Los delfines
"Y por enternecer aquel diamante / sobre un pescado azul llegó cantando"Yo iba contemplando los saltos alados de los maravillosos delfines que seguían la popa de El Mendoza, el barco que atravesaba el estrecho de Gibraltar y nos llevaba a la Argentina para vivir allí desterrados más de 24 años.
Los delfines. Siempre recordaré su compañía misteriosa y musical como mi última visión de España antes de entrar en un océano infestado por submarinos alemanes. Era sorprendente. Sentí cómo durante toda la tensa y larga travesía nos acompañaban, tan bellos, tan elásticos, tan puros y armoniosos. Nunca los he olvidado. Eran tersos, brillantes, como flautas griegas del mar. Tenían una belleza sonora, de instrumentos amorosos portados de las ondas. Ellos aplacaban nuestro temor durante el peligro del recorrido. María Teresa, defendiendo del viento el pañuelo azul de su cabeza rubia, los señalaba desde la cubierta, y sentíamos el gozo de verlos saltar como seres prodigiosos, y como signos, a la vez, de nuestra tristeza.
Los he vuelto a ver. En un pequeño barco, con unos amigos, aparecieron de nuevo, hace unos días, entre las aguas del estrecho de Gibraltar, después de 50 años de mi viaje en El Mendoza. Y una emoción semejante, y una mezcla de dolor y de gozo parecida a la de entonces, llegó con sus súbitos relampagueos, con la línea feliz y vibradora de sus melodías. Tuve de pronto la sensación de dejar otra vez España, de que los delfines, al saltar cantadores tras la popa, volvían a acompañarme hacia una nueva separación. Pero venían, como sonidos elevados del mar, con una presencia luminosa y distinta. Venían, jugueteando, a través de las ondas del Mediterráneo fundidas a las del Atlántico, haciendo las delicias del paseo.
Los egipcios y los griegos reconocían en los delfines la encarnación de una divinidad. El Oráculo de Delfos habría sido originariamente una mujer delfin, y las primeras civilizaciones, como Babilonia y Mesopotamia, fueron creadas por dioses delfín. Me contaron que van en direcciones y que caen con frecuencia en estados meditativos.
No puedo muchas noches deshacerme de su presencia. A menudo mi sueño está cruzado por grandes y luminosos saltos de delfines, prolongados por signos o silbidos musicales que me sumen en un duermevela que se prolonga hasta el amanecer. Estos saltos me llevan a recordar viejos episodios de mi vida, y sus sonidos me traen otros sonidos.
Fue a Dámaso Alonso a quien se le ocurrió que yo estudiase los sonidos de la lengua castellana. Nos sentábamos en un banco de hierro del paseo de Recoletos, y allí me enseñaba las leyes de la fonética, y me hacía distinguir, por ejemplo, los fonemas africados de los fricativos, y me llenaba de términos que, antes que nada, me divertían. "Todo poeta", solía decirme, "debe tener conocimientos de lingüística para conocer el mecanismo íntimo de las palabras". Pero yo, que había dejado el bachillerato en el cuarto año, no me sentía nada propicio a estudiar metódicamente ninguna nueva asignatura, y así terminábamos recitando a nuestro gran amor de entonces, que era Luis de Góngora, en sus Soledades, y en las titánicas y arquitectónicas estrofas de la Fábula de Polifemo y Galatea. Nada tan maravilloso como decir en el aire de la mañana: "Los dulces dos amantes desatados", o aquella mágica estrofa en la que dice: "Que espejo de zafiro fue luciente / la playa azul de la persona mía".
Dámaso, tierno y con un finísimo sentido del humor, empezaba a convertirse en el monstruo de sabiduría y erudición que fue luego, y recuerdo siempre sus palabras y las imágenes que rodearon nuestra amistad, con la frescura y la intensidad que poníamos al encontrarnos.
Estos días estoy trabajando en las ilustraciones de una edición de su libro Los gozos de la vista, que está repleto de figuraciones y cambios visuales: "Azul. / Azules que te velen, en el mar, en el cielo, / tu inocencia, extendida entre el aire y las aguas,/ la siesta de ese sueño con que soñaste el mundo".
Después de nuestra antigua amistad, me unen a Dámaso Alonso la seducción de las formas y los colores, el amor a la plástica y a las transformaciones de las imágenes, mientras busco un lenguaje lineal para dibujar sus poemas: "Matices / de raso o jaspe, alegres variegados, calientes / claroscuros. Los choques, en destellos y chispas / de diamantes y sol".
También mi poesía. la siento ahora más convertida en rasgos visuales, traducida a una representación más gráfica, más para los ojos, para su lectura por medio de trazos y manchas de color.
Y siento, en medio de estos rasgos, la delgadez musical y alada de los delfines, sus silbidos infantiles y sus saltos armónicos y prodigiosos arrastrando la voz del oleaje.
"... Y por enternecer aquel diamante / sobre un pescado azul llegó cantando".
Copyright 1990. Rafael Alberti.
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