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Tribuna:EL FOLLETÍN DE EDUARDO MENDOZA / 19
Tribuna
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Sin noticias de Gurb

Día 22 (continuación)-13.00. Ya que estoy en el parque de la Ciudadela, decido pasar aquí el resto de la mañana. En un tenderete compro una caja (tamaño familiar) de polvorones de Estepa y me siento a comérmelos a la orilla del estanque. Como pega un sol de justicia, nadie me disputa el lugar ni la silla. Unos patos se deslizan mansamente por el agua hasta donde estoy. Les doy un polvorón, se lo comen y se van al fondo -del estanque.

14.00. Comida en las Siete Puertas. Angulas, langostinos, riñones, criadillas, estofado de morro, dos botellas de Vega Sicilia, crema catalana, café, cognac, Montecristo del número 2 y ahí me las den todas.

16.30. Subo andando al castillo de Montjuïc para digerir la comida.

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17.30. Bajo andando del castillo de Montjuïc para digerir la comida.

18.30. Vuelvo a subir andando al castillo de Montjulïc para digerir la comida.

19.00. Meriendo en la calle Petritxol.

20.00. Me encamino al lugar de la cita, al que llego a las 20.32.

20.32. Lo dicho.

20.33. Al entrar en el hall del edificio me detiene un conserje elegantemente uniformado. ¿A dónde me creo que estoy yendo? Al ático segunda, señor conserje. ¿Ah, sí? ¿y se puede saber a qué voy al ático segunda? A ver a una persona con la que he quedado. Oh, quedado,quedado; esto se dice muy pronto. A ver, ricura, ¿como se llama esta persona con la que dices que has quedado? Es una señorita, pero ahora no recuerdo su nombre. Pues, si es así, no puede pasar.

21.30. Decido darle un billete de cinco mil pesetas al conserje.

21.3 1. El propio conserje sube conmigo en el ascensor, tarareando por lo bajo, para que no eche en falta el hilo musical.

21.32. El conserje me deja solo en el rellano. Llamo al timbre. Tin-tan. Silencio. Tin-tan. Nada. Por fortuna en el rellano hay una maceta y puedo desahogar en ella mi nerviosismo.

21.34. Insisto. Tin-tan. Un susurro de pasos que se aproximan. Se abre una mirilla. Un ojo me observa. Si tuviera un palito a mano, se lo metía.

21.35. La mirilla se cierra. Los pasos se alejan. Silencio.

21.36. Los pasos se acercan de nuevo. Un pestillo se desliza. Gira uña llave en la cerradura. La puerta se abre lentamente. ¿Y si saliera corriendo escaleras abajo? No, no, me quedo.

21.37. La puerta se ha abierto de par en par. Una señora en bata y zapatillas me entrega la bolsa de la basura. Acto seguido se disculpa. En la penumbra del rellano y sin gafas, me había tomado por el conserje. Como siempre viene a esta hora, ¿sabe? Sí, sin duda me he confundido de puerta. Sí, la que busco vive enfrente. No, no, ninguna molestia. Sí, les ocurre a muchos caballeros. Los nervios, claro. Sí, todos acaban meando en la yuca; hay que ver lo lozana que se ha puesto. Y ya que estoy. aquí, ¿me importaría bajar la basura? Está a punto de empezar el programa de Angel Casas y no se lo querría perder. Sí, atrevidillo, pero una está ya curada de espanto. Hala, majo, no pierdas tiempo o tendrás que ir a llevar la bolsa al container.

21.45. Vuelvo a subir en el ascensor. Llamo a la otra puerta.

21.47. Abre la puerta un caballero. ¿Me he vuelto a equivocar? No. La señorita me está esperando. Si tengo la bondad, por aquí, por favor.

21.48 Avanzamos por un pasillo. Moqueta, cortinas, cuadros, flores, perfume embriagador. Seguro que salgo de aquí con una atrás y otra delante.

21.49 Nos detenemos ante una puerta tapizada de terciopelo carmesí. El individuo que me acompaña me dice que tras esta puerta está la señorita. Esperándome. El, por si no lo. ha deducido de su porte y maneras, es el mayordomo, me dice. Pero también sabe karate, añade. En realidad, aclara, hace mejor el karate que lo otro. De modo, que nada de tonterías. Prometo no cometer ninguna. Sigo sin saber lo que significa la palabra mayordomo, pero el tono de quien dice serlo no deja lugar a dudas.

21.50 La puerta se abre. Vacilo. Una voz me indica que pase: anda hombre, pasa. ¿Será posible?

21.51 ¡Es posible!

02.40 Nos dan las tantas contándonos nuestras respectivas aventuras. Tampoco Gurb ha tenido suerte. Primero fue el profesor universitario. Le gustaba, pero tuvo que dejarlo porque él se empeñó en que hiciera tesis. Luego vinieron otros. El buscaba un hombre serio y fino, un tipo, dice, como José Luis Doreste, pero, sin saber cómo ni por qué, siempre acababa enamorándose de los más mangantes. Le digo que esto le ha sucedido porque se ha vuelto una golfa. Gurb replica que eso no es cierto. Lo que ocurre, dice, es que yo siempre he ido de plasta por la vida. Discutimos un rato acaloradamente hasta que interviene el mayordomo para recordamos (con la máxima corrección) que dos extraterrestres en misión especial no deberían perder el tiempo peleando como verduleras. Y menos, añade, por semejantes tonterías. El, si quisiera, añade, podría contamos casos realmente conmovedores. Casos, dice, que nos moverían al llanto. Porque él, dice, es un hombre que ha vivido mucho. En su casa eran 15 de familia. En realidad, él era hijo único, pero tenía dos padres, cuatro abuelos y ocho bisabuelos que no cascaban ni a tiros. En su infancia pasaron tanta hambre, que se comían los cupones de racionamiento antes de que llegara el día de canjearlos por arroz, lentejas, pan negro y leche en polvo. Al oir la descripción de tantos sinsabores, y antes de que el relato se eternice, derramamos abundantes lágrimas, le pagamos los días que llevaba trabajados y lo despedimos.

02.45 Gurb me enseña el piso. Ideal. Me dice que él lo ha elegido todo personalmente. Comparo (para mis adentros) este piso con el mío y se me cae la cara de vergüenza.

02.50 Gurb abre una puerta de madera de gran espesor y me muestra lo que acaba de hacerse instalar: la sauna. Por supuesto, nunca la ha usado ni piensa hacerlo, pero le sirve para mantener calientes los churros.

02.52 Mientras me pongo morado de churros, le pregunto si ha sido él el causante de mis recientes desgracias. Responde que sí, pero que lo ha hecho con la mejor de las intenciones. La ventaja de la comunicación telepática es que se puede hablar con la boca llena. Le pregunto que por qué ha saboteado mi vida y me responde que no podía permitir que acabase despachando cortados en el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, y mucho menos que acabara liándome con mi vecina, aunque las probabilidades. de que esto sucediera, añade con sorna, eran remotas, porque yo estaba llevando el asunto fatal. Tenemos otra agarrada, hasta que llaman a la puerta. Acudimos. Es el vecino de al lado, que viene a quejarse porque no le dejamos dormir. Dice que si queremos pelearnos, que lo hagamos de viva voz, como todo el mundo, que a los gritos y a los platos rotos ya está acostumbrado. En cambio la comunicación telepática se oye través de la tele, y no veas la lata que da, dice.

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