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Rehenes en Irak

El regreso a España de los 15 últimos ciudadanos españoles que quedaban como rehenes en Irak no sólo ha puesto fin a la angustia vivida por estos conciudadanos y sus familias, sino que nos ha permitido a todos lanzar un inmenso suspiro de alivio. Es, por consiguiente, una magnífica noticia. Pero una vez dicho esto hay que agregar inmediatamente que el drama de estos 15 conciudadanos no está al margen del drama general que se está viviendo en la zona del golfo Pérsico y, en general, del Oriente Medio. En definitiva, eran rehenes porque el Gobierno de Irak los había secuestrado y los mantenía como tales. Y como es bien sabido, los rehenes sirven para que el secuestrador negocie con ellos -es decir, con su vida- para conseguir determinados objetivos. Ni su secuestro ni su liberación son, pues, gratuitos, y su libertad no es ninguna muestra de magnanimidad del secuestrador ni ninguna legitimación de la conducta y los propósitos de éste.La partida que se está jugando en el Golfo es de tremendas dimensiones. Se trata, en definitiva, de saber si una vez acabada la fase de un orden y de una paz mundiales basados en el equilibrio militar entre los dos grandes bloques del Este y del Oeste se puede garantizar la paz de otra manera frente a amenazas que pueden surgir en cualquier lado y en cualquier momento y que pueden afectar a todo el sistema mundial de relaciones. En el caso del Golfo se puede decir, incluso, que el problema clave no es Kuwait, sino la posibilidad de que un país cambie por su cuenta las fronteras y las soberanías existentes contra la voluntad de los organismos internacionales y sin más recurso para impedirlo que la guerra. Hasta ahora los llamados conflictos regionales o se agotaban en sí mismos o se acababan subsumiendo en la lógica del conflicto Este-Oeste, es decir, se controlaban a través de la lógica de los bloques, con todas las injusticias y contradicciones que esto conllevaba. La novedad del conflicto del Golfo es que ahora una potencia regional -para seguir utilizando los términos convencionales- suficientemente armada y con posibilidades de convertirse en potencia nuclear puede provocar cambios sustanciales en el sistema mundial. La frontera entre el conflicto regional y el conflicto mundial se desvanece, y lo que se trata de saber es si es posible o no establecer algún sistema de control y de garantía sin tener que recurrir a la confrontación militar ni a la intervención caso por caso.Frente a este problema fundamental, lo que constatamos es que la ONU, por vez primera, asume su papel de institución capaz de garantizar la paz mundial. Pero lo asume con los instrumentos de antes y sin ninguno nuevo que en el plano político y en el militar le permita garantizar por sí misma y de manera eficaz la paz y el orden mundiales. Y, ante esta carencia, lo que de verdad actúa son los mecanismos de antes: Estados Unidos envía sus fuerzas, el Reino Unido le secunda, Francia intenta actuar como potencia diferenciada de las dos anteriores, los países de la Comunidad Europea comprueban que no tienen mecanismos militares adecuados para la nueva situación y recurren a una presencia casi simbólica, y la potencia del antiguo bloque del Este, la URSS, intenta sumarse al nuevo concierto mundial utilizando los restos de su fuerza anterior como cabeza de bloque pero sin capacidad de una acción militar propia.

Así están las cosas. Y la alternativa en juego es bien simple: o esta presión internacional tiene éxito y obliga a Irak a retroceder o no tiene éxito y la invasión de Kuwait se consolida como un hecho consumado, con lo cual desaparecen todas las posibilidades de controlar otros estallidos semejantes. Y dado que esto último sería a la corta y a la larga catastrófico, la alternativa se reduce todavía más y consiste en saber qué fuerza deberá alcanzar la presión para tener éxito y doblegar al Gobierno de Irak. Como es sabido, la ONU y los países europeos en general insisten en que el embargo puede y debe ser suficiente. Pero la conclusión es también conocida: para que el embargo sea suficiente debe ser real, total y efectivo. Si no lo es, el embargo fracasará. Y si fracasa no quedará más medio de presión que la guerra.La verdad es que cada día que pasa el peligro de guerra es mayor porque el embargo no produce los resultados apetecidos. Y no los produce, entre otras cosas, porque la persistencia de la situación actual agudiza otros conflictos existentes en la zona y ahonda algunas de las principales contradicciones del mundo actual. La horrible matanza de ciudadanos árabes en Jerusalén es la expresión más brutal de esa agudización de los conflictos no resueltos en la zona. Pero no es la única: ahí está Siria cobrándose en Líbano los servicios prestados contra Irak. Ahí está Turquía pidiendo facilidades de la Comunidad Europea a modo de compensación. Ahí está la especulación sobre el precio del petróleo, que revela las contradicciones más profundas de la economía de mercado y muestra la debilidad de los países desarrollados que dependen de esta fuente de energía. Y ahí está, también, el déficit exterior de Estados Unidos, que hace cada vez más difícil mantener el gasto de estacionamiento de sus fuerzas en la zona del Golfo. Estos conflictos y estas contradicciones debilitan la presión contra Irak, y los gobernantes de este país esperan que acaben jugando a su favor si ellos pueden aguantar el embargo.

Éste y no otro es el contexto en que debe situarse el drama de los rehenes. En definitiva, los rehenes son otras tantas monedas de cambio para intentar romper el bloqueo, para acentuar las contradicciones en el campo de los países que lo imponen y para ganar la actual confrontación mediante la división del adversario. Es bien sabido, por ejemplo, que las embajadas de Irak en los países que tienen ciudadanos retenidos como rehenes en aquel país multiplican las ofertas para vender rehenes -no en el sentido económico del término, naturalmente, sino en el político- con el objetivo de romper la cohesión de los Gobiernos y las fuerzas políticas que apoyan el bloqueo, de deslegitimar el propio bloqueo y de impulsar movimientos de opinión contrarios a éste. Naturalmente, pueden encontrar interlocutores de muy diverso tipo, desde personalidades e instituciones sinceramente dedicadas a una labor humanitaria que saben que sólo ellas están en condiciones de liberar rehenes hasta arribistas que van a promocionarse por diferentes motivos, pasando por políticos que entienden la cuestión como un elemento más de la política interior y de la confrontación partidista. El problema es que puede resultar difícil distinguir a unos y a otros, porque todos pueden confundirse en el mismo juicio positivo global si el resultado es la liberación de rehenes, o también en el negativo si se fracasa en el intento. Y al cabo, no queda más mecanismo para distinguir unas intenciones de las otras y separar el grano de la paja que esperar lo que viene después, es decir, ver cómo utilizan o dejan de utilizar el resultado obtenido.

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La cuestión es, desde luego, delicada porque están en juego vidas humanas muy concretas. Nadie puede alegrarse de que se recurra al chantaje de los rehenes y por eso nadie puede poner obstáculos a la liberación de éstos. Pero precisamente porque se trata de rehenes, es decir, de ciudadanos secuestrados por un Gobierno, nadie debería utilizar su liberación como una forma de exculpar al secuestrador ni deslegitimar a los Gobiernos y a las fuerzas políticas que luchan por reducirlo sin recurrir a la guerra. En definitiva, si estos Gobiernos y estas fuerzas políticas fracasan en el empeño, es decir, si fracasa el bloqueo como medio de presión, la alternativa es nefasta, se coja por el lado que se coja: o la guerra o la aceptación del hecho consumado. Ambos extremos de la alternativa conducen a lo mismo: a la destrucción de las posibilidades de asegurar la paz en un mundo que ha cambiado abruptamente.

Jordi Solé Tura es diputado socialista y presidente de la Comisión Constitucional del Congreso.

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