Goya no la habría pintado
JOAQUÍN VIDAL Si la fiesta de los toros hubiera sido en sus orígenes como lo de ayer en Aranjuez, Goya no la habría pintado. Si la fiesta de los toros hubiera sido en sus orígenes como lo de ayer en Aranjuez, Goya se habría hecho miembro activo de la Asociación Protectora de Animales y Plantas, y entonces se iba a ver lo que es bueno, porque menudo era Goya, cuando se ponía farruco.
Goya jamás habría podido ser pintor admirado y laudatorio de tauromaquias donde salen toros tullidos, con cuernos por su mitad, a los que meten debajo de percherones acorazados para que un tío con botahierro tocado de castoreño le tunda el espinazo.
Hombre, a lo mejor Goya se animaba y pintaba unos pases muy hermosos que Ortega Cano dio al quinto toro, o el dramatismo de Juan Cuéllar jugándose su tipo bajito con el sexto. Sólo eso, de toda la corrida, manifiestamente re probable, y quizá también e prólogo, que fue verdadera mente goyesco.
Moro / Domínguez, Ortega, Cuéllar
Cuatro toros de Moro hermanos, desiguales de presencia, sospechosos de afeitado, flojos, de feo estilo. Sobreros, en sustitución de dos de la ganadería titular, devueltos por estar supuestamente reparados de la vista: 12 de La Cardenilla, grande, sospechoso de afeitado, manso; 52 de José Luis Osborne, bien presentado, de sensacional boyantía. Roberto Domínguez: estocada corta descaradamente baja y rueda insistente de peones; rebasó en más de un minuto el tiempo reglamentario, sin que sonara el aviso (algunas palmas y pitos); seis pinchazos y se acuesta el toro (algunos pitos). Ortega Cano: bajonazo (algunas palmas y pitos); pinchazo y estocada a toro arrancado (oreja). Juan Cuéllar pinchazo hondo (aplausos y salida altercio); estocada perdiendo la muleta (oreja).Plaza de Aranjuez, 5 de septiembre. Corrida goyesca. Segundo y último festejo de la Feria del Motín. Tres cuartos de entrada.
Abrió plaza un toro topón que huía alocadamente de capotes arrollando cuanto se le pusiera por delante, y hubo de hacerse notar el banderillero Rafel Corbelle, como siempre, gesticulando para dar a entender que el toro no veía. El presidente le hizo caso y devolvió el toro al corral. El quinto tuvo el mismo comportamiento y se repitió la operación. El primer sobrero recibió ocho picotazos y dos varas huyendo en todas, lo cual dice mucho de su fortaleza y su mansedumbre. Llegó manejable a la muleta y Roberto Domínguez le hizo una faenita superficial, embarcando con el pico. Al cuarto le toreó lo mismo cuando embistió nobletón, y cuando se aplomó (que fue enseguida), le macheteó brevemente.
También estuvo breve Ortega Cano en su calamochón primer toro, y pudo desquitarse a gusto con el segundo sobrero. A ese toro, un Osborne colorao ojo perdiz de pronta y suave embestida, le toreó a placer, depurando la ejecución de las suertes y ligando los pases. Eso de ligar los pases, por su rareza en los tiempos que corren, conmovió a la afición. Ahora bien, la afición esperaba conmoverse aún más; durante toda la faena estuvo esperando que Ortega Cano correspondiera con algo grande, algo más allá de la de purada técnica, a la maravillosa embestida del Osborne colorao ojo perdiz. Y como no sucedía, se enamoró del toro. Hubo hasta quien pedía a Ortega Cano le dejara vivir, para que pudiera conocer el amor vacuno y padrear becerrillos que heredaran su casta brava.
No hubo lugar: Ortega Cano le mató a estoque y además le cortó una oreja. Después cortaría otra Juan Cuéllar, tan legítima como la anterior. En el tercer toro, derrotón, Cuéllar había estado valiente, y en el sexto se superó. Inició la faena con escalofriantes pases de rodillas, de pie porfió muy cruzado y consiguió sacar los pocos pases que tenía el toro reservón y bronco.
Eso lo hubiera pintado Goya, probablemente. Eso y las escenas que representaron en el prólogo de la fiesta vecinos de Aranjuez vestidos a lo goyesco. Desfiló una banda de cornetas y tambores; pasearon el ruedo mercaderes, funcionarios, menestrales, chulos, pillos. Un monaguillo se iba detrás de las faldas y el cura le sormeneaba con muchos aspavientos. Parejas paseaban del bracete. Jovencitas les hacían fiestas a los severos soldados, que permanecían firmes montando guardia junto a la barrera. Había un grupo bullicioso de toreros marchosos y mujeres jaraneras a su alrededor. Entraron calesas llevando gente principal y en una de ellas iba la reina de las fiestas del Motín, que resultó ser la actriz Ana Obregón. No sólo iba: bajó y pronunció un discurso.
Luego el pregonero voceó el pregón, que el público escuchó respetuosamente. No como en Las Ventas, hace ya muchos años, en otra corrida goyesca. En aquella ocasión el pregonero empezó a decir, por la megafonía: "¡Noble pueblo de Madriiid!". Y un vozarrón de la andanada le atajó: "¡Hijo putaaa!". Naturalmente allí se acabó el pregón. En Aranjuez, por el contrario, llegó a su feliz término, sonó entonces el clarín, los alguacilillos hicieron el despeje del ruedo a la antigua usanza, los goyescos se marcharon por donde habían venido y empezó esa función que no habría pintado Goya, ni loco.
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