Quien tiene una esposa tiene un tesoro
¿Qué opción le queda a una ama de casa toda kilos, tareas, -bigotes y verrugas cuando su apuesto consorte se enamora perdidamente de una esplendorosa rubia, escritora que cuenta sus ventas por millones de ejemplares y que la abandiona por ella? Sobre esta peculiar cuestión se interrogó hace unos años la escritora Fay Weidon, y el resultado fue una novela brillante y sarcástica que desentrañaba algunas vistosas contradicciones del universo -y del imaginario- femenino y que en el fondo se resumía en una idea clave: la vida como ama de casa es un espantoso y horripilante calvario. Y también en otra: la mujer puede ser el infierno para otra mujer... si se lo propone.Olvidadas ya las veleidades independientes de sus orígenes (Smithereens) y convertida hoy por hoy en la mujer cineasta más aclamada y comercial de Estados Unidos, Susan Seidelman encontró en, el argumento numerosos puntos de contacto con su cine anterior (Buscando a Susan desesperadamente, Fabricando al hombre perfecto). Y estructuró -es un decir- esta sonata para tres instrumentos en un prólogo y cuatro movimientos: en el primero se presentan los personajes y se establecen los presupuestos mínimos de partida, y en cada uno de los siguientes la insufrible esposa traicionada (una no menos insufrible Roseanne Barr) va eliminando tras complejos ardides los cuatro factores que su más bien idiota marido, en un rapto de sinceridad, le espetó sentirse con derecho a poseer: un hogar, una familia, una carrera y la libertad. Su enemigo será no sólo el casquivano cónyuge traidor, sino la insaciable deidad que simboliza todo lo que ella no es (una Meryl Streep que no supera la dura prueba de la comedia).
Vida y amores de una diablesa
She-Devil. Directora: Susan Seidelman. Guión: Barry Strugatz y Mark R. Bums, según la novela de Fay WeIdon Vida y amores de una maligna. Fotografía: Oliver Stapleton. Música: Howard Shore. Estados Unidos, 1990. Intérpretes: Meryl Streep, Roseanne Barr, Ed Begley Jr., Sylvia Miles, Linda Hunt. Estreno en Madrid: Multicines Ideal, Fuencarral.
Las ventajas que proporciona una historia como ésta son múltiples: permite una disección sin piedad de la institución matrimonial, un diagnóstico atroz del carácter voluble del macho, una reflexión distanciada sobre la competitividad femenina. En cambio, en manos de la Seidelman la película se convierte en un panfleto, y además torpe, cuando no regresivo. Más preocupada por despertar una comicidad disparatada que por la ironía inteligente -la risotada antes que la distante ironía-, Seidelman avanza con la gracilidad de una división Panzer camino a Polonia. La previsibilidad de su planteamiento hace que hacia la mitad del filme el espectador que todavía no se haya desesperado ante el recital de muecas de la Streep o ante el infantilismo de una puesta en escena de comic barato, toda colorines, vea negada incluso la posibilidad de entretenerse adivinando por dónde discurrirá el anodino relato.
Aunque, bien pensado, el / la espectador / a puede entretenerse en otra cosa: en reflexionar cómo se puede desperdiciar una idea brillante por una puesta en escena convencional, o cómo se intenta justificar un feminismo de manual con un oportunista plano final -las mujeres avanzan juntas de frente, hacia el futuro; igual que el último plano de Lo mío y yo de -Doris Dórrie-, cuando todo el resto del filme se lo ha pasado -la Seidelman y el zafio guión- recordándonos, sin demasiada gracia, lo absolutamente insolidarias que, según ellos, son entre sí las mujeres.
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