que suficientes para buscar nuevas formulaciones de la democracia y la igualdad social. Habría que preguntarse, por tanto, si no es ya el momento, no de volver a Marx, sino de despedirse de él.

Ricardo Yepes Stork es profesor de Teoría del Conocimiento de la Universidad de Navarra y director de Atlántida, Revista de Ciencia y Humanidades.

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