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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La última amenaza

SEGÚN REFLEJAN los relatos autobiográficos de antíguos miembros de las Brigadas Rojas o de otras organizaciones terroristas, la vida del activista clandestino es bastante aburrida. Frente a la rutina cotidiana, casi de oficinista, del terrorista, la principal recompensa, aquella que le hace sentirse vivo, es la lectura en la prensa de los comentarios en los que se alude a sus fechorías. "Muy importante debo de ser cuando así se me insulta", piensa el terrorista en su corazón. De ahí la desazón que le embarga cuando el silencio se prolonga más de lo habitual, y de ahí también la búsqueda de objetivos tendentes a provocar un rechazo cada vez más unánime e incondicional. El deslizamiento de la pistola a la metralleta y de ésta a la bomba, en una escalada en pos de víctimas cada vez mas indiscriminadas, simboliza esa desesperada búsqueda del odio ajeno. Tal deslizamiento es, por otra parte, paralelo al descreimiento en la causa que un día lo impulsó a pasar a la acción. ETA ha descendido ya todos los peldaños de degradación, y no tiene más remedio que repetirse. La memoria de la indignación generalizada provocada por crueldades anteriores sirve para seleccionar, de entre un catálogo no muy extenso, aquellas acciones susceptible de reproducir los mismos efectos: severos comentarios en la prensa y la radio, condenas de los partidos políticos, emotivas declaraciones de los afectados. Además, siempre cabe la posibilidad de que, entre col y col, alguien particularmente acobardado o frívolo (o, simplemente, temeroso de repetirse) deslice la lechuga de un comentario en el que se hable de la la naturaleza política del conflicto" o de "las causas profundas del terrorismo". Como si hubiera alguna causa capaz de justificar esa crueldad arbitraria consistente en colocar una bomba en un supermercado o de estropear la salida de vacaciones de quienes no tienen coche amenazando con volar las vías del ferrocarril en fechas clave.

Miles de ciudadanos están sufriendo los efectos de la última amenaza de ETA. ¿Qué relación puede existir entre el perjuicio causado a esos miles de personas y la libertad de Euskadi? Ninguna, y de ahí que sea justo hablar de comportamiento irracional, en el sentido de unos medios no orientados a fin alguno (cuando no directamente contradictorios con cualquier fin imaginable). Arzalluz suele decir que la desaparición de ETA será el resultado de la interiorización por parte de sus miembros, o de los menos obtusos de entre ellos, del vacío en que caen sus acciones; de la toma de conciencia de su ridículo. Ello será bastante difícil mientras al coro de los incondicionales -que, por serlo, modificarían su actitud a la menor indicación de la autoridad militar competente- se sumen las voces de quienes, figurando entre los teóricos enemigos, sigan ennobleciendo los desmanes de ETA con consideraciones sobre sus hipotéticos objetivos políticos.

En una época, a comienzos de la transición, cuando las acciones de ETA comenzaron a parecer incomprensibles a muchos de los que la apoyaron durante la dictadura, un sector de la población resolvió sus problemas de conciencia con el argumento de que si alguien estaba dispuesto a matar y morir por una causa, esa causa, por confusa que pareciera, tenía forzosamente que ser noble y digna de admiración. Tal coartada ha desaparecido hace tiempo. La única causa de ETA, su solo objetivo, es hoy la afirmación, mediante el temor y el rechazo que suscita, de su existencia. Por ello recurre a métodos odiosos. Hay que decirlo una vez más aun a riesgo de aportar consuelo a los desalmados que buscan sentirse importantes al comprobar hasta qué punto siguen suscitando la indignación de sus semejantes.

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