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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las dos riberas

CABE SALUDAR como un gran acierto que el rey Juan Carlos inaugure la conferencia que hoy se abre en Mallorca sobre los problemas ecológicos del Mediterráneo, con la participación de los 35 países miembros de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), además de Israel y siete países árabes. La presencia del Rey es la mejor manera de poner de relieve el interés muy especial con que España contempla la conferencia, en cuya preparación ha trabajado intensamente. Convocada por la CSCE como una reunión específica, sobre el tema de la ecología mediterránea, todo indica que, a la vista de las implicaciones para la zona del conflicto del Golfo, su desarrollo va a alcanzar gran trascendencia política.Dos aspectos se destacan como ejes de la conferencia. Primero, el medioambiental. Las campañas del profesor Cousteau y de Greenpeace, entre otras organizaciones ecologistas, han llamado la atención sobre el angustioso deterioro que está sufriendo un mar que ha sido cuna de la civilización tanto cristiana como musulmana. Es hora de que los problemas del medio ambiente, cuyo deterioro exige iniciativas multinacionales, ocupen un lugar de primera fila en los foros internacionales.

Por otra parte, Mallorca será teatro de un encuentro sin precedentes de gobernantes europeos con los representantes de países de la cuenca meridional del Mediterráneo. Y será por ello el lugar más adecuado para que las diplomacias española e italiana den a conocer un proyecto cuidadosamente preparado para poner en marcha un proceso de acercamiento político y económico inspirado en el ejemplo europeo, tan positivo, de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación. Ya en la cumbre de Dublín de abril pasado, los jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Europea subrayaron "la importancia de la dimensión mediterránea de la CSCE". Para avanzar en esa dirección ha trabajado activamente la diplomacia española, a despecho de ciertas reacciones de frialdad -como la de EE UU-, y en contacto con otros países, principalmente Italia.

Precisamente en una etapa en que los cambios en el Este y la unidad alemana tienden a reforzar el peso del Norte en la política europea, es fundamental poner en marcha procesos dinámicos, como el que propugna España, para que la marcha de nuestro continente sea más equilibrada y estable. Por otra parte, el conflicto del Golfo confirma la urgencia de impulsar mecanismos de acercamiento entre las dos orillas del Mediterráneo. La peor solución para la paz es dejar que los problemas, eternizándose, se enquisten y pudran. Es cierto que, si se contempla el cuadro político que presenta hoy el Mediterráneo -con el drama de los palestinos y conflictos mal resueltos como el que enfrenta a Grecia y Turquía, entre otros-, aparecen enormes dificultades para un proceso del tipo de la CSCE. De ello algunos deducen la invalidez del proyecto ítalo-español. Pero la realidad de esas dificultades debería ser, por el contrario, estímulo para empezar a trabajar ya en esa dirección. Cabe esperar que la reunión de Mallorca sea un punto de partida.

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