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FERIA DE ALBACETE

La sorpresa de Manolo de Paz

El diestro gitano albacetense Manolo de Paz, que sustituyó al anunciado Fernando Cepeda, ausente por una lesión de abductores, sorprendió gratamente a sus paisanos con su toreo con cante del güeno. Suyas fueron las mejores suertes con el señuelo escarlata que fueron contempladas con auténtico deleite y fervor por el cotarro. Y ¡ojo!, ante un toro serio, cuajado, manso de solemnidad y astifino. La sorpresa fue doble, por las agallas y el valor espartano que le echó el espada. Lejos del tópico canguelo propio de los toreros de su raza, De Paz, que tomó la alternativa hace tres años y desde entonces no se ha vestido de luces, se la jugó ante ese sexto burel.Sus dos primeros redondos, con las manos muy bajas, y su improvisado cambio de mano que le salió del alma, encendieron la mecha sensible de los espectadores, la mayor parte de los cuales no aguantaron sentados. La belleza sin mácula prosiguió en cortas series por ambos pitones perfumadas de arte y enjundia. Intercaló dos trincherillas de máximo aroma, y toda la emoción y clasicismo de su toreo la demostró hasta con sus pintureras formas de andar por la cara del toro. Pese a algunas imperfecciones lógicas de su corta experiencia, el suyo ha sido un triunfo de verdad, que pone muy alto el listón artístico de la feria.

Camacho / Esplá, Viña, Paz

Toros de Mari Carmen Camacho, con gran trapío, mansos y peligrosos; 4º y 5º flojos. Luis Francisco Esplá: pinchazo hondo (algunos pitos); media (bronca). Rafi de la Viña: media perpendicular y tres descabellos (algunos pitos); estocada desprendida (ovación). Manuel de Paz: dos estocadas atravesadas que asoman y dos descabellos (pitos); pinchazo y media atravesada desprendida (oreja). Plaza de Albacete, 10 de septiembre. Segunda corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

El calé, que es un hombre culto y con sentido del humor, se proclama como un gitano atípico, por aquello de que es funcionario del Ministerio de Trabajo: "Vamos, lo último". Viva pues el atipismo de este torero, que aplicó la pureza de la lidia de los de su raza y un enorme valor. Oveja de ningún rebaño se salió de la habitual mediocridad que hay que soportar a las figuras, con toros mochos y enmalvados, tantas y tantas corridas.

El encierro de Mari Carmen Camacho, unos galafates con cuajo, enmorrillados, badanudos y descarados, aumentó el valor de lo que los diestros les hicieron. A excepción del segundo que sólo tomó un puyazo, el resto fueron capaces de aguantar tres, cuatro y hasta cinco algunos de ellos. Aumentó el valor del tremendismo de Rafi de la Viña en el quinto, con el que se jugó el pellejo en vista de que al animal era imposible lidiarlo con ortodoxia.

Aumentó el valor de la excelente actuación en la brega y con los palos de su primo Marianín de la Viña, subalterno de Manolo de Paz. Y poco más. Porque Esplá, con los cables cruzados, se enfadó con el público en un gesto infantil y poco profesional porque un pequeño sector le pitó cuando se disponía a banderillar al cuarto. La inquina con el torero era porque se había negado a poner los rehiletes en el que abrió plaza, que no se prestaba. Con la pañosa se tapó con oficio y después despenó hábilmente a los morlacos. Algo así realizó Rafi de la Viña en su primero. Y lo mismo intentó el calé, pero, ayuno de ese oficio e incapaz de tirar líneas, se ganó la rechifla de parte del público. Dio igual, tenía preparada la bomba para el último.

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