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Fujimori evita dar la cara y pone al primer ministro 'en el escaparate'

El presidente de Perú, Alberto Fujimori, ha optado por la táctica de no dar la cara ante la opinión pública y dejar que la impopularidad y el posible fracaso del llamado fujichoque o ajustón recaigan sobre el Gabinete y el primer ministro, Juan Hurtado Miller. Al mismo tiempo, la purga de los altos mandos de la policía y la entrega del Ministerio del Interior a un militar inquietan en Perú, donde se habla ya de una bordaberrización para expresar las excesivas concesiones de Fujimori al Ejército peruano.El primer ministro, a quien sus amigos llaman El Gringo Hurtado, es consciente de que su suerte va ligada al éxito del duro plan de ajuste. Hurtado parece dispuesto a quemarse en la empresa. Consciente de esta función de fusible para preservar al presidente, Hurtado ha declarado que los únicos que tienen que llegar al final de su mandato son Fujimori y sus vicepresidentes. Al mismo tiempo, Fujimori calla, mientras se elevan las voces de los que en Perú reclaman una palabra del presidente, aunque sólo sea para explicar la contradicción entre sus promesas electorales de no aplicar una política de choque y el fujichoque que el Gobierno no ha podido evitar.

'En persona'

En la noche del domingo reapareció en televisión peruanas el programa En persona, que presenta el polémico periodista César Hildebrandt. Hildebrandt ha perdido buena parte de su credibilidad por su parcialidad descarada a favor del candidato presidencial derrotado, el escritor Marlo Vargas Llosa. Este sesgo de Hildebrandt no quita fuerza al documento que mostró el domingo, una antología de intervenciones de Fujimori en el debate de final de campaña y su primera conferencia de prensa como presidente, cuando todavía insistía en que no habría un choque. La credibilidad de Fujimori ha quedado en entredicho. En Lima se oyeron estos días algunos gritos, todavía aislados, de "¡Fujimori, traidor!".

Sigue abierta en Perú la incertidumbre sobre las medidas económicas y se palpa la preocupación por un posible estallido social. Esto ha dejado en segundo plano la inquietud por la militarización de Fujimori, quien parece haber entregado su suerte al Ejército y haberse enfrentado a las otras armas y, sobre todo, a la policía. El relevo fulminante, a las pocas horas de tomar posesión, de lo5 mandos de la Aviación y la Marina tiene explicación. Sobre el jefe de la Fuerza Aérea, general Germán Vucetich, flotaba el tufo de la corrupción. El almirante Alfonso Panizo y el arma que comandaba, la Marina, habian expresado ostensiblemente su antipatía por un presidente hijo de japoneses.

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