Los flancos vulnerables del cerco a Bagdad
La exhibición de la bandera iraquí en una manifestación de palestinos, el apoyo del muftí de Jerusalén al llamamiento de Sadam Husein para liberar los lugares santos del islam y el respaldo de los radicales árabes -tanto musulmanes como de izquierdas- a sus soflamas antinorteamericanas, señalan el punto vulnerable del cerco mundial a Irak.Aislado diplomática y económicamente por la comunidad internacional, incluidos varios de sus países hermanos, el régimen de Bagdad empieza a recibir el apoyo de las masas árabes. El líder iraquí ha apelado a su sentimiento religioso, desatando un movimiento de consecuencias impredecibles.
Sin negar valor a la reprobación casi unánime que la invasión de Kuwait ha despertado en todo el mundo, los analistas han empezado a prestar atención a la contradicción interna que ha creado dentro del propio mundo árabe.
Mientras la cumbre extrao rdinaria celebrada el pasado viernes en El Cairo daba paso, aunque por una pequeña mayoría, a una condena de los asistentes a Sadam Husein, el nombre del héroe de Bagdad era aclamado de Yemen a Mauritania como un nuevo Nasser, capaz de hacer renacer la esperanza del nacionalismo árabe.
Su inopinado llamamiento a la guerra santa es una jugada arriesgada, pero de gran efectividad. Ahogados en un mar de dudas y divisiones, los árabes viven desde hace una década en la dicotomía entre un modo de vida occidental que choca frontalmente con sus tradiciones y el refugio de la religión (musulmanes y cristianos), que les haría perder algunos de sus más importantes logros sociales; A ello ayuda de una manera muy directa y primordial la disparidad económica de los integrantes de ese grupo regional.
Para la mayoría de sus 200 millones de habitantes, existe una contradicción abierta entre la retórica de unidad con que les bombardean sus dirigentes y la realidad de sus diferencias socio-económicas. Al árabe de la calle le cuesta entender esos datos difundidos por la Unión de Bancos Árabes y Franceses, según los cuales la deuda de los miembros de la Liga se estima en 208.000 millones de dólares, mientras que el total de los haberes árabes en el extranjero superan los 670.000 millones de dólares. El agravio resulta todavía mayor si se considera que los propietarios de ese superávit son los apenas 10 millones de nacionales que constituyen el Consejo de Cooperación del Golfo (Kuwait, EAU, Arabia Saudí, Bahrein, Omán y Qatar).
Esta incongruencia deja el terreno sembrado para cualquier predicador, islamista radical o ideólogo de izquierda que pida una adecuación entre la teoría y la práctica. Ahí ha intervenido Sadam Husein. Que su objetivo sea el fortalecimiento financiero de Bagdad, más que la justicia económica entre todos sus seguidores, poco importa a los manifestantes de Nuakchot o Saná, que siempre han mirado con envidia la ostentación principesca de los habitantes del Golfo.
Las monarquías de la península Arábiga, son conscientes de las pocas simpatías que despiertan entre los grupos progresistas de la nación árabe. El descenso de sus dádivas o su actitud ante la unificación yemení, están en el origen de la negativa de algunos miembros de la Liga a votar contra Irak, que no ha escatimado ayuda militar a Mauritania o Argelia.
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