La luna de Verona
Mozart escribió su propio Réquiem; Verdi, el de la humanidad. No se ve en esta frase un juicio valorativo. El destino lo ha querido así y no es hora de ponerlo en cuestión. El sábado se anunciaba en Verona un Réquiem histórico, la conmemoración del 452 aniversario del bombardeo nortamericano de Hiroshima. Para un espectador llegado desde lejos, la escena que precedería a la representación es dificil de olvidar, tal vez porque resulta aún más dificil de comprender. El espectáculo estaba servido antes de empezar. La humanidad, más de 20.000 espectadores venidos de todas partes del mundo, viendo cantar su propio Réquiem por uncoro formado por- más de 3.000 cantantes de oriente y occidente. Para aquel que espúrase meras grandlosidades, la versión de este Réquiem habría de llevarle a entender que la muerte es una de las cosas más calladas y serias. Lorin Maazel dirigió aquel coro con la sensibilidad del que dirige uno de a capella. Ni el dios Pavarotti ni los otros hicieron alarde de divismo, porque así lo exigía la partitura. El breve silencio tras terminar la representación y empezar los aplausos quizá sea la mejor prueba de que, por un momento, la humanidad pensó en su propia muerte. La imagen de la luna no era una presencia fortuita.
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