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La 'carterización' de George Bush

Vertiginoso descenso de la popularidad del actual presidente como consecuencia de sus indecisiones y titubeos

Contra todo pronóstico, el barco George Bush comienza a hace agua. Hace escasamente un mes, el 41º presidente de Estados Unidos parecía dirigir firmemente la nave del Estado. Bien es verdad que, en el frente interior, el sucesor de Ronald Reagan no había cosechado grandes triunfos y que un Congreso dominado por los demócratas le echaba abajo o retenía sus más Importantes propuestas legislativas. Pero su palmarés en política exterior -nueva relación con la Unión Soviética y establecimiento de un frente mundial frente a Irak- era lo suficientemente brillante como para suplir las deficiencias en política doméstica.

En menos de cuatro semanas, el panorama ha cambiado radicalmente. Bush ha chocado con un iceberg que amenaza con hundirle políticamente y con eclipsar todos los logros indiscutibles en política exterior. El iceberg no ha sido otro que un paquete de medidas fiscales destinadas a reducir el astronómico déficit presupuestario norteamericano en medio billón de dólares en los próximos cinco anos por medio de una combinación de reducción del gasto y de subida de impuestos.Su forma de encarar las negociaciones con los líderes parlamentarios y sus continuos cambios de opinión sobre el conflictivo tema del aumento de la presión fiscal directa se han traducido en una pérdida de entre 20 y 25 puntos en sus niveles de popularidad del pasado septiembre. De una media de asenso popular que a finales de septiembre superaba los 75 puntos, Bush ha bajado a 50, una cota todavía respetable después de dos años en la Casa Blanca, pero indicativa de un descenso continuo que puede derivar, si no se le pone coto, en una caída vertiginosa.

Todos los analistas coinciden en que el gran perdedor en el debate parlamentario sobre los presupuestos ha sido Bush, que ha soportado la humillación de tener que sacar adelante en las cámaras una ley presupuestaria con los votos favorables de la oposición demócrata y los votos en contra de los diputados y senadores de su partido.

Pero más grave todavía es la resurrección, en el lenguaje de comentaristas políticos, de la acusación de flojo, indeciso y titubeante, resumida en inglés con el término wimp, que pesó como una losa contra Bush durante su campaña presidencial de 1988, y que, como consecuencia de la invasión de Panamá y del despliegue militar en el Golfo, parecía enterrada definitivamente.

La pesadilla de un presidente wimp ha resucitado y se refleja en todos los comentarios de los medios de comunicación. Hay quien, como Eleanor Clift en Newsweek, se pregunta si no habrá un nuevo Jimmy Carter -la peor ofensa que se le puede hacer al actual presidente- en la Casa Blanca. "Ser carterizado significa manifestar una debilidad rayana en el ridículo, y eso es lo que le está ocurriendo a George Bush", escribe la comentarista en un de rrioledor artículo titulado La 'carterización' de Bush.Por su parte, el influyente George Will, cuyos comentarios son la biblia para el ala derecha del Partido Republicano, acusa Bush de frivolidad y de falta de principios en el Newsweek de esta semana con esta frase: "Nunca en la historia de la presidencia norteamericana se ha producido una desproporción tan absurda entre la pasión de un presidente y la importancia social de ese apasionamiento". Y en referencia a una reciente revelación de Bush de que se encuentra más a gusto rewlviendo problemas de política exterior que interior, conclu ye: "Es posible que [el presidente] pueda realizar su sueño implícito: convertirse esencialmente en un secretario de Estado".

Críticas republicanas

Pero las críticas -y qué críticas- a Bush no sólo provienen de la prensa canallesca. Hace sólo 10 días, los candidatos republicanos a senadores y diputados recibieron un memorándum en el que se les recomendaba distanciarse de las posiciones adoptadas por Bush en el tema de la subida de impuestos, "No dudéis en oponeros en vuestra campaña electoral a la postura de Bush", decía el memorándum, que provocó infartos en la Casa Blanca. Lo increíble es que el documento estaba firmado por Ed Rollins, coriresidente del Comité Nacional del Partido Republicano, la formación política en la que Bush ha militado toda su vida.La acusación principal que Bu,sh sufre estos días es la de falta de liderazgo, una ausencia de autoridad total con su propio partido, que se le rebeló durante las negociaciones entre la Casa Blanca y el Congreso y votó en contra de las medidas recomendadas por Bush por considerarlas una traición a la promesa electoral hecha por el presidente, y que se resumió en la famosa frase "Read my lips, no new taxes" ("Os prometo firmemente que no habrá subidas de impuestos").

Para los republicanos, el 26 de junio de 1990 es un día negro. En esa fecha, Bush, ante el anuncio de que, si no se atajaba, el déficit de este año alcanzaría los 300.000 millones de dólares, rompió su promesa electoral y puso en el tapete de la negocia ción la posibilidad de que se au mentaran los impuestos directos o indirectos. Sus dificultades con su propio partido y con el país en general comenzaron ese día, y aumentaron progresivamente a medida que la oposición demó crata, crecida ante los titubeos y las indecisiones del primer man datario, incrementaba sus exigencias en las negociaciones.

Dramático discurso

De nada sirvió que Bush apelara directamente a la nación en un dramático discurso televisivo -un recurso utilizado siempre con éxito por Ronald Reagan- para que presionara a sus representantes parlamentarios a favor de una votación favorable del paquete presupuestario. En la primera votación de la ley presupuestaria laboriosamente elaborada por una comisión restringida de los líderes parlamentarios, la rebelión de diputados y senadores demócratas y republicanos contra sus jefes de fila fue total. La ley fue echada abajo en las dos cámaras. El segundo proyecto de ley fue sacado adelante después de que Bush se plegara casi totalmente a todas las exigencias demócratas, con los votos favorables de la oposición y los votos negativos de casi todos los congresistas republicanos.El daño al prestigio presidencial ha sido considerable no sólo en Washington, sino en las capitales mundiales, muchos de cuyos líderes se han comenzado a preguntar en privado si un presidente incapaz de controlar a su propio partido será capaz de mantener una coalición mundial contra Irak.

El termómetro inmediato para medir el desgaste de Bush y de los republicanos ante la crisis de la presidencia lo dará el resultado de las elecciones legislativas que se celebran pasado mañana (martes 6 de noviembre). Los demócratas, que ya tienen mayoría en las dos cámaras, están convencidos de que aumentarán su ventaja tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, un resultado que, en caso de confirmarse, no hará sino aumentar las dificultades de Bush para conseguir la aprobación de sus medidas legislativas por un Congreso adverso.

Encuestas adversas

La pérdida de prestigio presidencial se ha convertido desde hace dos semanas en el tema favorito de los humoristas en las viñetas de los periódicos. Una de las más crueles y significativas fue publicada hace días por el Atlanta Constitution, uno de los grandes periódicos del Sur. En ellas se puede ver a un Bush entristecido leyendo las encuestas adversas, y a su vicepresidente, Dan Quayle -uno de los políticos con menor nivel de aceptación en Estados Unidos-, que trata de consolarle con la frase: "Si te portas bien te incluiré como segundo en la candidatura presidencial de 1992".

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