Vértigo
Veo la noche de la unidad alemana por televisión, y la escena me evoca poderosamente otra noche heladora: la del 17 de noviembre de 1989. Estábamos en Leipzig, que había sido, y a la sazón aún era, el centro de la revolución contra Honecker. Cientos de miles de personas se apretujaban en la plaza Karl Marx haciendo crujir el suelo escarchado. El muro acababa de caer y todos tenían la cabeza llena de dudas y el corazón de sueños. Súbitamente, un pequeño grupo comenzó a gritar el viejo lema: "Alemania, una sola patria". La muchedumbre se agitó como un juncal al viento, siseando su desacuerdo con la frase: era la primera vez que alguien se atrevía a decir tal cosa en público.Veo ahora la televisión y me siento otra vez en Leipzig: es el mismo gentío, la misma y emocionada convicción de estar creando historia. Y, sin embargo, ¡han sucedido tantas cosas en estos 11 meses! Veo la fiesta de la unidad y pienso en mis amigos de la RDA, que un día creyeron en la posibilidad de construir una sociedad con lo mejor del Este y del Oeste. Pienso en la República Federal de Alemania, zampándose con avidez de ogro, de una sola sentada, a su hermana pequeña. Pienso que entonces festejábamos el fin de la guerra fría y que ahora nos vamos a zambullir en la caliente. Pienso en Pepe Fuica, un chileno entrañable que vivía en Leipzig y que nos sirvió de Intérprete a todos los periodistas españoles que por allí pasamos. Pepe, que era un antiguo comunista y había sido torturado bárbaramente en Chile, se mató a lomos de un coche unos meses después de caer el muro, poniendo un absurdo final (todas las muertes son absurdas) a una vida durísima. Pienso, en fin, en el año escaso que ha transcurrido desde aquella plateada noche de noviembre y me marea la aceleración de la historia y de la vida. Y al final sólo hay vértigo y ese fino polvillo que deja tras de sí, como único residuo, el viento imparable de los tiempos.
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