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Tribuna:POLÉMICA SOBRE LA SELECCIÓN DE SEXO
Tribuna
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Hacia una técnica progresista

Se trata de un caso pintoresco y, por tanto, único. En cualquier caso, ha desencadenado un aluvión de opiniones sobre un tema general y serio: ¿Es lícito tener niños a la carta? Existe una ley que lo autoriza, pero sólo por motivos terapéuticos. Y a ella se ha acogido el juez, entendiendo que motivos terapéuticos son también las enfermedades psíquicas: una depresión -al parecer, de caballo- generada 'por la frustración de haber tenido cinco hijos varones y ninguna niña.La llamada opinión pública ha tendido a rasgarse las vestiduras ante la sentencia. ¿Razones? Múltiples. Una mujer psíquicamente enferma no puede ser usuaria de tales técnicas; es ridículo pensar que un hijo o una hija sean el remedio idóneo para. la depresión; *es un hecho cierto que la técnica de selección de sexo tiene un considerable margen de error.

Y, más allí del caso concreto, se objeta que la generalización de la medida tendría la probable consecuencia de producir un desequilibrio demográfico. Razones convincentes que, sin embargo, cuentan con atenuantes del otro lado, no) menos dignos de consideración. Por ejemplo: la técnica en cuestión no vulnera la integridad del embrión, poder elegir es siempre ejercer la libertad, la felicidad de una persona y su salud psíquica son objetivos no despreciables. En suma, una situación conflictiva, con respuestas y argumentos para todos los gustos. ¿Qué diría la ética sobre el caso?

Conciencia y principios

La ética, esa dama a la que últimamente se acude con frecuencia, no existe como una especie de tribunal último y definitivo, pues no es otra cosa que la conciencia de cada cual, formada sobre la base de unos principios, unas enseñanzas, unas convicciones y unas costumbres. En este caso, la novedad de la técnica nos pilla desorientados. Aparte de la ley, abierta por lo demás a interpretaciones no unánimes, no contamos con principios morales específicos referidos al asunto. Contamos tan sólo con ese sentido moral que nos habla de la dignidad de la persona y del interés común de la sociedad, de los derechos de los individuos y del bien de todos. Dos extremos, a veces difícilmente compatibles, pero que necesariamente tienen que ser contrastados siempre que se plantee un problema que pueda afectar no sólo a la existencia individual, sino a la vida colectiva.

Y pienso que se trata de eso precisamente. Un caso insólito, pintoresco, pero no aislado. Lo que se decida en este caso nos concierne a todos. Porque no se trata de resolver únicamente las ansiedades y frustraciones de una mujer -aunque también eso está en cuestión-; se trata de resolverlas aceptando una decisión que ha de contribuir, querámoslo. o no, a perfilar el tipo de sanidad, el tipo de leyes, el uso de la técnica que queremos para nuestra sociedad.

Posiblemente no vuelva a producirse otro caso igual o similar: las madres de hoy suelen pararse antes de llegar a los cinco hijos -sean éstos niños o niñas- y no comparten la opinión de que las hijas sean un seguro de asistencia en la vejez. En cuanto a las posibles consecuencias de una elección generalizada del sexo de los hijos, soy menos pesimista que quienes temen desequilibrios demográficos a costa del sexo femenino. Precisamente, ese primer caso permite augurar lo contrario, pues lo que se pide es una niña.

Sospecho, además, que la técnica en cuestión es costosa -humana y económicamente-, y el éxito de la misma no está garantizado al cien por cien. Dos razones de peso para que la mayoría de parejas desistan de elegir y prefieran abandonar el sexo de su hijos a la suerte, como siempre se ha hecho.

Confusión de términos

No son esas consecuencias las que convulsionan mi conciencia ética y la sitúan más cerca de los objetores de la controvertida sentencia. Creo, más bien, que se trata de una cuestión de prioridades e incluso de imagen. No pongo en duda que la libertad y la felicidad son derechos del individuo y valores fundamentales, y que la técnica debe ser puesta al servicio de ambos. Lo que ocurre es que, en este caso, la libertad parece confundirse con el capricho. Y resulta difícil convencerse de que haya recetas y fórmulas para ser feliz. La elección del sexo de un futuro hijo es un capricho. Como lo es, no cabe ninguna duda, cambiar de nariz o hacerse un lifting para ocultar el paso del tiempo. Lo cual está permitido, es cierto, pero cuesta dinero y tiene, por lo menos, una justificación estética.

Ante tantas cuestiones de primera necesidad que merecerían una atención de la técnica, ¿vale la pena perder tiempo y dinero utilizando los avances tecnológicos para elegir el sexo de los hijos? ¿Es esa una opción progresista? ¿Qué bien aporta a la sociedad? Las técnicas de reproducción asistida parecen ofrecer un abanico de posibilidades hasta hace poco increíbles: hijos sin padre, madres menopáusicas, madres de alquiler, etcétera, etcétera. Para valorar esas posibilidades no basta fijarse en los anhelos individuales. Hay que pensar, al mismo tiempo, si queremos que la técnica se dirija prioritariamente al servicio de esas demandas o si es preferible dirigirla hacia aquellos problemas que están exigiendo soluciones porque son males que hacen sufrir a un elevadísimo y escandaloso número de seres humanos.

Seudoproblema

Cuando leemos que hay 1.200 millones de personas en el mundo que pasan hambre, cuando cantidades de seres humanos mueren jóvenes y víctimas de enfermedades aún por investigar y desconocidas, cuando los trastornos fisiológicos y psíquicos de nuestras formas de vivir son -realmente- estremecedores, cuando se ignoran tantas causas de deficiencias y minusvalías que colocan a mucha gente en situación de injusta inferioridad, ¿es lícito, ante problemas de tales dimensiones, convertir en problema el sexo del próximo hijo? ¿Es lícito aplicar la técnica a ese pseudoproblema?

Cierto que nuestras sociedades autorizan unos usos de los recursos disponibles -científicos, económicos, humanos- más dudosos. El mercado es el que manda. Pero si apelamos a la' ética es, precisamente, para criticar esa satisfacción salvaje de las necesidades que se vayan manifestando. Porque sólo les es dado expresarse a las necesidades de los que tienen más, no lo olvidemos.

En ningún momento he puesto en duda que la resolución judicial del juez de Mataró en cuestión fuera fruto de la buena voluntad de resolver un caso particularmente penoso. Y es cierto también que la ética debe prestar atención a los sufrimientos individuales -los menos previstos por las leyes- Pero dudo que la decisión y la explicación adoptadas sean la forma más prudente de resolver el asunto.

El medio propuesto ni ofrece garantías de ser el remedio adecuado ni, por sí mismo, es aprobable. Es bueno, por lo demás, que hayan aparecido otros puntos de vista, otros argumentos que ponen en cuestión el juicio primitivo.

Tal vez la razón total no la tenga nadie, ya que no es posible resolver el conflicto de manera satisfactoria para todos. Pero sí es necesaria la confrontación de opiniones para el desarrollo de un sentido moral -o de un sentido común- respecto de problemas que son realmente comunes. Ese sentido nace de la reflexión ejercida por todos -médicos, juristas, científicos, pacientes y ciudadanos en general- sobre la validez, el alcance y la prioridad que debe darse a las urgencias y las exigencias que genera la existencia humana. De la reflexión y la duda sobre si estamos dando a las cosas la importancia y la orientación que deberían tener para que signifiquen realmente un progreso y una mejora en la calidad de vida y en la dignidad de los individuos y de la sociedad en su conjunto.

es catedrática de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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