El más grande
Le ocurrió a Marcial Lalanda con su pasodoble -"Marcial, eres el más grande"-, lo mismo que al veterano Matías Prats con el gol de Zarra en Maracaná. El propio Marcial nos lo decía: "Desde que lo compuso el maestro Martín Domingo, hace ya casi medio siglo, no ha pasado ni un solo día sin que alguien me mencionara el pasodoble de una u otra forma y, francamente, ha llegado a cansarme"." Marcial, eres el más grande...". Lo fue, dentro de su personal concepto de la tauromaquia. Para Marcial, la tauromaquia era lidia, y el desarrollo de la lidia, técnica, que, naturalmente, no podía ejecutarse sin valentía. El arte -en el sentido de interpretar con sentimiento las suertes- lo consideraba un ornato innecesario y a veces engañoso porque -comentaba- "algunos toreros pretenden encubrir mediante gestos y posturas sus carencias técnicas y su falta de valor".
Se trataba, por supuesto, de una opinión, tan válida como la contraria, pero avalada por quien se ganó el título de maestro a lo largo de dos décadas -años veinte y treinta- que, a juicio de muchos aficionados y tratadistas, constituyeron la cumbre del toreo, y también en la época de transición -comienzos de los años cuarenta- que ya anunciaba la hegemonía del manoletismo. No deja de ser paradójico, sin embargo, que torero tan dominador, cartesiano y sucinto, fuera el creador de un lance tan floreado, barroco e imaginativo como el quite de la mariposa, en cuya impecable realizaciónnadie ha conseguido igualarle. Se retiraba del toreo Marcial Lalanda y simultáneamente irrumpía Pepe Luis Vázquez, otra de las glorias de la tauromaquia, que precisamente este año celebra las bodas de oro de su doctorado. Marcial salía en triunfo de Las Ventas y los aficionados, que le despedían con emoción, comentaban: "Menos mal que hay relevo: este rubito sevillano viene pegando". El propio Marcial, al verle torear, había pronunciado aquel famoso: "¡Ahí queda eso!". Se equivocaban los aficionados, una vez más. El rubito, que, efectivamente, venía pegando, militaba en otra órbita de toreo, y también resultaba paradójico el comentario admirativo del maestro hacia un estilo que tanto distaba del suyo. Posiblemente en la síntesis de losdos estaba esa perfección que la dinámica de la Fiesta busca afanosamente desde sus orígenes y quizá jamás llegue a alcanzar.
Cuando, hace dos inviernos, le entrevistamos en una cafetería de la madrileña calle de Martínez Campos, muy cerca de su domicilio, Marcial Lalanda mantenía firmes sus convicciones sobre la tauromaquia e insistía en que torear es técnica, mientras todo lo demás se queda en superfluo ornato. Y lo manifestaba con vehemencia. En su retiro tranquilo y feliz, Marcial Lalanda hablaba maravillosamente de toros, consideraba la profesión de torero un sagrado ministerio, vivía con pasión los avatares de la Fiesta y seguía siendo el más grande, pues su maestría lidiadora no la ha conseguido nadie.
Babelia
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