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Opereta en Panamá

Dolorosa transición hacia la democracia a los 11 meses de caer Noriega

Antonio Caño

Si en el trópico la política tiene siempre un aire carnavalesco, Panamá eleva a ciencia esta sensación. Después de 20 años de régimen militar en los que el país se movió al capricho del general de turno, Panamá vive ahora, 11 meses después de la caída de Manuel Antonio Noriega, una dolorosa transición hacia la democracia en la que se mezclan los esfuerzos serios por reconstruir la nación con escenas de una mala comedia.

En 11 meses de democracia se han dado episodios suficientes para que la población comience a dudar de la capacidad del Gobierno para sacar al país de la destrucción en la que quedó tras el régimen de Noriega y la invasión norteamericana del 20 de diciembre de 1989. La popularidad del presidente Guillermo Endara ha descendido considerablemente, y hoy es improbable que pudiera ganar unas elecciones.En 11 meses de democracia se han conocido tres relevos al frente de la nueva Fuerza Pública; el último, el del coronel Eduardo Herrera, envuelto en un inverosímil caso de intento de golpe. Herrera está en la cárcel acusado de conspirar contra el Gobierno, pero nadie cree que 10.000 policías que sólo tienen pistolas intentaran un golpe con 12.000 soldados norteamericanos en sus bases.

El caso de Eduardo Herrera, pariente de Omar Torrijos y el militar mejor vinculado a EE UU, se ha complicado con desapariciones de testigos claves, noticias sobre grupos guerrilleros invisibles e implicaciones directas e indirectas de la Embajada de Estados Unidos.

Todo conforma el escenario propio de una opereta. Un país donde al principal preso político de su historia, el coronel Luis Córdoba, acusado de la muerte de Hugo Spadafora, se le permite, salir de la cárcel sin escolta para atenderse un dolor de muelas; donde la primera dama acude vestida de india kuna a la Asamblea General de la ONU para escuchar el discurso de su marido; en el que medio millar de ciudadanos de origen chino se sienta ante las puertas de la Embajada de EE UU para reclamar pasaportes norteamericanos; y donde los principales bancos del mundo llevan la bandera del progresismo y el nacionalismo en una dura batalla con EE UU en defensa del secreto bancario, es un país que corre el peligro de no ser tomado en serio.

Misión imposible

Pero en este mismo país en el que la mitad de las plazas hoteleras están ocupadas por miembros de las agencias norteamericanas, como la CIA (espionaje) y la DEA (antidroga), y donde se discuten negocios de venta de armas en las mesas de los mejores restaurantes, en este país apasionado que apenas ha llegado a su pubertad política viven también dos millones de personas que trabajan por una transición democrática en las peores condiciones imaginables.El ministro de Gobierno y Justicia, Ricardo Arias Calderón intenta crear una policía desmilitarizada pero eficaz con un presupuesto de menos de la mitad del de las extintas Fuerzas de Defensa. Al mimo tiempo trata de poner orden en una justicia desprestigiada y saturada por 14 000 denuncias en menos de un año. Arias realiza también un esfuerzo por mantener la unidad de la coalición que dirige el país, amenazada por las fuertes diferencias de los tres partidos que la integran y la falta de autoridad de Endara, a quien su matrimonio con la joven Ana Mae y sus repetidas salidas de tono han convertido en centro de la ironía popular.

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La imagen de Endara se ha visto gravemente afectada por el escándalo de su participación con accionista y como secretario ejecutivo en el Banco Interoceánico, denunciado por la DEA como uno de los implicados en el lavado de dinero del narcotraficante colombiano Gonzalo Rodríguez Gacha, muerto este año en un enfrentamiento con el Ejército. Endara ha salido disminuido políticamente de este suceso, pero no parece que su cargo esté amenazado por el momento, a menos que Estados Unidos decida ejercer presión en ese sentido.

El Gobierno panameño ha tenido un éxito relativo al tratar de levantar una economía devastada sin contar todavía con la esperada ayuda de Estados Unidos. El estado panameño sigue todavía siendo una empresa en bancarrota, pero ha conseguido una recuperación del 6% este año sobre el retroceso del 22% que sufrió en el último año de Noriega.

La diversificación del poder, antes concentrado en las manos militares, ha diversificado también la corrupción, pero no la ha eliminado. Un empresario español que estos días probaba fortuna en Panamá se quejaba de que, para tener posibilidades de éxito, tenía que soltar sobornos en los tres partidos de la coalición.

Panamá sufre, además, los inconvenientes de cualquier democracia virgen. La gente está alarmada por el crecimiento de la delincuencia y por la falta de orden en la administración y en el país. El Gobierno trata de contener los ánimos revanchistas de una población sin educación democrática que no entiende que la ley proteja a los antiguos colaboradores de Noriega y que se desmoraliza por las muestras de inexperiencia y de división de los nuevos gobernantes.

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