Un as en la manga
La gran expectación de público que rodeó el concierto de Sonny Rollins estaba justificada porque hacía ocho años que no actuaba en Madrid. En aquel entonces triunfó superando las no pocas incomodidades del Palacio de los Deportes, pero se confiaba en que en esta ocasión el teatro Monumental albergara con más ventajas al sexteto del que para muchos es el mejor saxofonista del momento. Sin embargo, errores infantiles perturbaron el desarrollo de un concierto que contaba con sobrados alicientes como para merecer mayor atención en detalles de tanta importancia como las luces o el sonido.Rollins triunfó a lo grande, imponiendo su portentoso poder de comunicación y su generoso derroche de energía ante un público que terminó entregado y que le dedicó, en pie, encendidos aplausos de reconocimiento. .
Sonny Rollins
Teatro Monumental. Madrid, 31 de octubre.
Rollins es un grande del saxófono que cuenta con sobrados recursos para encarrilar a los recién llegados a su arte con un repertorio bailable a base de calypsos, valses y canciones populares, y al mismo tiempo dulcificar la mirada mitad escéptica y mitad dolida de sus seguidores de antaño, reticentes a aceptar sus últimos devaneos.
Para esto le basta sacar un as de la manga en forma de temas antiguos como You, que grabara con los Contemporary Leaders en 1958, o recordar a Rodgers y Hart en su deliciosa canción Falling in love with love. Pero estos guiños de complicidad a los aficionados nostálgicos son debilidades del momento, porque él sigue joven, pleno de facultades y dispuesto a desterrar recuerdos que le pesan como una losa y que le someten a una constante comparación, no siempre ventajosa, con su pasado.
En su concierto del Monumental, Rollins lució sus no por conocidas menos llamativas cualidades: una imaginación melódica aparentemente inagotable, una valentía armónica casi suicida y un sonido vigoroso y versátil que le permite expresarse en idiomas que van del bop al pop sin traumas ni desajustes. Además, contó con dos viejos conocidos, el batería Al Foster y el bajista Bob Cranshaw, en una sección rítmica que no se limitó a acompañar remolcada por el torrente continuo del saxófono, como otras que ha tenido Rollins anteriormente, sino que le acució, le aportó ideas y le elevó por encima de la vulgaridad cuando el material interpretado se volvía endeble.
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